«Encontrarse sin perderse»

«Encontrarse sin perderse»

Halldór Laxness buscó toda su vida una identidad literaria y política. Sus novelas sobre colonialismo, pobreza y naturaleza parecen hoy precursoras de la literatura del sur global. Entrevista con su biógrafo, Halldór Guðmundsson
Halldór Guðmundsson
Bildunterschrift
Halldór Guðmundsson
Sobre la persona

Halldór Guðmundsson nació en Reikiavik en 1956, creció en Alemania y estudió en Dinamarca. Durante muchos años dirigió Mál og menning, por entonces la mayor editorial de Islandia, y publicó varios libros, entre ellos la biografía de referencia del Premio Nobel islandés Halldór Laxness. Posteriormente estuvo al frente de Harpa, la sala de conciertos y conferencias de Reikiavik, y fue responsable en dos ocasiones del programa del país invitado de honor en la Feria del Libro de Fráncfort: Islandia (2011) y Noruega (2019).

Axel Timo Purr conoció a Guðmundsson en un pequeño restaurante de pescado en el centro de Reikiavik.

Axel Timo Purr.

Halldór Laxness (1902-1998) creció en la granja Laxnes, cerca de Reikiavik, de la que más tarde tomó su nombre. Tras viajar desde muy joven, se convirtió brevemente al catolicismo en 1923, pero en los años 30 se inclinó por las ideas socialistas y comunistas, influido por sus estancias en la Unión Soviética. Se convirtió en el narrador más importante de Islandia, conocido por obras traducidas internacionalmente como Salka Valka, Gente independiente y La campana de Islandia. En 1955 recibió el Premio Nobel de Literatura por su renovación del arte narrativo islandés.

Axel Timo Purr: Hablemos de Halldór Laxness. Hace seis meses, no hubiera imaginado que ahora estaría aquí en Islandia hablando de él, porque, de hecho, no había pensado en él desde hacía 30 o 35 años. Lo leí con entusiasmo cuando tenía 20 años, y luego poco a poco se fue borrando de mi memoria.
Cuando este verano estuve en Filipinas, conocí a muchos autores, leí sus libros y de repente tuve que volver a pensar en Laxness. Le di muchas vueltas a por qué me estaba ocurriendo eso. Y entonces surgió esta idea de similitud:
Si miras a Filipinas —es decir, al sur global— con sus volcanes y su mitología, que hoy vuelve a integrarse conscientemente en la literatura como parte de un proceso de descolonización, con mitos, relatos y antiguas leyendas, acabas planteándote cuestiones muy parecidas a las que encontramos en Laxness.
En esta literatura —al menos para mí—, importan menos los experimentos lingüísticos y más la fuerza narrativa y temática, que sean historias que quieren transmitir algo. Sobre todo, se trata de la búsqueda de una identidad nacional, de una imagen propia que se va construyendo a partir de la experiencia colonial. 
Fue entonces cuando, de pronto, volví a pensar en Laxness. Me pregunté si Laxness no es de alguna manera también un autor del «sur global» —entre comillas—, porque trató temas similares y los transformó en literatura. Por eso quería preguntarte, como especialista en Laxness, qué opinabas al respecto, ya que has escrito una biografía muy extensa sobre él.

The Islander

Halldór Guðmundsson | Halldór Laxness: A Biography | Hachete | 496 páginas | 23.50 EUR

Halldór Guðmundsson: Pero lo que quería decir sobre tu comparación con Filipinas, que me parece sumamente interesante aunque no conozco su literatura en absoluto, es que Laxness era en muchos sentidos la personificación de la modernidad, con todas sus rupturas. Llegó a Europa siendo muy joven, poco después de la Primera Guerra Mundial, y viajó mucho. Más tarde se fue a América, a Los Ángeles, a Hollywood, porque quería contarle al mundo sus historias y creía que la mejor manera de hacerlo era a través del cine. Al mismo tiempo, escribía constantemente artículos en periódicos islandeses y animaba a la gente a familiarizarse con la cultura moderna, la cultura de masas. Pero cuando escribía literariamente, siempre estaba donde tú acabas de describir con respecto a Filipinas: en la búsqueda de una identidad islandesa en las antiguas sagas, en los cuentos populares, poemas y canciones que nos han acompañado durante siglos.
Todas sus novelas están ambientadas en Islandia. De hecho, sus personajes a veces buscan en los antiguos manuscritos y encuentran allí algo. Y se trata de la pervivencia de esa antigua identidad.

¿Es Laxness para ti entonces algo así como una figura literaria del proceso de descolonización? ¿Alguien que intenta emanciparse de siglos de dominio danés a través del lenguaje, las sagas, los mitos y una nueva literatura?

Sí, sin duda, sobre todo en la última etapa de su vida, pero esa tendencia ya está presente desde muy temprano. Ya aparece en su novela Vefarinn mikli frá Kasmír (El gran tejedor de Cachemira).

No la he leído.

Iceland's Bell

Halldór Laxness | Iceland’s Bell | Penguin | 448 páginas | 17 USD

Creo que pocas personas lo han leído en el extranjero. Pero está disponible en alemán, y ahora también en otros idiomas, incluido el inglés. La novela aborda la idea de que Islandia era un país pobre y primitivo que debía familiarizarse con la cultura europea y la modernidad, así como la necesidad de que las mujeres aprendieran a emanciparse. Trata, en suma, sobre los signos de la modernidad.
Más tarde, en la década de 1930, cuando escribe sus grandes novelas, su interés se centra en describir al islandés en un pueblo muy pequeño, en una granja en la estepa o en el noroeste y, al mismo tiempo, convertir este microcosmos en un macrocosmos.
Así ocurre, por ejemplo, en Salka Valka y, por supuesto, en La campana de Islandia. En La campana de Islandia ocurre exactamente lo que acabas de describir: se trata de descolonizar el país, también culturalmente. Es la primera novela que aborda explícitamente la época colonial, y lo hace de manera sincronizada con lo que ocurría en el resto del mundo.
La campana de Islandia fue escrita durante la Segunda Guerra Mundial. Por entonces, Laxness tuvo que quedarse en Islandia; ya no podía viajar. Había pasado veinte años viajando: Rusia, París, Sudamérica, asistiendo a congresos con Stefan Zweig, moviéndose por todas partes, y de pronto se encontró retenido aquí durante años. En esa situación, recurrió inevitablemente a las viejas sagas, a nuestras tradiciones, a nuestras historias.

¿Entonces, fue una especie de arresto domiciliario?

Sí, «arresto domiciliario» lo describe bastante bien: estaba atrapado. Precisamente durante esa época fue cuando escribió La campana de Islandia, sobre los peores años del periodo colonial danés: las grandes hambrunas, los años en que las campanas de las iglesias de Islandia fueron llevadas a Copenhague y fundidas para cubrir los tejados; la época en que se recopilaban los manuscritos antiguos y se llevaban a Dinamarca.
Escribió sobre el período alrededor de 1700 porque consideraba importante que la descolonización también formara parte de nuestra propia construcción de identidad. La campana de Islandia tuvo un impacto enorme. Décadas después, muchos islandeses veían el pasado danés tal y como él lo había descrito. Desde el punto de vista histórico, es cierto que las cosas no sucedieron exactamente así, pero fue algo decisivo para la concepción islandesa de la historia.
Y en lo personal, fue significativo para él que La campana de Islandia fuese el primer libro suyo que tuvo un verdadero éxito de ventas en Islandia.

Veo aquí de nuevo un paralelismo con la literatura filipina. La mayoría de las autoras filipinas llevan décadas escribiendo en inglés —la lengua de los colonizadores estadounidenses— porque se vende mejor y porque, de todos modos, hay pocos lectores. Por eso me pregunto cómo funcionó en Islandia, con una lengua tan pequeña y tan pocos lectores.

Ese era un problema enorme cuando Laxness empezó. No había ni un solo autor profesional que pudiera ganarse la vida escribiendo en islandés. Cuando tenía 20 años, deseaba a toda costa convertirse en escritor y contar sus historias al mundo. Pero prácticamente no había  ninguna posibilidad de ganarse la vida como autor islandés.
Algunos antes que él —como Gunnar Gunnarsson— se convirtieron en autores en danés. Otros escribieron en noruego. Con eso se podía ganar algo de dinero.

 

¿Y aun así, Laxness escribió siempre en islandés?

Siempre escribió sus novelas en islandés, sí. Fue una decisión radical. Pero no tan radical como él mismo afirmaría posteriormente.
En su juventud también escribió relatos breves en danés. Cuando llegó a Copenhague con 17 años, escribió un cuento en danés para el periódico más importante de Dinamarca en aquel momento. Se compró un traje de tres piezas para parecer mayor y vendió el relato a ese periódico, que acabó publicándose en la portada de la edición dominical.
En aquel momento, se imaginaba escribiendo en danés. Más tarde, cuando viajó por Europa y cuando se trasladó a Los Ángeles para escribir una película, redactó el guion en inglés.

¿El famoso guion que se convirtió en la base de Salka Valka?

Exacto. Creo que lo presentó en Universal, en todo caso a un gran estudio. Lo envió sin más, en una competencia a la que supuestamente se habían presentado 40.000 manuscritos. 
Nunca he entendido del todo por qué creía siquiera posible contar sus grandes historias en una película muda. Además, insistió en que todo debía desarrollarse en Islandia. Desde el punto de vista de los estudios, aquello era una auténtica locura. A finales de 1929, regresó a Islandia y se dijo: «Entonces lo haré en islandés, seré un autor islandés». Pero no es que hubiera tenido ese plan de forma coherente en la cabeza diez años antes.

¿Pero cómo iba a funcionar, con tan poca gente, con tan pocos lectores? Necesitaba algún tipo de apoyo público.

Y lo tuvo, de una forma muy concreta: su madre vendió la granja y prácticamente todo para mantenerlo.
Además, desde el principio se esforzó por conseguir que sus libros fuesen traducidos. Primero, naturalmente, al danés. Firmó un acuerdo con un autor islandés que ya era bastante conocido en Dinamarca en aquella época, el ya mencionado Gunnar Gunnarsson. Él tradujo Salka Valka, la primera gran traducción.
Después llegó una edición en inglés y luego la Segunda Guerra Mundial, que supuso un parón en su carrera. Sin embargo, durante la guerra se desarrolló en Islandia algo parecido a un verdadero mercado editorial en islandés. Por primera vez fue posible —no de manera holgada, pero al menos en cierta medida— vivir de la escritura. La población rural empezó a recibir su salario cada vez más en dinero en lugar de en especie, y durante un tiempo casi 50.000 soldados extranjeros estuvieron destacados aquí. Hubo una intensa actividad contructiva, la economía se transformó y, con ella, también el mercado del libro.

¿Le sorprendió el Premio Nobel? Al fin y al cabo, Islandia era —desde un punto de vista literario— una región bastante «periférica». ¿Y el comité del Nobel tuvo que leer la mayoría de sus novelas en traducciones?

Algunos miembros de la Academia Sueca sabían islandés, el vínculo nórdico seguía siendo muy fuerte por aquel entonces. Cuando aceptó el Premio Nobel, Elias Wessén, presidente de la Academia, pronunció parte de su discurso en islandés. Era lingüista. El premio no fue una sorpresa para el propio Laxness. Durante tres o cuatro años se había hablado reiteradamente de él como posible candidato y la Academia lo había debatido en varias ocasiones.
En Alemania, Inglaterra o Estados Unidos, apenas era conocido, pero en los países nórdicos no fue una gran sorpresa. Realmente se tenía la sensación de que la Academia Sueca querría decir en algún momento: «Existe en Islandia una tradición literaria independiente y extraordinaria».

Lo curioso es que una novela como Gente independiente recuerda mucho a La bendición de la Tierra, la novela del Premio Nobel de Literatura noruego Knut Hamsun.

Independent People

Halldór Laxness | Independent People | Penguin | 576 páginas | 11,57 EUR

También está escrita deliberadamente en contra de Hamsun.

He leído en Wikipedia, donde se te cita, que Laxness escribió una historia sobre un hombre fuerte y que Hamsun era un pesimista cultural que con La bendición de la Tierra había escrito una especie de comedia, mientras que Laxness, optimista en el plano cultural, había escrito una tragedia.
Debo confesar que nunca he leído La bendición de la Tierra como una comedia. Para mí, siempre fue un libro profundamente serio sobre la ruptura con la civilización: una obra magnífica, pero no cómica.

«Comedia» quizá no sea la palabra adecuada. Gente independiente está claramente construida como una tragedia: cinco partes, y en cada una de ellas el protagonista pierde algo. Es una historia de ascenso y pérdida, una tragedia del campesino.
La bendición de la Tierra, en cambio, transmite una especie de felicidad, una visión pastoral. Es increíblemente patética.  Y a los islandeses siempre les resultó muy difícil trasladar de manera seria este libro a su propia situación.
Fuimos una sociedad agrícola durante mucho tiempo. Pero la glorificación de este mundo rural no funcionaba aquí: resultaba extraña, casi grotesca. La pobreza aquí no era sinónimo de una sencillez idílica, sino siempre de fracaso.
Eso nos lleva de nuevo al paralelismo con el sur global: estas también son sociedades en las que la pobreza no se puede idealizar.

Y allí la naturaleza también es sobrecogedora: terremotos, volcanes, inundaciones, monzones, masas de agua. Y, por supuesto, siempre es cierto que cualquiera puede fracasar en cualquier momento por razones ajenas a su voluntad.

Exactamente. El hombre que triunfa hoy puede ser un hombre pobre mañana. La naturaleza es abrumadora.
Esta es la similitud entre Hamsun y Laxness: ambos escriben al límite de la civilización. Por tanto, los personajes a menudo son «más grandes que la vida». A veces no parecen del todo creíbles en el entorno urbano, pero como lector, nos identificamos con ellos porque ese conflicto es tangible: el que se da entre una naturaleza incontrolable y una civilización todavía frágil.
A finales del siglo XIX, Islandia era uno de los países más pobres de Europa, junto con Albania y el norte de Noruega. Era precisamente ese umbral de la supervivencia lo que preocupaba a Hamsun, y también a Laxness.
Estoy seguro de que gran parte de lo que has visto en Filipinas gira en torno a cuestiones similares.

¿Se conocieron alguna vez en persona Laxness y Hamsun?

Albergaba muchas esperanzas de encontrar algún indicio mientras trabajaba en la biografía. Yo era un gran admirador de Hamsun, había leído todas las biografías sobre él y visitado los lugares que fueron importantes en su vida.
En mayo de 1930 se celebró en Oslo una reunión de escritores nórdicos. Todos los autores de renombre estaban allí, pero Hamsun no apareció. Esperaba descubrir que coincidieron, pero desgraciadamente no fue así.
Laxness quedó muy impresionado por Hamsun desde el principio. En el grupo de escritores socialistas de los años 30 al que él pertenecía, casi todos eran ávidos lectores de Hamsun. Mi abuelo era uno de ellos; tenía las obras completas de Hamsun y, cuando aún no había cumplido 14 años, me las señaló y me dijo: «Tienes que leer esto».

Me gustaría hacer un inciso antes de que se me olvide: Manès Sperber, por ejemplo, también era un comunista convencido en los años veinte. Tras su primer viaje a Moscú, rompió con el comunismo y más tarde escribió la novela Como una lágrima en el océano, en la que describe precisamente esas rupturas y su distanciamiento de una ideología totalitaria. ¿Ocurrió algo parecido alguna vez con Laxness?

Lamentablemente, solo de forma muy limitada. En 1933 visitó por primera vez la Unión Soviética, incluida Ucrania, justo en la época de la terrible hambruna. Posteriormente escribió un libro periodístico en el que describía lo maravilloso que era todo en la Unión Soviética. Gran parte de ese libro es simplemente mentira o producto de la represión. Durante su segunda estancia prolongada, durante los juicios espectáculo contra Bukharin, esperó durante días conseguir una entrada para acceder a la sala del tribunal. Durante mi investigación, encontré una fotografía en la que aparece sentado entre el público.
Y de nuevo, escribió un libro, brillantemente redactado pero difícil de soportar en cuanto a contenido: un texto que elogia a Stalin y justifica el régimen.

¿Por qué estaba tan cegado?

Al principio, creo que fue la búsqueda de una verdad absoluta. Venía de un país donde casi todo era pobreza y dificultad. Buscaba la belleza absoluta, la verdad absoluta, también en lo político, y al parecer la encontró en el comunismo.
En 1933, de hecho, todavía creía que la Unión Soviética había logrado muchas cosas: la liberación de los pobres, una salida a la miseria. En 1938, creo que ya era consciente de lo que estaba ocurriendo, porque durante su estancia, una amiga suya fue detenida delante de él, secuestrada y silenciada en el gulag. Nadie sabe a ciencia cierta cuándo y dónde murió.
Aun así, —esto lo sé por su traductor danés—, decía que si no se apoyaba a Stalin y a la Unión Soviética, los fascistas acabarían venciendo. Esa era su lógica.

Lo interesante es que con La base atómica dio una especie de salto al modernismo de posguerra. Una especie de emancipación política: la idea de que, en un tiempo nuevo, en un mundo nuevo, la identidad debe conquistarse una y otra vez. La base atómica es también el único libro que transcurre en su tiempo.

Exactamente, es literatura contemporánea. Nunca lo había hecho antes. Lo escribió justo después de La campana de Islandia, cuando volvió reflexionar sobre los valores de identidad y autodeterminación.
En la década de 1950, se fue transformando poco a poco en un humanista escéptico, por así decirlo. Lo paradójico es que nunca fue traducido al ruso durante la época de Stalin, aunque hizo todo lo posible por darse a conocer allí. Solo después de distanciarse internamente de la Unión Soviética y una vez muerto Stalin pasó a ser un autor importante en el país y a publicarse en grandes tiradas.
Y ese distanciamiento del comunismo soviético era evidente, como demuestra, por ejemplo, la carta de protesta que escribió a Wilhelm Pieck por la detención de Walter Janka, su editor en la RDA, tras las protestas húngaras de 1956. Janka pasó cinco años en prisión y Laxness quedó profundamente conmocionado.
Pero la razón por la que guardó silencio públicamente cuando su amiga desapareció en el gulag sigue siendo una gran incógnita. Informó en privado al prometido islandés de la joven, pero no escribió públicamente sobre el tema hasta 1963. Muy tarde. Sin embargo, en su libro autobiográfico de ese año, Skáldatími (Tiempo de escribir), ajusta cuentas con el socialismo soviético.

Acabas de describirlo como un humanista escéptico. ¿Dirías que al final se liberó de ideologías y vio las cosas con mayor claridad?

Aquí hay que manejar muchos matices.
Después de 1956, tras la represión del levantamiento húngaro, se posicionó claramente en contra de la política soviética, se opuso públicamente a la invasión y escribió artículos en ese sentido. Pero para él era importante no seguir el camino de Arthur Koestler u otros excomunistas que, a los ojos de muchos, se pasaron «al otro bando» .
A los ojos de sus amigos en Islandia y de sus socios políticos en el extranjero, no quería aparecer como alguien que cambiaba repentinamente de bando. Esta lealtad era importante para él. Quizá por eso nunca escribió una novela que abordara esta ruptura con tanta claridad como El cero y el infinito de Koestler o Como una lágrima en el océano de Sperber.
En testimonios personales, como por ejemplo las cartas a su mujer, era mucho más duro. En una carta tras un viaje a la RDA a principios de los años sesenta, le escribió que su nuevo editor, Klaus Gysi, era un terrible burócrata comunista y que nunca más volvería a pisar ese país.
Era, por tanto, plenamente consciente de lo que estaba ocurriendo. Pero no quería recorrer públicamente el camino típico del «comunista renegado» que acaba integrado en los discursos de la derecha. Fue una situación trágica para él, también porque en EE.UU. fue estigmatizado como «rojo» y tuvo muy pocas posibilidades de conseguir grandes traducciones al inglés.

Eso también tuvo consecuencias concretas en su carrera, ¿no es así?

Sí. No fue hasta 1997 cuando Gente independiente volvió a publicarse en inglés, y eso marcó el inicio de una nueva etapa. Random House publicó entonces diez de sus novelas en rápida sucesión. Irónicamente, en 1946 Alfred Knopf, el fundador de Random House, ya tenía Gente independiente en su catálogo —el libro vendió 450.000 ejemplares, principalmente a través de clubes de lectura. Yo mismo fui editor durante veinte años y nunca he oído a nadie decir después de semejante éxito: «No seguiré con este autor».
Pero eso es exactamente lo que ocurrió. El FBI se involucró y Knopf fue acusado de que Laxness no hubiese pagado impuestos. J. Edgar Hoover escribió personalmente una carta. La presión política fue enorme.

¿Cuál de las novelas de Laxness sobrevivirá? ¿Cuáles seguirán siendo legibles para nuestro presente y también para las generaciones más jóvenes?

Under the Glacier

Halldór Laxness | Under the Glacier | Penguin | 272 páginas| 10.51 EUR

Creo que siempre habrá lectores que descubran Gente independiente como un gran libro.
También aprecio mucho El concierto de los peces y, por supuesto, Kristnihald undir Jökli (En el glaciar), que es el libro más moderno que escribió.
Después de 1960/61, pensó que ya nadie se interesaba por las historias épicas. Quería estar «de moda» a toda costa, a la vanguardia del movimiento literario. Era la época del teatro del absurdo y el nouveau roman. Así que escribió tres obras de teatro de estilo absurdo —ninguna de ellas resistirá el paso del tiempo.
En 1968, volvió a la novela y escribió En el glaciar. Este libro es increíblemente extraño, completamente distinto a todo lo que había hecho antes, y muy divertido. Cuando finalmente se publicó en inglés, Susan Sontag escribió sobre él su último ensayo.
No debemos olvidar la edad que alcanzó y lo mucho que vivió diferentes épocas de manera superpuesta. Está sentado con su mujer desayunando en un hotel, y a su lado se encuentra Janis Joplin.
O la historia con el Che Guevara: La base atómica se tradujo en todas partes después del Nobel, incluso en Argentina. Un joven médico leyó el libro allí y preguntó a un periodista islandés en Cuba en 1961 si en Islandia seguía siendo todo tan terrible como se describía en La base atómica. Este médico era el Che Guevara, jefe del Banco Central de Cuba en 1961.
Laxness nació en 1902 y murió en 1998. Durante sus últimos diez años de vida, prácticamente no estuvo en el mundo. Pero recuerdo haberle visto de niño: era amigo de mis abuelos.
En 1983, cuando vivía en Dinamarca, estaba escribiendo sobre él y pensé: ¿por qué no visitarlo? De todos modos, iba a estar aquí en Islandia para las vacaciones de Navidad y él vivía cerca. Así que fui.
Fue increíble. Me dijo: «Venga, sentémonos y fumemos». Eran puros muy grandes. Habló de todo tipo de personas que había conocido y de su juventud. Era despiadado en sus juicios sobre otros autores, con escasas excepciones: Cervantes, Dostoievski, tal vez Hemingway.
Pero no me permitió tomar notas. Tenía que limitarme a escuchar. Lo curioso era que yo sabía más que él sobre algunos periodos de su vida porque había estudiado las fuentes. Pero él ya había reinventado un poco su propia historia.

Max Frisch también escribió sobre esta tendencia: en algún momento, todo el mundo cuenta una historia que asume como su verdadera biografía.

Exactamente. Y esta, su versión, es la que me contó. Fue algo extraordinario.
Al acabar, me dijo: «Ahora ya tienes una imagen bastante clara de todo el asunto, ¿verdad?». Más tarde me invitó a una cena maravillosa y además había leído mi libro sobre sus primeros trabajos y le pareció muy interesante.
Estaba preocupado todo el tiempo por si me emborrachaba, con tanta cerveza, vino y coñac. Él había escrito una vez que los borrachos le parecían terribles, así que yo no dejaba de pensar: «¡No te emborraches!».
Pero en realidad, él ya no estaba muy bien. Su esposa lo cuidaba, lo atendía. Probablemente era Alzheimer. Una pequeña anécdota sobre su vida que siempre me ha parecido importante: hablamos de cómo siempre buscó lo absoluto. Encontró la belleza absoluta en la música, en el arte sin palabras.
Escribió sesenta libros para acercarse a este arte sin palabras. Cuando le preguntaban, como era habitual en aquella época, qué libro se llevaría a una isla desierta, siempre respondía: El clave bien temperado de Bach.
Cuando se visita su casa, que ahora es un museo, el piano de cola ocupa un lugar central. ¿Y qué «libro» hay en él? El Clave bien temperado. Su mujer me contó que, aunque al final ya no era capaz de leer literatura, sí que podía leer partituras.
Así que, efectivamente, se llevó a la isla desierta de su vejez el «libro» que había mencionado años atrás.

Murió muy tarde, sobrevivió a todo y acabó siendo una especie de monolito de la literatura islandesa, lo cual debió dejar huella en la literatura del país.
¿Siguen siendo estos temas —la búsqueda de la identidad, la autoafirmación lingüística, el dominio geográfico y político— temas centrales en la literatura islandesa actual? El año pasado publicaste un libro, A la sombra del volcán: un viaje literario al corazón de Islandia, en el que abarcas un amplio abanico de temas, desde las Eddas y las Sagas hasta la actualidad.

Im Schatten des Vulkans - Eine literarische Reise ins Herz Islands

Halldór Guðmundsson | A la sombra del volcán: Un viaje literario al corazón de Islandia | btb | 512 páginas | 29,00 EUR

Desde esta perspectiva antigua, ya no son los temas centrales. Los temas que ocupan a los escritores más jóvenes son, en general, los mismos que en el resto de Europa.

Dices «Europa» ...

Sí. Nos consideramos europeos, aunque seguimos estando un poco más alejados que otros europeos. Y precisamente eso genera una tensión interesante.
A pesar de nuestra situación periférica, ahora contamos con una literatura de inmigración muy activa. Alrededor de 80.000 de las 400.000 personas que viven en Islandia son inmigrantes, es decir, aproximadamente el veinte por ciento de la población. La gran mayoría no son refugiados, aunque a nivel político se tiende a dramatizar la situación. La mayoría está aquí para trabajar, enviar dinero a casa y construirse una vida. El grupo más numeroso procede de Polonia, seguido de cerca por el de Lituania.
Hace cien años, solo un uno por ciento de la población era extranjera. Hoy es el veinte por ciento. Y me parece increíblemente interesante que de ese sector de la sociedad estén surgiendo autores que escriben en islandés sobre su identidad.

Los paralelismos con el sur global, por ejemplo, con Filipinas, son realmente llamativos. Sobre todo, porque aquí la diáspora está haciendo exactamente lo que antes hicieron durante tantos años los «nativos» colonizados: situarse en el mundo a través del relato.

Exactamente. Los islandeses siempre han intentado capturar la esencia de la vida en historias. Si le preguntas a un islandés cuál es el sentido de la vida, suele empezar por su tío en los Westfjords, una anécdota que lo explica todo. Siempre hay una historia.

No dista mucho de la tradición oral de muchas culturas del África subsahariana...

Sí. Uno se cuenta una historia para explicarse la vida. La filosofía, en sentido estricto, es un producto de la ciudad: conceptos abstractos, largas ristras de palabras alemanas, todo eso. Horkheimer escribió una vez en una carta en inglés: «No hay pensamiento, propiamente dicho, más allá de las ciudades». Así ven el mundo los filósofos urbanos. Los islandeses nunca fueron particularmente buenos en ese ámbito. No teníamos grandes ciudades, teníamos granjas, pueblos pequeños, una naturaleza inhóspita. Pero aun así necesitábamos formas de enfrentarnos a la vida.
Básicamente, hay dos grandes preguntas: ¿Cómo encontrar tu lugar espiritual en el mundo? Y, a continuación, ¿cómo no perderte en él? En otras palabras, cómo encontrarte a ti mismo sin perderte en el proceso.
De esa tensión surgen las historias. Por eso existen tantos libros. Y Laxness era uno de esos autores que nos traía de vuelta cuando estábamos perdidos, así como él mismo en algún momento regresó del mundo a Islandia.


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