A la maestra con cariño. Mi homenaje a María Lugones

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A la maestra con cariño. Mi homenaje a María Lugones

En tiempos cada vez más hostiles, las voces que nos recuerdan por qué luchamos son vitales. Como la voz de María Lugones, que fue maestra de nuestra autora, la pensadora caribeña y descolonial Yuderkys Espinosa Miñoso.
Yuderkys Espinosa

Yuderkys Espinosa Miñoso es escritora, investigadora y profesora afrocaribeña. Una de las pioneras del feminismo descolonial y alumna de María Lugones. Es autora de numerosos ensayos y textos académicos, así como editora de varias antologías importantes sobre feminismo descolonial. Sus obras han sido traducidas al inglés, francés, italiano, alemán y portugués.

Tuve la oportunidad de conocer a María Lugones durante una conferencia en Buenos Aires en 2003. Cuerpos Ineludibles: un diálogo a partir de las sexualidades en América Latina fue el título de la actividad organizada por el grupo Ají de pollo, un colectivo conformado por activistas y académicas feministas y de la disidencia sexo-genérica argentina. El encuentro, muy en sintonía con la publicación Cuerpos que Importan de Judith Butler, autora de referencia obligatoria en este encuentro, aglutinó activistas, intelectuales y académicxs de diferentes lugares de América Latina, en un momento donde la teoría queer llegaba y se imponía en las principales ciudades latinoamericanas como nueva y descubierta verdad sobre la sexualidad y el género.

Como es mi costumbre terminé siendo una voz discordante en ese encuentro pues, aunque lectora de Butler, de De Lauretis, Wittig, Foucault y el puñado de autores posestructuralistas de culto del momento, mi acercamiento a sus posicionamientos siempre fue desde el cuestionamiento. En mi exposición intenté hacer una revisión crítica de la performatividad desde mi lugar enunciativo, al tiempo que cuestionaba la manera en que la misma era acogida acríticamente por el feminismo y la disidencia sexo-genérica en América Latina. Lo hice con las herramientas teórico-conceptuales que tenía a mano en ese entonces, en un momento donde estaba a punto, pero aún no me topaba con la crítica descolonial en ciernes. A pesar de ello la exposición posteriormente publicada (1) logra lanzar una serie de preguntas acordes al tipo de preocupaciones que desarrollaré a mayor profundidad en mi etapa descolonial. 

(1) Ver: Espinosa-Miñoso, Yuderkys (2004). “A una década de la performatividad: de presunciones erróneas y malos entendidos”. En J. Fernández, M. D´Uva, P. Viturro (Comps.), Cuerpos Ineludibles. Un dialogo a partir de las sexualidades en América Latina. Ediciones Ají de Pollo, Buenos Aires.

De esta conferencia guardo dos recuerdos importantes: por un lado, la violencia epistémica, la arrogancia eurocéntrica y el profundo racismo al que tuve que enfrentarme por parte de algunes invitades al evento. Por el otro, el encuentro con Lugones, quien jugaría un papel de primer orden en el desarrollo posterior de mis ideas y el cambio radical que daría más adelante.

En mi recuerdo, María me llamó la atención desde la primera vez que la vi. La impresión que me dio fue la de una persona que no encajaba del todo en el ambiente del encuentro. María llevaba pantalones y camisa a la manera en que suelen llevarlo las chongas, es decir, las tortilleras de performance masculino. Ahí estaba ella sentada, esperando su turno con una mascarilla que ocultaba la mitad de su rostro. Luego me enteraría por ella misma que en esa época andaba por Buenos Aires para un trasplante de riñón y por eso estaba inmunodeprimida. 

Hago el esfuerzo de recodarla lo más exacto que sea posible desde la distancia. Recuerdo haber visto esta señora algo tímida y “rara”, que al momento de hablar hacía gestos de vieja sabia. Yo no sabía quién era, nunca había escuchado su nombre, pero cuando habló, de su boca salieron palabras que me cautivaron. No comprendí casi nada de lo que dijo, pero, por alguna razón, quizás más intuitiva que otra cosa, supe que estábamos en sintonía, que algo nos unía.

 (2) La intervención de María en el congreso fue recogida posteriormente en el mismo libro publicado por Fernández, D´Uva y Viturro.

En este encuentro María se presentó como parte del feminismo de color en los EE. UU., dijo odiar la palabra lesbiana porque ella “nada tenía que ver con las cosas occidentales ni con la isla de Lesbos” y, desde ya, como hasta su muerte, se desmarcó de la teorización queer. Lo hizo en el momento de mayor auge de esta corriente en Argentina y antes de que se popularizara como se popularizó posteriormente a nivel mundial. La filósofa señaló estar en unas reflexiones respecto de la diferencia entre “el ser” y “el estar” tal como lo había teorizado Rodolfo Kusch, filósofo argentino que ella acababa de traducir al inglés, y su intervención se centró en mostrar lo que el pensamiento de Kusch le aportaba para pensar su experiencia como “jota de color”. Para María había una radical diferencia entre el pensamiento de Kusch y el de ella misma, y la teorización posmoderna por lo que ella consideraba como un rechazo apresurado a la identidad. En su corto discurso señaló la necesidad de abandonar el análisis que encubría “la interconexión entre clase, sexualidad, raza, colonización y sexo” y señaló que el rechazo a las esencias no debería provenir de una suerte de eurocentrismo u occidentalismo. Finalmente habló de la inseparabilidad de la experiencia y de la necesidad de un “peregrinaje” hacia otras cosmologías y otros mundos por fuera de la modernidad (2). 

"Jota de color" es un uso local para referirse a "mujer no heterosexual", equivalente a lesbiana en nombre occidental.

Entenderán por qué, aun cuando por falta de referencias no comprendiera mucho de lo que hablaba Lugones en ese momento, sentí una fuerte conexión con ella. Mucho del vocabulario que utilizó en su presentación estaba cargado de conceptos que con el tiempo se volverían centrales en mi pensamiento. Ella confirmaba muchas de mis intuiciones del momento y sentí curiosidad por su trabajo. Lo que yo no sabía en aquel instante es que aquella “jota de color” estaba en medio de un giro dentro de su pensamiento y sus intereses teóricos. Para el 2003 María acababa de publicar Peregrinajes y en el 2008 publicaría Colonialidad y género

Con el pasar del tiempo nuestros caminos confluirían y ella devendría una de mis mayores maestras.

Pero no volví a toparme con María hasta el 2011, en otro encuentro internacional, en esta ocasión realizado en Bolivia y al cual fuimos invitadas junto a algunas voces del feminismo comunitario. Para ese entonces ya habían pasado muchas cosas, tanto en mi vida como en la de ella. Ya había leído varios de sus escritos y ya la citaba por todas partes en mis trabajos y conferencias; de hecho, ya ambas hacíamos parte del feminismo descolonial y estábamos ampliamente involucradas en la tarea de expandirlo y llevar la crítica a todas partes que desde allí hacíamos al feminismo blanco. 

(3) Ver en Espinosa-Miñoso, Y. (2009). “Etnocentrismo y colonialidad en los feminismos latinoamericanos: Complicidades y consolidación de las hegemonías feministas en el espacio transnacional”, Revista Venezolana de Estudios de la Mujer, Nº 33, Vol. 14, pp. 37-54.

Como dato interesante debo decir que en el 2008 escribí Etnocentrismo y colonialidad en los feminismos latinoamericanos: Complicidades y consolidación de las hegemonías feministas en el espacio transnacional. Fue el mismo año en que salió publicado Colonialidad y género de Lugones, sin embargo, yo no tuve acceso a este texto hasta el año siguiente cuando ya mi artículo estaba en prensa. A pesar de esto, para ese tiempo ya había leído mucha teoría feminista negra y de color y de Lugones había leído su trabajo Multiculturalismo Radical y feminismo de mujeres de color. Además, yo contaba con las reflexiones críticas que veníamos haciendo desde el feminismo autónomo latinoamericano desde los años noventa, desde donde denunciábamos las hegemonías feministas aliadas a los gobiernos neoliberales de esa década y condescendientes con las recetas del Banco Mundial y las agencias multilaterales de endeudamiento, el Sistema de Naciones Unidas y la agencias de “ayuda al desarrollo”. Las autónomas de entonces descreíamos que la recién inaugurada agenda transnacional de derechos de las mujeres sirviera en algo a la mayoría de las mujeres de la región. No creíamos en el Estado, ni en sus instituciones, ni en una agenda para las mujeres pactada por las potencias mundiales con la complicidad del feminismo institucional hegemónico de turno. Así que, haciendo una lectura crítica a Chandra Mohanty, valiéndome de las advertencias de Spivak y de mi propia experiencia en este artículo termino afirmando que al final no se trata únicamente, como señalaba Mohanty, de un problema del colonialismo de los feminismos del norte hacia los feminismos del sur, sino que se trata de la colonialidad de nuestros feminismos. En el texto, de forma intuitiva, afirmo sin mayores referentes que el problema de nuestro feminismo no es el colonialismo sino la colonialidad y con ello me refiero a la manera en que las feministas hegemónicas del sur capturan y encriptan a la subalterna a través de su representación, algo que hacen al mismo tiempo que guardan sus compromisos con el feminismo del norte y su colonialismo. En pocas palabras, las feministas blancas y blanco-mestizas burguesas o aburguesadas provenientes de las élites nacionales en América Latina daban continuidad al colonialismo siendo cómplices con los intereses del feminismo blanco europeo y norteamericano y con su propia clase (3). Este fue el punto de inflexión donde doy un vuelco en mi trayectoria y desde donde, ya unos años más tarde, vuelvo a encontrarme cara a cara con María. La complicidad fue instantánea. María atesoraba una crítica radical gracias a su paso por el feminismo de color y tercermundista en los EE. UU., que nos conectó a seguidas.

Para cuando nos encontramos en Bolivia, tanto María como yo, de alguna forma ya habíamos dado los pasos sustantivos hacia la senda en donde nos encontraríamos caminando juntas. Para ese entonces ya había invitado a algunas compañeras a la fundación del GLEFAS en el 2007 y nos habíamos asumido feministas descoloniales, siguiendo el llamado lanzado por María a través de sus escritos. Gracias a esta asunción temprana el GLEFAS terminó convirtiéndose en un proyecto colectivo que afirmó y contribuyó de forma sustantiva al desarrollo y expansión del feminismo descolonial. Es así que, a partir de ese encuentro de Bolivia, María y yo nos volvimos muy cercanas. Las visitas a Buenos Aires por parte de Lugones ayudaron a profundizar una gran amistad y colaboración. Cuando ella venía al país y coincidíamos, porque yo no estaba de viaje, nos dedicábamos a pasar las tardes juntas conversando. Mas que conversar, estos encuentros se convirtieron en un espacio de clases intensivas con la maestra. Tardes donde yo escuchaba con avidez el pensar de María sobre el mundo. Ella generosamente me compartía las claves de su pensamiento y yo no podía más que sentirme profundamente agradecida. Sus claves de lectura no venían solo de los libros, venían acompañadas de su experiencia del mundo. Ávida, escuchaba el relato de su vida como origen de su pensar, una historia cargada de anécdotas de lo que había vivido dentro y fuera del contexto del feminismo de color en los EE. UU., su encuentro con Aníbal Quijano y con el grupo inicial de intelectuales y académicos del giro descolonial. Entre un viaje y otro siempre llegaba cargada de nuevas historias y me ponía al tanto de los últimos avances en el desarrollo de su pensamiento. Ya con el tiempo y sintiéndome más segura para empezar a balbucear mi propia voz junto a ella, fui capaz de interrumpirla en sus soliloquios y contarle las intríngulis y desvaríos del feminismo latinoamericano, del cual ella, por edad y distancia, sabía menos; incluso en algunas oportunidades me animé a desafiarla en sus pensamientos.

Tuve la dicha de poder escuchar de su boca sus ideas más importantes, algunas de las cuales ya estaban en alguno de los artículos que yo ya había leído, otras en plena producción y que salieron publicadas en artículos posteriores, e incluso revisiones o precisiones de algunas de sus ideas principales. Los malos entendidos acerca de algunos de sus planteamientos era algo que la atormentaba y enojaba, pero al mismo tiempo servía para que ella volviera a intentar explicar o a que mejorara sus argumentos. Sus explicaciones acompañaban mi lectura de los artículos que iba publicando, así como mi propio pensamiento en desarrollo. De tal modo, me fui convirtiendo en una discípula cercana lo que me permitió seguir avanzando, mejorando y profundizando en mi propia obra. Así llegué a dominar muy tempranamente lo que ella quería decir con colonialidad de género en medio de tantos errores de interpretación: Me quedó clara su negación al uso de la categoría mujer para aplicarlo a las “mujeres” originarias de Abya Yala y a las traficadas africanas y sus descendientes; entendí su distanciamiento del uso del concepto de patriarcado, su impugnación de la categoría de género y su problematización de la reafirmación identitaria presentes en el uso universal de las terminologías de lesbiana, homosexual, trans, cisgénero en los contextos extraeuropeos; igualmente su obsesión con la idea de “permeabilidad” en contraposición a la de impermeabilidad, así como la importancia de pensar desde “la relación”. También pude comprender lo que desde su punto de vista constituía el límite de la interseccionalidad y la necesidad de superarlo. Algo que mejoró las críticas que tanto yo, como Ochy Curiel, ya veníamos haciendo.

Hay miles de anécdotas que se acumulan en mi recuerdo vivo de la maestra que constituyen parte de mi tiempo de formación como la pensadora caribeña y descolonial que he llegado a ser.

En una ocasión, en una conversación entre ella, Arturo Escobar y yo en algún bar de Buenos Aires, una conversación que mi amiga Iris Hernández de testigo tuvo la gentileza de grabar y transcribir, María dijo y cito textual: “Yo soy filósofa y he renunciado a la filosofía, porque es ahistórica. No sirve de nada, pero de cualquier manera es de donde vengo hasta cierto punto”. Esta afirmación nos ayuda a entender el compromiso de María con una apuesta política de mundo anclada en la diversidad epistémica y profundamente crítica del eurocentrismo de su disciplina. 

En ocasión anterior a este encuentro en Buenos Aires, en un encuentro académico que organicé junto a Arturo Escobar en la Universidad de Chappel Hill en Carolina del Norte, vi a María llorar en su intento de establecer relación intersubjetiva con Julieta Paredes, fundadora del feminismo comunitario. María lloraba profundamente afligida al ver la imposibilidad de “pensar con ella”. Ella tenía esa capacidad con la que me siento identificada de sentipensar las cosas. Cada cosa que pensó está asociada a un sentimiento, a una profunda capacidad de empatía e interconexión. 

No quiero dar la impresión de que pienso que María fuera perfecta, nada que ver. La María de mi recuerdo goza de tantas imperfecciones y sombras como las de cualquier mortal. Recuerdo una diferencia que tuvimos Carmen Cariño y yo con ella en relación con la crítica descolonial a la deshumanización. Como sabrán, para Fanon igual que para Quijano y todo el giro descolonial la colonialidad se asienta en una gran primera clasificación mundial racial del trabajo que dividió el mundo entre “humano-no humano”. La cuestión es que de allí se derivan formulaciones que parecerían reclamar ese lugar de humanidad como lugar negado y que debería ser rectificado. Carmen y yo argumentábamos como problemático este reclamo de humanidad pues sería aceptar la humanización como lugar natural común a toda la especie. Por el contrario, nosotras afirmábamos esta clasificación como propia del ethos moderno ya que implicó la separación humano-naturaleza y la jerarquización dentro de este par. Le recordábamos que esta separación no es tal en las ontologías relacionales. Y bueno, la maestra se enojó y se enojó mucho. En medio de la conversación se alejó indignada, dando un portazo. Carmen y yo nos reímos de su cerrazón sabiendo que lo que estábamos diciendo eran conclusiones a las que nos llevaban algunos de los postulados que ella misma sostenía. Al día siguiente, en el desayuno, la maestra se sienta a la mesa y nos dice: “lo pensé y es cierto, ustedes tienen razón”.