Libertades arriesgadas

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Libertades arriesgadas

Con la trilogía de Oslo "Love", "Dreams (Sex Love)" y "Sex", Dag Johan Haugerud ha creado una obra maestra cinematográfica, literaria y sociológica tan inteligente como conmovedora
Dag Johan Haugerud
Bildunterschrift
Dag Johan Haugerud @ Berlinale 2025

Love

Tal como ocurre con la vida misma, así es también la trilogía de Dag Johan Haugerud: bastante sencilla y, al mismo tiempo, bastante complicada. Porque Love, la primera película de la trilogía que se está estrenando en cines a nivel internacional, tuvo en realidad su estreno en Noruega a finales de 2024 como la última parte de la serie. Pero, por otro lado, no es como en el caso del compatriota de Haugerud,  Karl Ove Knausgård, cuyos cinco volúmenes bajo el título general Min Kamp tienen subtítulos muy similares a los de las películas de Haugerud, incluyendo uno que también se titula Love. Y aunque los libros de autoficción de Knausgård cuentan historias muy similares sobre los sinuosos caminos que pueden tomar el amor y la vida en nuestro tiempo, cada libro se construye sobre el anterior.

Oslo Trilogy Love

La trilogía de Oslo: Love (Sex Dreams) | 2024 | NOR | 119 Min.

No ocurre lo mismo con la trilogía de Oslo de Haugerud. Cada película cuenta una historia independiente con actores diferentes. Sólo un personaje —si se se puede considerar como tal—, aparece una y otra vez: la ciudad de Oslo. Es aquí donde se cruzan los caminos de los protagonistas, y todos acaban frente a un edificio en particular: el Ayuntamiento de Oslo, cuyas peculiares esculturas parecen prometer relaciones fluidas y poco convencionales.

En Love, este edificio ocupa un lugar central. Aquí, Marianne (Andrea Bræin Hovig) se encuentra con su amiga Heidi (Marte Engebrigtsen), que está guiando una visita por el ayuntamiento y explica las sexualidades fluidas de las esculturas y, con ello, también algo así como la concepción noruega de la condición humana. Esta base teórica es, por así decirlo, puesta en práctica por Marianne a lo largo de la película. Ella trabaja como médica en una unidad oncológica, asesorando a hombres con cáncer de próstata. Al igual que al enfermero Tor (Tayo Cittadella Jacobsen), que la asiste en estas consultas, no le interesan las relaciones estáticas, sino que, como Tor, ama los momentos fluidos de la vida. Sólo que a ella le faltan las herramientas para integrar esos momentos en su propia existencia. Por azar, conoce a Tor en un contexto completamente distinto y aprende de él lo que hasta ahora le había estado vedado, al tiempo que reflexiona sobre cada paso que da en largas conversaciones no sólo con Tor, sino también con las parejas que va conociendo.

Además de los encuentros de Marianne, en los que, entre otras cosas, deja claro que el matrimonio como unidad de producción no es una opción para ella, Haugerud —conocido hasta ahora sobre todo por su obra literaria en Noruega y por su película Cuidado con los niños (2019) fuera del país, y que además ha trabajado como bibliotecario—, pone el mismo énfasis en la vida afectiva de Tor, que no sólo comprende mejor la homosexualidad de los pacientes de Marianne, sino que también tiene y busca otros amigos, y proviene además de una clase social diferente y de una región de Noruega cuyo dialecto suele ser objeto de burla.

Haugerud entrelaza estas dos trayectorias vitales, con todas sus apasionantes ramificaciones, en diálogos magníficos que, como en las otras películas de la trilogía, duran más de diez minutos, pero son tan realistas que uno no quiere dejar de escucharlos —y, sobre todo, de verlos. El elenco de Haugerud está cuidadosamente seleccionado hasta en los papeles más pequeños; todos actúan como si se jugaran la vida, o al menos el amor, sea este como sea.

Haugerud logra captar momentos de una ternura inesperada y profunda, como cuando Marianne, al entrar por la ventana de la casa del arquitecto Ole (Thomas Gullestad), con quien su amiga Heidi quiere emparejarla, le da una palmada en el trasero; o cuando Tor alcanza en bicicleta a Bjørn (Lars Jacob Holm) al salir del hospital e intenta hablar con él.

Y luego están las palabras, la ternura del lenguaje, la construcción del pensamiento a través del habla, tal como lo describe  Heinrich von Kleist en su ensayo de 1805 Sobre la paulatina elaboración de los pensamientos al hablar. En Love, esta reflexión desciende hacia profundidades cotidianas como la creciente presión que genera un buzón de correo lejano o una conversación durante una cena frugal en la casa de Ole en Nesodden. Cada diálogo conduce a descubrimientos tan fáciles como difíciles, porque lo importante no es siempre de qué se habla, sino el hecho mismo de que todos sean capaces de hablar entre sí. Sólo entonces cambia la realidad para cada uno de ellos, así que es lógico que el final tenga lugar en el Ayuntamiento de Oslo, donde Love comenzó. Pero claro, tampoco se trata de un final, sino de la insinuación de un nuevo comienzo.

Dreams

Al menos, en Dreams la cronología sí concuerda. Dreams es en realidad la segunda parte de la Trilogía de Oslo tal como la concibió Dag Johan Haugerud. Que Love o Sex vengan antes o después no parece importar a los distribuidores de fuera de Noruega, por mucho que Haugerud recalcara que Love pretendía ser la conclusión y cierre de su trilogía. Para mí, sin embargo, la trilogía también funciona como un tríptico cuyas partes comparten el mismo estatus y pueden intercambiarse, como ocurre en las pinturas de Max Beckmann, abriendo así nuevas intersecciones conceptuales.

Oslo Trilogy Dreams

 La trilogía de Oslo: Dreams | 2024 | NOR | 110 Min. 

Al mismo tiempo, esta confusión internacional encaja bien con el planteamiento de Haugerud: situar la complejidad casi inextricable de las relaciones humanas, las profundidades de la sexualidad y la negociabilidad de las normas sociales en el centro de unas películas «marcadamente» dialogadas. Si en Love los protagonistas eran adultos de más o menos la misma edad, en Dreams —que no sólo ganó el premio principal en la Berlinale de este año, sino también el FIPRESCI y el Guild Prize— Haugerud investiga el pensamiento, el sentir y el hablar de tres generaciones distintas.

Esto puede sonar un poco teórico, pero no lo es. Los diálogos de Haugerud son tan inmanentes a la vida cotidiana y al mismo tiempo catárticos, que al verlos y escucharlos uno no puede evitar sentir una alegría genuina. Dreams es quizá la película más compleja de la trilogía. La historia que aquí se narra se desarrolla lenta e imperceptiblemente. Johanne (Ella Øverbye), una estudiante de 16 años, se enamora de Johanna (Selome Emnetu), su nueva profesora de francés,  y, para reafirmarse en sus sentimientos e incluso comprenderlos, escribe un texto que muestra a su abuela Karin (Anne Marit Jacobsen), quien a su vez se lo enseña a su hija Kristin (Ane Dahl Torp), la madre de Johanne.

Aunque la película comienza de forma monotemática —el enamoramiento de una alumna hacia su profesora—, se desarrolla de forma totalmente inesperada. Esta evolución podría compararse con unas hojas de té lanzadas a una tetera sobre las que se vierte agua caliente, un momento que también presenciamos en la película de Haugerud y en el que tiene lugar una de las muchas conversaciones que la atraviesan. En estas conversaciones, las palabras pronunciadas no sólo transforman la situación, sino también la comprensión de lo que esa situación era y es. Estos cambios en la percepción provocados por el lenguaje se ven reforzados aún más por el texto leído en voz en off por Johanne, que explora el pasado y combina el presente fílmico, el flashback y el presente absoluto en un todo coherente y nos catapulta hacia un futuro aún por definir.

De ese futuro sólo vemos fragmentos: una escena magnífica en la consulta del terapeuta de Johanne, en la que no sólo se discute la necesidad de la terapia moderna y la discutible presión del sufrimiento psíquico, sino que también donde el presente se reconcilia con el pasado —y vuelve a aparecer el Ayuntamiento de Oslo, que en los tres filmes cumple la función de anclaje simbólico. Cada palabra pronunciada en esta conversación está cuidadosamente medida. Cuando el terapeuta de Johanne aborda la banalidad del sufrimiento de su cliente, Johanne se las arregla para rebatir su plausible punto de vista con igual solidez, porque tiene razón cuando dice: «Si nadie te quiere, no eres nadie».

Pero Haugerud cuenta mucho más. Habla del riesgo de perder el control sobre los sueños y las historias cuando se comparten. Habla de la transformación del amor en una ciudad cambiante y, en una conversación absolutamente conmovedora entre la madre y la abuela de Johanne, no sólo se habla de Flashdance, sino también de tres generaciones de feminismo y feminidad. También aquí el cambio es esencial, pero todo cambio es también un milagro, porque incorpora tanto lo que fue como lo que será. Esa unidad de lo que fue, lo que es y lo que será y la igualmente presente desunión entre lo que se dice, lo que se hace y lo que se siente, son la esencia de todo esto, las hojas de té que se abren al final, dando color y sabor al agua y a la vida.

A pesar de toda la seriedad, Haugerud se las arregla para no olvidar el juego ni el humor. La a veces insoportable levedad del ser se vuelve soportable no sólo a través de grotescos bonmots, como aquel que dice que Dios es un sueco desnudo, sino sobre todo gracias a la ligereza y la necesidad de todos los personajes de librarse del peso de la vida a través del acto de hablar y convertirse así en alguien nuevo. Al fin y al cabo, ésta es quizá la mayor promesa de nuestra era moderna: que en última instancia todo es posible. Una libertad desconocida durante milenios, que por fin puede hacerse realidad. En Dreams, como en Love y Sex, Dag Johan Haugerud muestra cómo lograrlo. Conmovedor, esclarecedor, fascinante. Gran cine. Gran literatura.

Sex

Si yo mismo hiciera películas y no sólo escribiera sobre ellas, serían como la Trilogía de Oslo de Dag Johan Haugerud. No son únicamente películas «literarias», porque están atravesadas por largas secuencias de diálogo que, incluso sin la cámara y sus imágenes, contarían historias absorbentes, emocionantes y conmovedoras sobre nuestro presente y nuestras emociones más cotidianas: las posibilidades de nuevos modelos de relación en Love, la variedad de vínculos a lo largo de tres generaciones en Dreams y el significado fluido de la sexualidad en Sex (que en Alemania, de forma bastante curiosa, se titula Sehnsucht, es decir, Anhelo). Aquí se revela, una vez más, que las películas de Haugerud son películas de la palabra, del lenguaje, que se imponen repetidamente sobre la estética visual y la fuerza narrativa de la imagen. Aunque no siempre.

Oslo Trilogy Sex

 La trilogía de Oslo: Sexo | 2024 | NOR | 118 Min.

Esto se evidencia desde la primera escena de Sex, absolutamente deslumbrante, en la que dos deshollinadores se sientan juntos en una oficina con vistas a los tejados de Oslo tras terminar su trabajo. Uno de ellos es el director de la empresa (Thorbjørn Harr), quien cuenta un sueño recurrente en el que se encuentra frente a David Bowie y este lo mira como ningún hombre le ha mirado jamás: sin ninguna expectativa, o más bien con la expectativa ampliada de que él, el hombre casado y con un hijo, también podría ser una mujer. Su compañero y amigo, interpretado por Jan Gunnar Røise, que también lleva una vida heteronormativa, le cuenta entonces una experiencia similar. No en un sueño, sino en la vida real: en su última visita a un cliente, un hombre le miró por primera vez en su vida como sólo lo hacen las mujeres, y además lo invitó a mantener relaciones sexuales.

Esta conversación lo cambia todo. No sólo profundiza la relación entre los dos amigos y colegas, sino que también tiene consecuencias permanentes en sus parejas: la mujer del deshollinador, interpretada por Siri Forberg y la del director, interpretada por Brigitte Larsen. Este núcleo de personajes, que incluye a los hijos adolescentes y a los amigos de ambas parejas, se ve cada vez más arrastrado a la vorágine de sueños y realidades que se plantearon al comienzo. Puede que esto recuerde en ciertos aspectos a Relato soñado de Arthur Schnitzler, llevada al cine por Kubrick en Eyes Wide Shut, o a su adaptación alemana, realizada el año pasado por Florian Frerichs. Sin embargo, la versión cinematográfica de Frerichs evidencia que Schnitzler ya no sirve para una adaptación verdaderamente contemporánea. Quien opine lo contrario debería ver Sehnsucht (Sex), ya que Haugerud muestra aquí, con una mezcla deslumbrante de ternura y lucidez, todo lo que es posible en nuestra realidad (occidental) actual y hasta qué punto el acto de hablar ha adquirido una función casi autoterapéutica para ambos sexos.

Esto incluye no sólo las relaciones sexuales que se exploran en la película, sino también las relaciones entre amigos y entre padres e hijos. Aunque el lenguaje es aquí también el centro de todo, uno podría seguir la película solo con el oído, sin necesidad de las imágenes, y aun así quedar fascinado.

Sin embargo, cuando se ven las imágenes y a los magníficos intérpretes de estos personajes finamente cincelados, elaborados hasta en el más mínimo detalle, ya no apetece apartar la vista de la pantalla, sino, en el mejor de los casos, entrar en ella, igual que Tom Baxter salió en su día de la pantalla en La rosa púrpura de El Cairo, de Woody Allen. Porque la realidad de Haugerud no sólo parece más real que la realidad misma, sino también mucho más inteligente, más bella y mejor. Ya sea en la escena en la que uno de los dos deshollinadores visita a un logopeda con su hijo a causa del bloqueo de su lengua provocado por el sueño de David Bowie o en las largas conversaciones entre las parejas o en la visita a un ballet coral. Al igual que en el documental de Sarah Polley sobre la búsqueda de su padre biológico Las historias que contamos, en el largometraje de Haugerud apetece conocer a las personas que aparecen aquí, hablar con ellas o, mejor aún, pasar una tarde entera, o toda una vida, con ellas.

Haugerud nos muestra que el mundo es tal como hablamos con él, la forma en que hablamos con quienes nos rodean. Pero esa libertad tiene un precio alto, ya que siempre implica un riesgo: la posibilidad de fracasar. Y también duele porque las conversaciones, ese forcejeo con el lenguaje y nuestras relaciones, es también un forcejeo con la verdad. Con la verdad exterior y con nuestras verdades más íntimas, que siempre es necesario confrontar. Sin embargo, la posible recompensa es la experiencia más hermosa que uno puede tener: ser vistos por los demás sin expectativas y poder ser quienes queremos ser. Incluso alguien completamente diferente, aunque sólo sea por una tarde en casa de un cliente y ante una chimenea limpia —sin olvidar, por cierto, la evidente y muy humorística carga simbólica del «deshollinador». Así es como Haugerud rompe sutilmente con nuestras expectativas en sus películas. Después de todo, ¿quién esperaría conversaciones tan reflexivas de unos deshollinadores, tanta profundidad de una estudiante en Dreams y una búsqueda tan poco convencional de una relación romántica por parte de una médica en Love?

Al final y a mitad de Sex, volvemos al ayuntamiento de Oslo y quizás creamos ver entre la multitud que pasa a los otros personajes maravillosos de Love y Dreams. ¿Están allí o no están? Pero incluso si no están, la posibilidad es suficiente. Igual que las películas de Haugerud son también la posibilidad plenamente real de una literatura convertida en cine.

Película reseñada (breve descripción y créditos)