Precisión implacable
La lectura es un proceso increíblemente subjetivo en el que influyen muchas cosas: lo que opinas del autor, lo que sabes de él, lo que ya has experimentado leyéndolo, si lo que lees abre una puerta en tu propia memoria o experiencia, etc. Si has visto a Edgar Selge actuar en el teatro y cómo aporta humor y originalidad a cualquier papel, eso significa también que estás dispuesto a conceder de forma anticipada a este libro una gran dosis de empatía. Esta se mantiene por lo menos durante 50 páginas, y para entonces ya se ha generado un verdadero interés.
Después de la dedicatoria "Para mis hermanos", sigue una críptica cita del Rey Lear, pero luego arranca directamente in medias res: Concierto en casa de los Selge, con 80 presos de un centro de menores.
Edgar Selge | Hast du uns endlich gefunden
Rowohlt Verlag | 300 páginas | 24 euros
Edgar Selge cuenta la historia desde el punto de vista del niño, del hijo. La música es un leitmotiv narrativo y contextual, en esta familia todos tocan instrumentos, Mozart y Beethoven son santos en esta casa. El padre es un excelente pianista y el hermano, Werner, se convierte en violonchelista profesional. Lo extraordinario de su infancia: el padre de Edgar Selge, un alto consejero del gobierno que toca él mismo en este concierto en casa, es el director de un centro de detención de menores y, como todo lo que viven los niños es lo normal para ellos, también lo es para Edgar. De algún modo, esto enseguida nos remite a Joachim Meyerhoff y su juventud en un psiquiátrico ("¿Cuándo volverán por fin las cosas a ser como nunca fueron?") del que su padre era también el director. Circunstancias insólitas de una infancia, narración episódica. Meyerhoff llama "novela" a su libro de recuerdos y admite así de inmediato lo que en realidad es evidente: la narración sobre la propia infancia debe rellenar lagunas, debe inventar diálogos, pintar detalles. Admitir la falta de objetividad tiene sentido y es coherente. Karl Ove Knausgård hizo lo mismo con su autobiografía novelada en seis volúmenes, "Min Kamp", en noruego. Como lector, uno suele olvidarlo, al menos cuando está cautivado.
Lo fascinante de los recuerdos de la infancia es el intento de transportar al lector a la mente de un niño, al mundo de un niño. Selge parece hacer un gran trabajo en esto, en cualquier caso hace que sus experiencias recordadas resuenen y canten. El tiempo presente continuo ayuda, te metes en su cabeza y te sientas a la mesa familiar. Pero al igual que de vez en cuando salta al futuro del adulto y abandona así el edificio de la infancia, algunas frases son también más sabias que el niño que experimenta. No es una lástima, porque de lo contrario el lector se perdería análisis cristalinos o percepciones posteriores. Por ejemplo, escribe sobre las opiniones de sus padres: "Pero tengo que darle la vuelta a sus puntos de vista para poder llegar a los míos". Una frase con validez universal. Es parte esencial de cualquier proceso de emancipación de los padres luchar por el derecho a interpretar las cosas de la vida. Los hermanos mayores pueden ser de gran ayuda en este proceso, en el caso de Selge sus hermanos Werner y Martin, que se enzarzan en acaloradas discusiones con su padre cuando se trata de sus teorías antisemitas o su supresión de las atrocidades nazis. Las visitas secretas del joven Edgar al cine también forman parte de su disociación de sus padres y de sus gustos culturales doctrinarios y nacional-conservadores, con los que lucha por un mundo fuera de la familia en el que pueda formar parte de la escena cultural popular actual. Del mismo modo que puede sumergirse en mundos de batallas y guerras en el jardín de casa gracias a su fuerte imaginación, se escapa a los mundos de aventuras de los clásicos del cine y gana a James Dean como hermano mayor y modelo a seguir. Sus experiencias en la escuela, su primer amor y sus conversaciones con delincuentes juveniles también le permiten ampliar sus horizontes. Pero el centro de la narración sigue siendo la familia.
Aunque el padre, educado y muy musical, pega regularmente al pequeño Edgar y le aterroriza con sus exigencias, éste no puede evitar quererle y admirarle. También éste es un destino de verdad universal y el drama de innumerables niños atormentados. El lector tiene que soportar la rabia reprimida del niño, que no puede sentir, lo que hace que a veces la lectura resulte emocionalmente agotadora. Sin embargo, la tensión emocional estalla luego en acciones aparentemente totalmente incomprensibles. Edgar roba, miente, engaña, destruye la simpatía, decepciona y provoca, poniendo los pelos de punta mientras lees.
La crueldad y precisión con que el autor describe el complejo y a menudo ambivalente estado emocional del niño es sobrecogedora. Como toda gran literatura, ofrece la oportunidad de iluminar el propio mundo interior hasta los recovecos más recónditos comparando o comprendiendo, por así decirlo, juntos.
¿Cómo llegué a ser quien soy?
El libro describe la generación de entreguerras desde la perspectiva de un niño nacido en 1948. El padre perdió a dos hermanos en la Primera Guerra Mundial. Al final de la Segunda Guerra Mundial, los padres huyeron de Königsberg a Occidente, todavía con un carácter de clase media alta, pero con profundas raíces en el nacionalsocialismo. Desconocían la Alemania democrática de posguerra y preferían estar completamente absortos y aislados en la música. Los hermanos mayores están en contra, exigen una confrontación con la época nazi, pero se permiten treguas mientras hacen música juntos; el pequeño Edgar está confuso, sufre, ama, observa, es táctico, sigue completamente atrapado en el mundo de la guerra. Quiere entender a sus padres, los quiere. Se abre camino a través de ellos. Hay la siguiente frase sobre su padre: "No quiere parecer un nazi, pero toda su estructura de pensamiento y lenguaje se construyó durante esta época, y no puede encontrar otra tan rápidamente". ¿Existe un mejor análisis sociológico-psicológico de esta generación en una sola frase?"
También encuentra palabras empáticas para la infeliz vida de su madre, que no satisfizo sus necesidades. Y describe -quizás ya lo haya experimentado usted mismo- el shock cuando de repente se da cuenta de las similitudes con su propio padre, con quien también tiene que compartir su propio nombre de pila. Los padres como un destino ineludible, la confrontación con ellos una tarea de toda la vida que el autor aún no parece haber dominado.
"¿Nos has encontrado por fin?" -la frase que da título al libro procede de un sueño en el que Edgar Selge busca a sus padres ya de adulto- es un debut sorprendente. Me encantaría tener más.