En lo más bajo
Allen LaneHu Anyan | I Deliver Parcels in Beijing: On Making a Living | Astra House | 17,99 EUR
Hu Anyan es —o mejor dicho, fue— uno de los cerca de 200 millones de los llamados gig workers (trabajadores de plataformas). Como jornaleros modernos, se desplazan de ciudad en ciudad, de empleo en empleo, lubricando con su trabajo precario los engranajes de la economía de plataformas china. Anyan ha tenido 19 empleos diferentes en 20 años. Ha trabajado como panadero, en una gasolinera, como camarero, en la venta por correo, en una tienda de bicicletas y como repartidor. Con esta trayectoria, pertenece más bien al tipo de trabajador estable dentro de este entorno. Hu Anyan vive desde hace unos años con su mujer en un pequeño piso como uno de los más de 20 millones de habitantes de la ciudad provincial china de Chengdu. Su texto autobiográfico sobre el trabajo precario fue publicado en China en 2023 y celebrado por el público lector como todo un acontecimiento. Desde octubre de 2025, el libro Reparto paquetes en Pekín también está disponible en traducciones al inglés y al alemán.
La descripción desapasionada de la precaria vida laboral en la China moderna que hace Hu Anyan recuerda al naturalismo literario, a Gerhart Hauptmann, Émile Zola y Maxim Gorky, pero también a la conmovedora novela sobre los mataderos de Upton Sinclair La Jungla. Sin embargo, a diferencia de los autores de los siglos XIX y XX, Anyan nunca da la impresión de ocuparse de la cuestión social como una pregunta sobre el estado de la sociedad. Es cierto que algunos jefes, y a veces incluso alguna jefa, se comportan de forma bastante desagradable con sus empleados. Pero el sistema no se cuestiona en ningún momento. Ni siquiera se trasluce —al menos para los lectores occidentales— bajo la superficie del texto.
Es evidente que el libro de Anyan ignora la dimensión social del tema. No se pregunta quiénes se benefician de la desenfrenada economía de plataformas. No acusa a los optimizadores impulsados por los números ni a los que recortan costes en las sedes de las empresas. No se burla de los apparatchiks del omnipresente partido. Probablemente ese sea el precio que hay que pagar para poder crear, en el espacio público inundado de propaganda de la República Popular algo que se parezca siquiera a una contraesfera pública. El éxito del libro entre los lectores chinos parece justificar este enfoque.
En el libro de Anyan, el individuo se mueve en su rueda de hámster, día tras día. El repartidor del Pekín actual apenas difiere de un personaje de Kafka de hace cien años en Centroeuropa. Un poder anónimo decide sobre él y sobre su vida. Pero este poder el totalmente inasible, al menos para el narrador. De hecho, hace más de 15 años, Hu Anyan empezó a leer libros en sus escasas horas libres y años más tarde contó en una entrevista que los personajes de Musil y Kafka le conmovieron especialmente. Por así decirlo, esas lecturas dejaron huella en su escritura. Los trabajadores de plataformas de hoy en día también parecen estar a merced de un poder inasible, de un aparato sin rostro: la tecnología controlada por algoritmos.
Las plataformas chinas controlan a sus repartidores mediante apps, GPS y algoritmos. En la competencia por las cuotas de mercado, cada minuto cuenta. Hu Anyan calcula de manera objetiva el efecto que la economía de plataformas provoca en su trabajo: «Nuestro horario habitual era el "996", o dicho de otro modo, estábamos disponibles de nueve de la mañana a nueve de la noche, seis días a la semana». Según sus cálculos, un repartidor necesitaba 7.000 yuanes al mes para sobrevivir en Pekín. Con unos 26 días laborables, eso suponía 270 yuanes al día, o 0,5 yuanes por minuto, teniendo en cuenta los tiempos de carga y desplazamiento. Para evitar pérdidas, tenía que entregar con éxito un paquete cada cuatro minutos. «Si un minuto valía 0,5 yuanes, ir al baño costaba un yuan», calcula Anyan, «pero solo si los aseos eran gratuitos. Un almuerzo me llevaba veinte minutos —diez de ellos esperando a que me trajeran la comida—, así que el coste de ese tiempo era de 10 yuanes. Un simple plato de arroz con carne costaba 15 yuanes. Demasiado caro para mí. Así que normalmente no almorzaba. Y para no tener que ir al baño tan a menudo, apenas bebía nada por las mañanas».
Quienes lean el libro desde una perspectiva literaria se sentirán bastante decepcionados. Como cronista, Hu Anyan se inscribe en una tradición documental que da voz auténtica a los que no la tienen, sin conceder gran importancia a una dramaturgia sofisticada o a perspectivas narrativas modernas. Abre al resto del mundo la mirada hacia un ámbito precario y lleno de conflictos de la sociedad china que rara vez se aborda en los debates geopolíticos.
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