Entre Eros y Tánatos

© ReproduktLuz | Dos semidesnudos femeninos | Reprodukt Verlag | 192 páginas | 29 EUR
El niño se detiene y nos mira. En realidad, está observando una obra en una exposición, pero la perspectiva del dibujante nos hace sentir que somos nosotros los observados. Nos mira fijamente, le devolvemos la mirada: nosotros somos el cuadro. Al principio, el niño se muestra escéptico, parece inquieto, desconcertado ante lo que ve, pero luego fija la mirada en la obra con una concentración absoluta. El juguete, un pequeño avión de combate que tiene en la mano, pasa a ser algo completamente secundario e irrelevante. Entrecierra el ojo derecho y se sumerge fascinado en la contemplación, se pierde y desparece fuera del tiempo y del espacio. Ya no sólo mira: ve.
Este es el momento: Lothar, el niño, se ha enamorado del cuadro. Eros ha lanzado su flecha y le ha dado en el corazón. Pero al momento siguiente se aleja, echa un último vistazo, y la multitud se interpone entre él y la obra.
El cuadro en cuestión es Dos semidesnudos femeninos (1919), de Otto Mueller. Lothar lo vio en 1937, en la exposición Arte degenerado en Múnich. Fue colgado demasiado bajo para subrayar su inferioridad, por ser una "representación cultural bolchevique de carácter pornográfico". El montaje debía transmitir que se trataba de un garabato infantil, una basura sin valor. Y así es como el cuadro acabó justo a la altura de los ojos de Lothar.
La novela gráfica de Luz Zwei weibliche Halbakte (Dos semidesnudos femeninos) nos cuenta ahora la apasionante y conmovedora historia del cuadro homónimo de Otto Mueller. Y Luz utiliza un truco narrativo sorprendente. Vivimos la historia exclusivamente desde la perspectiva limitada del cuadro. El lector siempre ve lo mismo que el cuadro. A primera vista, el encuadre de las viñetas se mantiene fiel a la disposición clásica del cómic, con recuadros de tamaño uniforme alineados unos junto a otros, pero esta regularidad se ve continuamente perturbada por formas inclinadas o giradas que generan desconcierto. El tamaño de las viñetas varía continuamente, ocupando a veces una página entera para volver después a su tamaño original. Lo que no cambia, sin embargo, es el formato: el cómic de Luz desarrolla aquí una forma radical de narración al adaptar toda la estructura de viñetas a las dimensiones físicas del cuadro original de Mueller (120 × 90 cm). Cada página reproduce este formato vertical, haciendo que las viñetas parezcan fragmentos de una exposición museística: la propia historia se despliega y se desplaza ante el cuadro y ante nosotros. Göbbels, Göring y Hitler pasan por delante, los visitantes del museo se fijan en la obra, otras obras de arte se sitúan frente a ella y parecen dialogar con ella. Si a lo largo de su historia el cuadro se gira, se inclina, se cuelga o se ladea, la viñeta reproduce sistemáticamente esos movimientos. Esta estricta disciplina formal convierte al libro en una especie de galería histórica invertida y transitable: el lector no recorre una secuencia clásica de cómic convencional, sino que deja que los acontecimientos se desarrollen ante él. Sin embargo, no permanece ajeno, la perspectiva prácticamente lo obliga a identificarse con el cuadro, a fundirse con él. ¿Qué llevó a Luz a buscar y construir un vínculo tan estrecho con esta obra?
Luz, cuyo nombre completo es Rénald Luzier, fue una de las figuras claves de Charlie Hebdo. Como cofundador del relanzamiento de la revista en 1992, desempeñó un papel decisivo en el desarrollo de un estilo satírico provocador y crítico con la sociedad. Sus viñetas eran conocidas por su aguda ironía, su capacidad para sintetizar temas complejos y su voluntad de romper tabúes... hasta que 7 de enero de 2015 lo cambió todo.
Luz no fue una de las víctimas del atentado contra la redacción de Charlie Hebdo porque justamente ese día llegó tarde a la oficina. Llegó cuando los atacantes ya se habían dado a la fuga. Fue una suerte increíble, pero el atentado tuvo un profundo efecto en Luz, tanto personal como artísticamente, y desencadenó en él una crisis existencial: se vio abrumado por el miedo y el sentimiento de culpa, y durante meses fue incapaz de dibujar. En mayo de 2015 anunció que abandonaba la redacción de Charlie Hebdo. El período posterior al atentado estuvo marcado por una intensa búsqueda de sanación, una confrontación con el trauma y una lucha por encontrar el modo de volver a dibujar.
Con Katharsis, Luz no solo consiguió volver al arte: el volumen es también una reflexión sobre este proceso. En él, el autor enfrenta el atentado con una honestidad brutal y una intimidad descarnada, abordando sus bloqueos, miedos, dudas y autorreproches: "Sentí la necesidad de mostrar cómo era mi mundo interior". Katharsis muestra cómo, en el día de su cumpleaños —el mismo día del atentado—, Luz está en la cama con su esposa y por eso llega a la redacción después del crimen, cuando los atacantes ya han huido. La interacción freudiana entre Eros y Tánatos se abre ante Luz y ante el lector con una claridad casi insoportable: mientras Luz y su esposa hacen el amor, sus amigos y colegas están siendo asesinados. Katharsis se convierte así en una suerte de diario visual que documenta sus luchas internas, pero también marca el inicio de un proceso de sanación, tanto artístico y como personal.
La nueva novela gráfica de Luz, Zwei weibliche Halbakte, puede entenderse en este contexto como un paso más en este camino de reconstrucción. Se trata de una obra que gira en torno a la fragilidad del ser humano, sus relaciones y su creatividad, pero también aborda situaciones de vulnerabilidad y de búsqueda de reparación. Y el turbulento destino del cuadro de Otto Mueller le sirve de telón de fondo.
El cómic comienza con la escena de la creación del cuadro en un bosque cercano a Berlín. La pintura comienza a “ver”, por así decirlo, con los primeros trazos del pintor. Las primeras pinceladas y zonas de color de Mueller sobre el lienzo abren perspectivas sobre el paisaje circundante y sobre la modelo María, la esposa de Mueller. Y a partir de ahí, recorremos con la obra las distintas etapas de su existencia a lo largo de más de un siglo hasta su presentación actual en el Museo Ludwig de Colonia.
Vemos con el cuadro cómo su propietario, el abogado Littmann, se suicida en 1934 a causa de las represalias de los nacionalsocialistas. Vemos cómo el cuadro es subastado sin éxito en Lucerna en 1939. Vemos cómo el marchante de arte Hildebrand Gurlitt se deja seducir por la belleza del cuadro y lo intercambia por otras obras de arte antes de venderlo él mismo. Vemos cómo el cuadro fue donado al Museo Wallraf-Richartz (actual Museo Ludwig) de Colonia en 1946. Allí permaneció hasta 1999, cuando fue devuelto a Ruth Haller, hija de Littmann, a quien el Museo Ludwig se lo compró en 2000. Vemos todo esto a través de los ojos del cuadro.
A lo largo de este cómic, Luz se mantiene fiel a su característico estilo gráfico: una hábil mezcla de trazos rápidos, aparentemente abocetados, y un preciso énfasis en lo esencial. Al igual que en su adaptación de la trilogía Vernon Subutex de Virginie Despentes, despliega aquí su singular talento para plasmar atmósferas y personajes complejos con trazos breves pero certeros. Los personajes no están elaborados de forma naturalista, sino con una exageración típicamente caricaturesca que capta siempre lo esencial del personaje y de la situación.
Y por eso lo reconocemos de inmediato. Lothar se ha convertido sin duda en un anciano, un poco cansado, que se arrastra lentamente durante su visita al Museo Ludwig. Pero es él, sin duda. Entonces se encuentran. Su mirada algo vacía de repente halla un punto de apoyo. Al principio el anciano se muestra escéptico, parece inquieto, desconcertado por lo que ve, pero luego observa concentrado la obra de arte. El bastón, que ahora necesita para caminar, se vuelve completamente secundario e irrelevante. Entrecierra el ojo izquierdo —no, sonríe, porque antes era el derecho— y se sumerge fascinado en la contemplación, se pierde y desaparece completamente fuera del tiempo y del espacio. Ya no sólo mira: ve. Y el momento se repite: Lothar, el anciano, se ha reencontrado con su amor. Eros ha disparado otra flecha y le ha dado en el corazón.
Pero otra vez llaman a Lothar. Probablemente por última vez... Un último vistazo —el museo cierra, está anocheciendo: Eros y Tánatos.