De encuentros y desencuentros
María Ignacia Schulz es autora y traductora afro-colomboalemana. Sus intereses de investigación incluyen las literaturas afrocaribeñas hispánicas y los feminismos negros y afrocaribeños.
Es lo mismo siempre. Me repito que esta vez no iré, que no tengo tiempo, que en otra ocasión será. Lo máximo que he logrado detener el impulso de adquirir inmediatamente las entradas, para una de las ferias del libro más grande del mundo, han sido dos semanas antes de que la misma abra sus puertas. Luego termino escogiendo las conexiones de tren, llamando a mis amigos en la ciudad para organizar mi estadía, empacando una pequeña maleta y alegrándome, una vez más, de mi visita. ¿Qué tiene de especial la Feria del Libro de Fráncfort que año tras año me lleva a ella desde hace casi una década? Reconozco que en esta ocasión el anuncio de la presencia de mi amiga y colega, la increíble traductora Johanna Schwering, y de mi amigo y escritor colombiano, Rodolfo Lara Mendoza, dieron la puntada final para alistar mis pasos. Pero la fascinación sigue allí, pese a mi intento de rebeldía. Así que cuando me entero de la posibilidad de los reencuentros, hallo una razón más para sucumbir.
La primera vez que asistí fue en octubre de 2015. La revista literaria que había fundado con varios amigos y a la que estuve vinculada hasta el 2019, alba.lateinamerika lesen, presentaba en el marco de la feria su octavo número: una edición especial dedicada completamente a la literatura chilena. Alia Trabucco Zerán, Alejandro Zambra, Nona Fernández, Enrique Winter, Andrea Jeftanovic, fueron algunas de las voces que le dieron cuerpo a ese número.
En ese año el país invitado era Indonesia. Al igual que en nuestros días, el tema que marcaba a Europa era la crisis migratoria. Millones de refugiados huían de las guerras y conflictos étnicos desatados en sus países de orígenes. Entre 2015 y 2017, Alemania recibió casi la mitad de las solicitudes de asilo que se presentaron a la Unión Europea. Se hizo célebre la frase de Ángela Merkel, en aquel entonces la canciller de Alemania: “Wir schaffen das!” (en español algo como: ¡Podemos lograrlo!). Nueve años después, aumenta a pasos agigantados la derecha en Europa, pululan los discursos racistas y discriminatorios de toda índole, las guerras se extienden con sus múltiples rostros en Haití, Gaza, Ucrania, el Congo. ¿Y la feria? La feria se propone, como todos los años, resolver el dilema de posicionarse políticamente sin ser “demasiado” política. O, dicho de otra manera: dándole visibilidad estratégica a algunos problemas mientras cierra sus ojos a otros. Porque en el fondo sabemos que las vidas no importan de la misma manera.
Considerada la mayor feria comercial de libros que existe y una de las más importantes del mundo, congrega cada año a cientos de miles de personas alrededor del libro, su publicación y difusión. Lo que poco se menciona es que no cuenta con el mayor número de asistentes totales. Esta distinción se la lleva la Feria del Libro de Guadalajara (FIL), en Jalisco, México. Y tampoco es la feria del libro más longeva, porque esa es la Ekushey Bookfair de Bangladesh. La de Fráncfort fue creada principalmente para reunir a un público especializado en torno al conocimiento, discusión y puesta al día de las últimas novedades bibliográficas. El público general tiene acceso los dos últimos días de la feria (sábado y domingo) y es en este momento cuando despliega su mayor fascinación: miles de personas caminando por sus pabellones, pasillos, visitando cada stand de exposición, haciendo filas para obtener la firma de autoras y autores, llenando bolsas de telas con todas las revistas, periódicos y toda clase de material de propaganda. Con algo de suerte, estos visitantes interesados febrilmente en los libros se verán capturados por alguna cámara televisiva.
En Alemania, por supuesto, en los días previos a la apertura y posteriores al cierre, la feria es uno de los temas centrales de las programaciones televisivas. A quién se invitó y, por ende, a quién no; cuáles fueron las discusiones más álgidas y de qué manera el mundo de afuera determinó el rumbo de este microcosmos bibliófilo, serán las preocupaciones centrales. Desde hace mucho tiempo, la Feria del Libro de Fráncfort se convirtió en un espectáculo mediático de la auto exhibición. En la persecución de récords: más público, más stands, más eventos, más de todo que el año anterior. Y, sin embargo, conserva el encanto de una inmensa biblioteca con sus anaqueles repletos de libros en diversos idiomas. Salvo por el silencio. El silencio no existe sino un murmullo de pasos, de voces probablemente acordando citas o cerrando negocios. Toca acostumbrarse y exige capacidades altas de concentración escuchar con atención las charlas programadas que se realizan, en su mayoría, en tribunas instaladas entre los pasillos o en los mismos puestos de las editoriales, con un público fluctuante que puede quedar enganchando por el contenido de la charla misma, por sus locutores o por la promesa de alguna copa de vino al final.
Este año el país invitado de honor a la feria es Italia. A finales de los 70, se crea un pabellón dedicado exclusivamente a la literatura del país invitado. De esta manera, se promueve el conocimiento de la nación huésped y la programación de la feria gira, principalmente, en torno a temáticas afines relacionadas con la literatura de dicho país. El programa cultural traspasa las locaciones feriales y se extiende a toda Alemania por esos días. Así que es posible tener un poco de la literatura invitada en otras ciudades alemanas.
En el 2022, cuando España fue el país de honor invitado, me llené de mucha ilusión al imaginar los tesoros que podría hallar en mi lengua materna. Fue mi estancia más larga pues asistí de miércoles a sábado. Armé mi plan de visitas a los eventos tratando de que los caminos entre uno y otro espacio fuesen eficientes. En la feria los desplazamientos pueden costar largos minutos, así que debe haber algo de estrategia al decidir qué ver y qué no. Ese año, no obstante, la feria abría sus puertas a una normalidad que aún resultaba muy desconcertante. Tras la pandemia, los modos de transitar por el mundo ya no eran los mismos y ello se percibía. Se sentía la contención, la distancia de seguridad que se instalaba inmediatamente, la búsqueda más frecuente de un poco de aire fresco. La excepción ese año fue el conocer a Irene Vallejo, con quien intercambié algunas palabras. Una escritora de sonrisa calurosa, afable, que te hace sentir como una amiga de toda la vida cuando te abraza.
Eslovenia sería el invitado de honor al año siguiente, en el 2023. De esta edición de la feria me quedaría el amargo sabor de la denegación del Premio de Literatura a la escritora palestina, Adania Shibli. El premio ya había sido anunciado, pero con el horrible telón de fondo del ataque de miembros de la milicia de Hamas a Israel y la posterior violenta respuesta del gobierno israelí bombardeando Gaza, la directiva de la feria decidió retirar la entrega del reconocimiento. El filósofo esloveno, Slavoj Zizek, en su discurso inaugural, profundamente emotivo y lleno de furia, denunciaría lo que el llamó una cultura de la cancelación al negarle dicho premio a Shibli. Ese año, no sería ella la única persona a la que se le cancelara su participación en la feria después de haber sido invitada. Un posicionamiento político que aún me cuesta comprender.
Así que cuando este otoño empezó a anunciarse, y con ello una edición más de la Feria del Libro de Fráncfort, tenía razones para preguntarme si valía la pena asistir a un espacio cuyos posicionamientos políticos dejaban mucho que desear. Este año fue Italia el país de honor invitado. Italia donde la extrema derecha encabeza el gobierno. Y, de nuevo, el panorama político se tomaba el espacio de los libros. De la delegación italiana fueron excluidos escritores críticos al gobierno de Giorgia Meloni. De este modo, la celebración anual de que los libros existan y se sigan leyendo, pasa a un segundo plano, y no creo que esté del todo mal que ello ocurra. No podemos aislarnos de lo que sucede en el mundo, ni pretender que se pueden construir espacios como burbujas en donde todo funciona de maravilla, de puertas para adentro.
Lo que me llevó este año a la feria, como lo escribí al inicio de este artículo, fue la posibilidad del reencuentro con mi amiga Johanna Schwering y con mi amigo Rodolfo Lara Mendoza. A ambos los conozco desde hace más de diez años y con ambos me une una profunda amistad que tiene mucho que ver con nuestra gran afición por la literatura. Johanna también fue co-redactora de alba por varios años y sin su incansable labor en aquellos momentos, la revista no se habría posicionado como lo hizo en aquel entonces. Ella es también una traductora increíble, ganadora en el 2023 del prestigioso Premio de Traducción de la Feria del Libro de Leipzig, por su traducción al alemán de Las primas de Aurora Venturini (Die Cousinen, dtv Editorial, 2022). A ella le agradezco una conversación sincera que me llevó a replantearme prácticamente la vida entera y que me condujo al lugar desde el que hoy me enuncio como mujer, escritora, investigadora y madre de tres hijos, afro-colomboalemana.
Nos encontramos a la hora acordada en el pabellón 4 y escuchamos dos charlas. Una, sobre lo que significa para escritoras y escritores de procedencia judía, escribir después del 7 de octubre de 2023. Al final de la charla no se abrió el espacio para preguntas. La otra, la presentación de traducciones de poemas de James Baldwin como resultado de un taller de traducción llevado a cabo por un grupo de poetas internacionales, entre ellos, el nigeriano Logan February. Después salimos a los patios de la feria por un poco de aire fresco, algo para comer y una copa de vino. Conversamos y celebramos. Y hablamos por horas hasta que decidimos reingresar. No vi el pabellón de Italia. No pasé por el salón donde se encuentran las editoriales independientes. No me asomé por los estudios de los canales nacionales donde se llevan a cabo tertulias literarias.
Dos días más tarde me encontraría con Rodolfo Lara Mendoza, uno de los autores que hiciera parte del primer número de alba. Allí, en el stand de Ediciones del Lirio, una editorial mexicana, nos abrazamos y pusimos más o menos al día en nuestras vidas. Me presentó a Miguel Ángel Flórez Góngora, periodista e investigador colombiano, quien me dio a conocer el libro La historia de Mary Prince (Ediciones del Lirio, 2022), el primer relato de una mujer esclavizada negra, publicado por primera vez en inglés en 1831 en el Reino Unido. Un documento valiosísimo, traducido ahora al español por la escritora cubana Ana Elena de Arazoza Rodríguez y que constituye, como lo afirma Flórez Góngora, el primer testimonio de una mujer negra que reclama su libertad mediante un hecho de petición ante el parlamento inglés. A nuestra conversación se uniría Mercedes Alvarado quien me presentaría el trabajo de la poeta cubana Odette Alonso, cuya lectura inicial me ha dejado emocionada. Tampoco en este día haría mayores exploraciones, salvo recorrer el nuevo pabellón creado ante la crítica constante de que se necesitaba un espacio más tranquilo para llevar a cabo los eventos. Fue una imagen desoladora. Stands sin visitantes, poca gente, sillas desocupadas. Un lugar aún perdido en medio del estruendo de la feria. Tal vez, más adelante, el público lo haga suyo, así que démosle algo de tiempo.
Relato todo esto y corroboro que lo que me hace seguir visitando la Feria del Libro de Fráncfort es justo la posibilidad del reencuentro y, con ello, de conocer nuevas voces, de tejer nuevos lazos, de trenzar ideas y proyectos. No es el espectáculo, no son las discusiones políticas que, al igual que la feria, se acaban cuando esta cierra sus puertas, dejándome con la sensación de que todo no es nada más que una pose, un amago. Es en el mundo real, afuera, donde están las batallas que se deben dar.