Martes
Menaf Osman (Abdelmonaf Othman) es un escritor y pintor sirio-kurdo nacido en Hasake en 1965. Estudió geología en Damasco y desde muy joven se interesó por la literatura y la pintura. Fue detenido y torturado en Siria por un libro de poesía kurda. En la década de 1990, huyó a Turquía, donde fue detenido de nuevo por supuesta propaganda y condenado a cadena perpetua. Pasados 31 años, fue liberado en 2024, deportado a Malasia y más tarde llegó a Alemania con una beca del PEN. Osman ha publicado nueve libros hasta la fecha, entre novelas, relatos cortos y obras de teatro, así como traducciones al kurdo —entre ellas El conde de Montecristo, El principito y Las mil y una noches.
Hoy es martes.
¡Cada semana esperamos el martes como si fuese un día festivo! Cada semana lo esperamos con impaciencia y mucha emoción. Por la tarde, nos bañamos, nos ponemos ropa nueva y, sobre todo, buscamos regalos que ofrecer a nuestros visitantes para mantenernos de alguna manera en contacto con la sociedad: un reloj de pared con cuentas, un barco de madera, una pulsera, un collar o un bolso que se pueden adquirir a los reclusos artesanos, aunque siempre es muy difícil desde la celda.
Como hemos reservado toda nuestra felicidad y alegría para este día, nuestro martes es un verdadero día de gozo, como una fiesta en medio de días de mucho estrés. Es algo así como una flor solitaria en un campo de espinas. Como hemos trasladado casi todas las dinámicas de la vida real a este día, el martes es nuestro día más alegre. Es como si, en medio de nuestros días de cautiverio, el martes fuera un día que oliera a libertad.
De hecho, todos nos preparamos como si fuésemos a ser liberados. ¡Algunos incluso escribimos todas nuestras expectativas y esperanzas en un papelito para prepararnos! Mehmet, por ejemplo... Todo lo que quiere hablar con su visita, lo escribe de antemano, punto por punto, para que todos puedan oírlo. Lo hace para que, con la emoción, no se le olvide lo que quiere decir durante la visita de treinta minutos... «Voy a aprender esto... Voy a decir esto... Recomendaré esto... Además, voy a pregunta esto... Y también preguntaré aquello... etc., etc.»
No sería erróneo decir que nos ilusionamos como niños. De hecho, muchos de estos deseos y expectativas son similares a los que los niños tienen de sus padres. Aquí, amamos a nuestras familias, las mismas de las que también nos gustaba huir en el exterior, ¡como niños! Fuera, solía evitar a mi familia con regularidad. Aquí, en cambio, es lo que más echo de menos, pero, por desgraciada ¡ninguno de ellos está aquí! Lo peor es que el miembro de la familia que menos nos gustaba fuera se convierte aquí, cuando nos visita, en la persona más maravillosa del mundo a nuestros ojos. Porque él es el único que nos recuerda que aún no hemos muerto, que no hemos sido olvidados y que después de todos estos años de reclusión, seguimos entre los vivos. En cierto modo, ¡es él quien nos da la vida! Es él quien vela por que nuestra arteria vital no se rompa.
Pero si el martes es el comienzo de todas estas cosas hermosas, también puede ser el comienzo de una catástrofe para algunos de nosotros... De hecho, si nadie viene a visitarnos, todos esos planes y sueños se quedan sin cumplir y por la tarde todo empieza a ir para atrás, cosa que Dios quiera que no le pase a nadie. Los más afectados son, por supuesto, aquellos que, como Eyo, reciben visitas regulares cada semana. Si el visitante que viene a intervalos regulares no aparece, no es tan terrible para él. Pero luego, por supuesto, están los que, como yo, quedan excluidos de todo este ajetreo. De los 280 presos políticos e ideológicos que hay en esta prisión, solo tres no recibimos visitas desde hace años y, como condenados a cadena perpetua, estamos muy alejados de estos martes caracterizados por el flujo y el reflujo. Y si nos dejamos contagiar un poco por este ambiente, es solo por el apego a nuestros amigos.
Por ejemplo, para mí siempre es así. Realmente no soy alguien que se encuentre involucrado en todo lo que he descrito anteriormente. Sería más exacto decir que soy más bien un espectador. Solo participo en esta agitación en la medida en que empatizo con mis amigos. A veces, también me afecta negativamente. Porque cuando no puedes disfrutar de un derecho del que todos se benefician, te sientes en desventaja. No obstante, en un círculo de amigos en el que todos tienen caras radiantes, intento no parecer malhumorado. Me comporto así para no empañar los momentos de alegría de mis amigos. ¿No es ese el sentido de la vida? Aunque no consiga entrar del todo en ese estado de ánimo, hasta hoy he desarrollado muchos métodos para ocultar las expresiones de tristeza de mi rostro. Hoy también ha sido así. Mientras mis tres compañeros de habitación estaban extraordinariamente emocionados y alegres, yo no pude unirme a ellos y me retiré a mi cama para fingir que leía un libro. Pero nuestro atento Memo se dio cuenta de mi situación y me dijo: "¿Por qué estás tan triste, compañero?". En mi opinión, esta actitud era exactamente lo contrario de la camaradería. Además, no era la primera vez que Memo actuaba así. Sin embargo, esta vez me sentí más triste que enfadado con él. Memo, con quien había compartido toda mi vida y los momentos más difíciles de mi lucha, ni siquiera fue capaz de ponerse en mi lugar ni de comprenderme, y aquello me entristeció profundamente. Porque lo apreciaba mucho y, naturalmente, tenía ciertas expectativas hacia él. Sin darse cuenta, Memo siempre quería tenerme de su lado y a veces se imponía sobre mí. Por alguna razón, me enfado mucho en este tipo de situaciones. No me siento su amigo, sino su esclavo, y empiezo a verlo como un amo al que debo obedecer. Sé, por supuesto, que lo dijo sin pensar, pero no puedo contener mi rabia. Tampoco sé con exactitud qué debería hacer en esos momentos.
En ciertas situaciones, cuando eres minoría en el grupo o te encuentras en una situación particular, te enfrentas a dos contradicciones y decisiones profundas e irreconciliables, cosa que he aprendido aquí en este calabozo. O te amoldas a la mayoría y renuncias a las características que te hacen diferente, convirtiéndote en una especie de esclavo, o te rebelas y gritas tan fuerte como puedas: «¡Soy diferente a vosotros!». Sé que ambas cosas significan dejar de ser yo mismo. La muerte está tanto en la rebelión como en la aceptación de desaparecer en la masa. Si los engranajes de la vida en su conjunto giran en torno a la mayoría, ¿cómo puede una sola persona o una pequeña minoría paralizar por sí sola este enorme molino?
En ese momento, recordé la rebeldía de Simo, que vivía en nuestra calle hace veinte años y era minusválido. Él también maldecía sin cesar: «¡Cabrones! ¡Qué codiciosos sois! Vale, ya está todo como queréis, todo está arreglado y organizado para vosotros. No tengo nada que decir al respecto. Pero cuando construisteis estas aceras y cruces, ¡podíais haber pensado, aunque fuera una sola vez, en Simo el paralítico!».
¡Pero en este inmenso barrio, era sencillamente imposible tener en cuenta a un solo discapacitado y adaptar las calles y el tráfico a una situación particular en esta ciudad olvidada y deteriorada de Oriente Medio! Ahora, aquí en esta celda, en este estrecho lugar, en este día de visitas, sin un solo visitante, me siento exactamente igual que Simo. ¡Como un minusválido! ¡Oh Simo! ¿Dónde estás ahora? Si pudiera volver a ver a Simo, lo querría con todo mi corazón, lo escucharía atentamente y no me enfadaría, como antes, por sus insultos. Aunque, claro, ahora soy yo quien insulta a Simo.
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