El aburrimiento que merece la pena vivir
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AnagramaSamantha Harvey | Orbital | Anagrama | 200 páginas | 18,90 EUR
A veces hay que tomar distancia para ver mejor. Generaciones de antropólogos, cineastas y, por supuesto, escritores lo han experimentado, y puede aplicarse igualmente a la novela de Samantha Harvey, ganadora del Premio Booker 2024, una novela que apenas tiene 160 páginas en el original inglés y que sigue a un grupo de astronautas que orbitan la Tierra en una estación espacial mientras una nave está a punto de alunizar. No nos encontramos, pues, en nuestro presente inmediato, pero tampoco en un futuro distópico, como en el thriller de ciencia ficción de Gabriela Cowperthwaite I.S.S., que, como la novela de Harvey, también se publicó en 2023 y en el que la tripulación de una estación espacial similar observa cómo la Tierra se consume en una escalada bélica nuclear y lo que sucede en el planeta comienza a reflejarse en la estación.
En la novela de Harvey, todo es diferente. Aquí también la tripulación internacional ve una Tierra amenazada, pero todo parece guardar un equilibrio. El horror potencial surge más bien de las observaciones contemplativas de la tripulación, que aparecen asociadas a cada nueva órbita y a la observación de tormentas, ciudades y continentes. Estas adquieren a menudo una dimensión filosófica, por ejemplo cuando los tripulantes. a causa de la distancia, sienten como si se hubiese transformado en extraterrestres que cuando regresen a la Tierra deberán aprender a entender un mundo que se ha vuelto loco. No obstante, estas reflexiones desalentadoras siempre se ven interrumpidas por pasajes líricos, frases que describen una Tierra que parece un cielo desde el espacio, un cielo que se funde en colores cuya explosiva intensidad basta para transmitir la esperanza suficiente como para querer seguir viviendo.
Al igual en las legendarias historias de Stanslaw Lem sobre el Comandante Pirx, los astronautas de Samantha Harvey también son seres solitarias a la deriva en un espacio frío y solitario, sin visión ni esperanza de otros mundos o formas de vida.
"Y así, la humanidad mira hacia fuera con soledad y curiosidad y esperanza, pensando que quizá los otros estén en Marte, y envía sondas. Pero Marte parece ser un páramo helado de grietas y cráteres, así que quizá estén en el siguiente sistema solar, o en la siguiente galaxia, o en la galaxia de más allá."
La única esperanza -no muy distinta a la de Lem- es el propio hombre, y en el caso de Harvey en particular, la propia Tierra, que Lem había relegado al olvido hacía tiempo; un desamparo que impulsa a Lem a convertir sus encuentros con la nada en incisivos relatos sobre la humanidad y sus errores, logrando así una especia de justificación para la existencia humana.
Esto también explicaría por qué Harvey huye de una narrativa convencional, dando constantemente la impresión de que su novela es una vasta "epopeya en verso", una poesía que, a pesar su carácter contemplativo y reflexivo, siempre tiene un tono de advertencia. Porque si efectivamente estamos solos, tanto más crucial es preservar lo que nos protege como especie: la Tierra. Estas reflexiones no son nuevas; recuerdan a las aspiraciones hippies de finales de los sesenta y principios de los setenta por un mundo diferente y mejor, que encontraron su expresión a través de conceptos holísticos como la hipótesis Gaia.
Los astronautas de Harvey también perciben, en su observación, la dimensión orgánica y universal de la mirada sobre la Tierra, una visión y una intuición que es aún más importante reconocer visto el populismo destructor de nuestro tiempo. A través de una lectura meditativa de la prosa de Harvey, de repente cobran sentido ciertos juegos mentales, como la idea de enviar a todos los políticos a la I.S.S. durante unos días para que puedan ver lo que tal vez sólo se pueda captar desde la distancia.
Sin embargo, uno podría reprochar a este libro silencioso y escrutador que a veces tome el camino más fácil. Es cierto que cada miembro de la tripulación tiene sus particularidades, como la relación conflictiva de Chie con su madre recién fallecida, los momentos de desilusión en una relación amorosa, o un interludio radiofónico casual con una mujer en la Tierra cuyo marido acaba de morir y que ha conseguido contactar por casualidad con uno de los astronautas a través de su radio. Sin embargo, todos estos personajes son intercambiables en esencia, ninguna de las personas a bordo de la estación cobra vida real, sus pensamientos flotan de uno a otro hasta fundirse en una especie de inconsciente colectivo. Con las descripciones, a menudo interminables, de las características geoestratégicas que se sobrevuelan, casi como un mantra, puede surgir en el lector un anhelo de redención.
Pero Harvey también se encarga de esto al final, pues, a su manera reservada, deja entrever de forma ligeramente desilusionante que al pasado le sigue el futuro, luego de nuevo el pasado y después otra vez el futuro, es decir, que el presente es tan eterno que nunca podrá ser verdaderamente presente. Sin embargo, el hecho de que la historia desde el Big Bang sea la de un aburrimiento sin fin no significa que no sea un aburrimiento que merezca la pena vivir. Sobre todo cuando lo que vivimos y con lo que vivimos es tan hermoso que necesitamos olvidarlo constantemente:
"Y ahora pasan las ciudades del golfo de Omán, cegadas por el amanecer. Montañas rosadas, desierto de lavanda y, ante nosotros, Afganistán, Uzbekistán, Kazajstán y una curva apenas perceptible de nubes tenues que es la luna."