Cuando América se partió en dos

Cristina Henríquez | The Great Divide | Hanser | 416 páginas | 26 EUR
Durante unos cuarenta años, decía "América" sin dudar cuando me refería a los Estados Unidos. Fue un estudiante en prácticas, cuyos padres habían emigrado a Alemania desde uno de los países de Centroamérica, quien me hizo tomar conciencia de la ignorancia colonial que forma parte del repertorio habitual de la autopercepción estadounidense: ¡Nosotros somos América! No logro recordar —¿será por mi propia ignorancia cultural o simplemente por la edad y la mala memoria?— ni el país de origen de sus padres ni su nombre. Sin embargo, ese encuentro dejó huella. Hoy, cuando escucho a alguien decir "América" refiriéndose a los Estados Unidos, lo corrijo.
Esto estaría, probablemente, muy en sintonía con con la escritora estadounidense Cristina Henríquez, que sitúa su novela La gran divisoria (originalmente The Great Divide) en la que seguramente sea la intersección más importante del doble continente americano: el canal de Panamá. Como tantos enormes proyectos de ingeniería de la era moderna, la construcción del canal se llevó a cabo con una despiadada lógica tecnocrática en las dos primeras décadas del siglo XX. Henríquez contrapone a las habituales narrativas geopolíticas y estratégicas sobre la importancia del canal una red de historias individuales de múltiples capas.
Está, por ejemplo, Ada, una joven de 16 años que viene de Barbados para intentar ganar dinero para la operación de su hermana en el megaproyecto. Francisco, un melancólico pescador que casi pierde a su hijo Omar en la construcción del canal. John, un científico estadounidense que intenta erradicar la malaria y pierde a su esposa Marian en el proceso. O Valentina, que sacudida la monotonía de su vida cotidiana cuando empieza a organizar una protesta contra el desalojo forzoso de su pueblo natal.
Henríquez, hija de padre panameño y madre estadounidense, contrarresta con un cambio de perspectiva la visión colonial de Estados Unidos sobre el canal, tan en boga en Washington hoy en día. Porque quien mira el canal desde el sur o desde el centro del doble continente ve la división y no la unidad que debería ser en realidad la esencia de un canal. Una breve mirada retrospectiva: no fue sino gracias a una intervención militar de Estados Unidos en 1903 que Panamá pudo separarse de Colombia, a la que hasta entonces pertenecía como provincia. Ese mismo año, el gobierno estadounidense firmó con los nuevos gobernantes panameños el llamado Tratado Hay-Bunau-Varilla, que establecía una zona bajo soberanía estadounidense alrededor del futuro canal. La construcción comenzó en 1904 bajo la supervisión de ingenieros del ejército estadounidense. El primer barco recorrió la vía navegable de 82 kilómetros ya en 1914. Las historias de la novela se sitúan en algún momento de los diez años transcurridos entre el inicio de la construcción y su finalización.
Lo que desde una perspectiva colonial se presenta como una increíble historia de éxito, en el texto de Henríquez se reduce a su núcleo socioeconómico: la construcción del canal no es sino otro acto más en la interminable representación del gran teatro del mundo. En el corazón de América la gente trabaja, ama, traiciona, muere, espera y, con un poco de suerte, sobrevive. El racismo, profundamente entretejido en la vida cotidiana, es omnipresente, a las mujeres se les otorgan, en el mejor de los casos, papeles secundarios de representación y los derechos democráticos de participación sólo se aplican, si acaso, a los constructores.
Cristina Henríquez ha investigado minuciosamente para su novela. Intenta superar la enorme cantidad de material mediante un realismo literario que recuerda a los grandes relatos sociales del siglo XIX. Las incursiones ocasionales en el realismo mágico de influencia sudamericana y centroamericana se disuelven a las pocas páginas en el flujo general de la narración. El gran mérito de la novela, sin embargo, es que logra entretejer muchas pequeñas historias en una visión de conjunto de un proyecto monumental que hasta hoy sigue dividiendo el doble continente.