¡Dieu Merci!

Es verano en el hemisferio norte e invierno en el hemisferio sur. Durante el mes de agosto, Literatur.Review los reúne a ambos a través de la publicación de relatos aún no traducidos o inéditos del norte y del sur del planeta.
Melara Mvogdobo nació en Lucerna en 1972. Tras estudiar Pedagogía y dar a luz a tres hijos, vivió en la República Dominicana, Camerún y de nuevo en Suiza. Además de escribir, dio clases a jóvenes afectados por traumas y organizó talleres de artesanía textil y cocina tropical. En 2022 se traslada a Andalucía con su familia. En 2023 publicó su primera novela, "Von den fünf Schwestern, die auszogen, ihren Vater zu ermorden" (Edición 8, Zúrich). Su segunda novela, "Transit Verlag.
", fue publicada en alemán en 2025 por
Hoy hace dos años que llegué a Suiza desde Camerún.
Quizá sea por eso que ando un poco pensativa
Miro a Malcom a través de la puerta entreabierta del balcón.
El pálido sol de invierno le ilumina la cara. Está al teléfono. Habla alto y gesticula violentamente. El sudor le corre por la cara. Este hombre siempre suda. No importa la época del año.
Llegan a mis oídos algunas palabras en lingala. Puedo entender algo después de dos años con él.
Aunque decir que lo miro no es del todo exacto. Sería más honesto decir que lo observo, lo escudriño, lo evalúo y trato de hacer balance.
Estoy en deuda con él.
En cierto modo.
Malcom no es un benefactor.
Desde luego que no.
Los hombres congoleños rara vez lo son. No es que los cameruneses sean mejores.
Diferentes, quizá. Pero no mejores.
Pero una cosa es segura, podría haber caído en peores manos. Mucho peores.
Detrás de mí, oigo al bebé en el sofá. Está haciendo esos ruiditos que suelen hacer los bebés mientras duermen.
Tiene tres meses y es mío.
Mío y suyo.
Él quería llamarlo Gilbert, como su padre. Yo no tenía nada en contra. Pero en el hospital, poco después del parto (¡qué tortura tan atroz!), escribí otro nombre en el formulario.
¡Dieu Merci!
Ahora se llama Gilbert Dieu Merci.
Y lo digo de verdad.
Dieu Merci. ¡Gracias a Dios! ¡Gracias a Dios por el nacimiento de este niño! Mi hijo. Qué ajenas me resultan todavía estas palabras, en mi boca y en mi corazón.
Hubiera sido aún más apropiado llamarlo "tu m'as sauvé" (1).
Pero no quería echárselo en cara a su padre de forma tan obvia.
(1) me has salvado
Malcom y yo seguimos guardando más o menos las apariencias. Fingimos que todo ha sido una casualidad, un giro imprevisto y sorprendente de los acontecimientos.
Pero ambos lo sabemos. Sobre los pequeños y delgados hombros de este niño, en cuya frente aún puede verse la suave pelusa de los recién nacidos, descansa una pesada carga.
Un niño nacido para mantener unido lo que amenaza con romperse.
Frágil y quebradizo es el entramado que unió a sus padres y que ahora los mantiene suspendidos del famoso hilo de seda.
Frágil y quebradizo porque, según me parece, la felicidad, como una prostituta, sólo sonríe a quienes pueden pagar por ella.
(2) por los papeles
Es la historia de siempre. Un africano en Europa. Lo primero, casarse con una blanca pour les papiers (2).
Cuando por fin llegan los tan esperados papeles, el africano pasa inmediatamente a otra categoría.
¡Ahora es un africano CON papeles!
Ya no depende de la voluntad, a menudo voluble, de una mujer.
Ha llegado a Europa.
Cuando regresa a su país por vacaciones, orgulloso y animado, lo tratan como una estrella. Las mujeres lo persiguen como mosquitos tras la sangre dulce.
No sólo las mujeres.
Amigos, familia, vendedores ambulantes, taxistas, los niños del barrio.
Todos quieren un pedazo del pastel europeo.
Todos quieren su dinero.
La sonrisa falsa de los amigos de infancia muestra demasiados dientes mientras le dan palmaditas en el hombro de forma insistente y exagerada.
Ahora le llaman le roi des Mbenguistes (3).
(3) Rey de los emigrantes, Mbenguiste, alguien que vive en un próspero (y blanco) país extranjero
Mon frère, eres mi mejor amigo. Siempre lo has sido. ¿Recuerdas cómo solíamos...?
Creía en ti, mon frère. Nunca dudé de que lo lograrías. ¿Recuerdas cuando...?
Y entonces...
J'ai une petite situation. Tengo un problemilla. Apenas digno de mención. Una menudencia para ti, mon ami.
Ahora que lo has conseguido.
Ahora que vives en Europa.
Ahora que eres un Mbenguiste con el dinero de los blancs en tu cuenta bancaria.
No olvides de dónde vienes, mon frère. No olvides a los que dejaste atrás.
A los que rezaron por ti.
Ayuda a tu mejor amigo, grand frère.
A partir de este momento, las cosas se ponen difíciles para el retornado temporal. Cuenta mentalmente el dinero que le queda en los bolsillos y ya sabe que no será suficiente para satisfacerlos a todos.
En su cabeza destella brevemente la imagen de su buzón suizo, con una sonrisa burlona, del que desbordan las facturas impagadas.
Casi se siente mareado,
pero no hay tiempo para eso.
Las manos de alguien ya están golpeando reverentemente sobre sus hombros, suplicando atención.
Así que el africano que regresa con papeles, le roi des Mbenguistes, vacía su vaso, se ríe y grita con fuerza: ¡Deprisa, deprisa! ¡Otra botella de whisky para mis hermanos!
De vuelta a algún lugar, en uno de los países ricos que necesitan desesperadamente a gente como él pero se resisten a admitirlo, la realidad lo arrastra en un santiamén fuera del júbilo de las últimas semanas en su tierra natal. Sin piedad ni la menor pizca de paciencia, golpea el suelo con fuerza y sin freno.
En algún lugar, en uno de los países ricos que necesitan desesperadamente a personas como él, pero que se resisten a admitirlo, la realidad lo devuelve en un instante al júbilo de las últimas semanas en su tierra natal. Sin piedad ni una pizca de paciencia, lo golpea con fuerza y sin tregua contra el suelo de los hechos. El buzón suizo de sonrisa maliciosa, que le había perseguido incluso en Kinshasa o Yaundé o en cualquier otra ciudad africana que nunca duerme, durante un baile interminable al amanecer, ha vencido.
El africano con papeles está ahora sentado frente a una pila de cartas.
Sufre un retraso irremediable en el pago del alquiler, el seguro médico y la pensión alimenticia de sus dos hijos suizos.
Le roi des Mbenguistes, que ahora se siente cualquier cosa menos real, se pregunta qué demonio lo habrá poseído en las últimas semanas.
(4) Brujería
Incluso se cuestiona si todo se hizo de manera correcta.
O si algún pariente, o alguna amante habría recurrido a la sorcellerie (4) para sacarle el dinero de los bolsillos.
Pero como todas esas cavilaciones no le aportan mucho, y menos dinero, pronto decide dejarlo pasar.
"¡Total, sólo se vive una vez!", se anima.
Un poco de alegría tiene que haber, después de tanto lavar platos y limpiar retretes.
Se merecía divertirse de verdad, aunque fuese por una vez.
¡Y vaya si lo hizo! ¡Y cómo!
Dieu va a aider! (5) Después de todo, ya le había ayudado con la suiza y los papeles.
Dios le enviaría el dinero necesario para pagar todas las facturas.
De una forma u otra.
(5) Dios proveerá
Malcom encontró la ayuda que buscaba cerca del mostrador de Western Union de la estación central de Zúrich cuando, por casualidad o por voluntad de Dios, se cruzó en el camino de mi madre.
Ella le pidió un bolígrafo con un gesto mientras se apretaba el móvil con el hombro y hablaba en voz alta.
Tenía que escribir, en el reverso de un viejo recibo, el nombre de una prima lejana de Yaundé cuyo espíritu ansiaba el dinero de los Mbenguiste.
Mi madre siempre tuvo un don para los negocios.
Ese instinto especial para reconocer a las personas en apuros y las oportunidades que de ello surgían le habían ayudado muchas veces a salvar su propio pellejo.
Así que pronto todo quedó arreglado.
Malcom volaría a Yaundé y se casaría con la hija de su nueva amiga.
Por supuesto, mi madre le pagaría el viaje.
En el aeropuerto de Zúrich, justo antes de la barrera del control de seguridad, un sobre con cuatro mil francos suizos cambió de manos.
Malcom recibió otros cinco mil francos a través de Western Union después de que los familiares de mi madre en Yaundé confirmaran el matrimonio y enviaran a través de WhatsApp y como prueba oficial los documentos matrimoniales fotografiados, algo borrosos pero perfectamente legibles.
Mi madre y Malcom acordaron un precio total de veinticuatro mil francos por el matrimonio y el posterior trámite de reagrupación familiar en Suiza.
Mi madre pagaría los dieciséis mil restantes en cuotas mensuales de seiscientos cincuenta francos.
(6) la misère du Cameroon, expresión utilizada a menudo con fatalismo en Camerún
Así fue cómo Malcom el Congolés voló de Kinshasa a Yaundé y se convirtió en mi novio.
Mi salvador de la misère du Cameroun (6).
Regalo de mi madre. Entregado a dommicilio.
¿Quizá trataba de compensarnos por habernos dejado siendo niños en Camerún y no haber dado señales de vida durante años?
(7) Gotita
Un sobresalto me saca de mis pensamientos.
Mi teléfono vibra sobre la mesita de cristal como un moscardón enfadado.
Es mi hermano, Petite Goutte (7).
Su verdadero nombre es Blaise. Pero siempre le hemos llamado Petite Goutte.
Necesita dinero, como suele ocurrir cuando se presenta.
No es capaz de sacar nada adelante. Lo único que se le da realmente bien es fracasar. Emborracharse, follar, ir de un lío al siguiente y luego mendigarme dinero.
En eso es imbatible.
Otra vez ha dejado embarazada a una mujer.
Solo tiene veintitrés años.
Pero por lo visto los tres vástagos que ya ha engendrado con tres mujeres diferentes no son suficientes para él.
Petite Goutte adora a las mujeres mayores.
Puede que por un breve instante en sus brazos a la madre que nunca tuvo.
Pero esta vez sí que está en apuros. Grande soeur, ¡tienes que ayudarme! Si nuestro padre se entera de que he dejado embarazada a otra mujer, me dará una paliza de muerte y luego me echará de casa. Exactamente en ese orden.
Ella quiere dinero para el aborto. Si no, irá a ver a papá.
Por favor, grande soeur, no me abandones. Soy tu hermano.
El teléfono vuelve a vibrar de forma enervante sobre la mesa de cristal. Hoy es persistente.
Me encantaría tirar el teléfono por la ventana. O por la barandilla del balcón junto con mi sudoroso y gesticulante marido.
Me impiden pensar.
El teléfono moscardón y mi ruidoso marido en apuros.
Por supuesto, sé exactamente lo que está pasando.
Mi inteligente marido ha vuelto a meter la pata. Otro contenedor lleno de mercancías europeas perdido en algún lugar de las profundidades del puerto de Kinshasa. Tal vez bloqueado por funcionarios de aduanas corruptos. O vendido bajo cuerda por uno de sus amigos "de confianza" sin su conocimiento.
¿Quién sabe?
Me da igual.
Porque una vez más tendré que enmendar sus errores.
Lleva meses sin pagar el alquiler de nuestro piso. Desvió el dinero a sus contenedores.
Era una inversión segura. No entiendo de negocios.
Debería explicárselo a la empresa de gestión de la propiedad, que nos amenaza por correo certificado con desalojar nuestro piso.
El sexo no algo que esté previsto en un matrimonio de conveniencia.
Es un negocio. Dinero a cambio de un permiso de residencia garantizado. En Suiza, eso significa al menos un permiso C. Con un permiso C, estás seguro. No hay que renovarlo cada año, como el permiso B que tengo actualmente.
Eso puede llevar unos cuantos años, me advirtió mi madre cuando por fin me permitieron entrar en Suiza. Así que compórtate, ma fille. No busques pelea con el congoleño.
Nos tiene a su merced, nunca lo olvides.
Si pide el divorcio, perderás tu derecho de residencia.
Mantén la boca cerrada y la casa limpia. Prepárale buena comida camerunesa. Aprende a cocinar sus platos congoleños favoritos.
¡Hazte indispensable!
¡Y si desea tu cuerpo, no te hagas la mojigata!
Malcom solía dejarme tranquila.
Nos evitábamos tanto como podíamos en el pequeño apartamento.
Sus amigos congoleños venían varias veces a la semana. Cómo lo odiaba. El salón se abarrotaba hasta que apenas quedaba sitio. Fumaban, bebían grandes cantidades de cerveza y vaciaban una botella de whisky tras otra, mientras en la enorme pantalla plana de la pared se sucedían videoclips congoleños .
Me enviaban una y otra vez al supermercado a comprar más alcohol, mientras los hombres debatían cada vez más alto.
Cuando tenían hambre, yo cocinaba todo lo que me pedían.
Por suerte, desde que llegó el bebé, vienen con menos frecuencia.
Otra cosa que le agradezco al pequeño.
En los primeros meses, después de llegar a Suiza, todo fue según lo previsto. Mi madre venía siempre a final de mes y pagaba la cuota mensual.
Malcom se embolsaba el dinero.
No sin refunfuñar cada vez por lo barato que nos había salido.
Un matrimonio de conveniencia suele costar por lo menos el doble, ¡puedes estar segura!
Mi madre lo ignoraba, se bebía tranquilamente la cerveza que le había colocado delante en la mesa de cristal y luego se marchaba.
Pero entonces, aproximadamente medio año después de mi llegada, recibí de pronto un mensaje de WhatsApp de mi madre:
Ma fille, les choses sont dures.
Desgraciadamente, de ahora en adelante no podré hacer frente a las cuotas mensuales del congoleño.
Debrouille-toi, ma fille! ¡Arréglatelas, hija!
Tú eres una mujer. Él es un hombre.
Sabrás apañarte.
Bonne Chance, ma fille!
Bueno, ¿qué puedo decir?
La noche siguiente me acosté desnuda a su lado.
Entre la emoción y la preocupación por cómo sería su reacción, apenas me atrevía a respirar.
Cuando se tumbó encima de mí, jadeando excitado y sin decir palabra, respiré aliviada.
En las semanas siguientes, hice todo lo posible por quedarme embarazada.
Era consciente de que el sexo por sí solo no era garantía de que él dejara de exigirme las cuotas que me faltaban y de amenazarme con el divorcio.
Pero con un niño que llevara su nombre, se quedaría sin argumentos.
No podía exigir dinero a la madre de su hijo. Nadie lo habría entendido.
Ni siquiera sus amigos de parranda congoleños.
Poco después, estaba sentada en el retrete de nuestro pequeño cuarto de baño sin ventanas viendo aparecer la segunda línea de la prueba de embarazo.
Me sentí mareada de alivio.
¡Dieu Merci! Dieu Merci!
¡Estaba salvada!
Sí, así es como me convertí en madre.
Pero eso no es todo de lo que no hablo. Hay algo más.
Una especie de secreto.
Aunque, en realidad, no es un secreto propiamente dicho.
Porque un secreto, por definición, implica que la mayoría de las personas que te rodean no saben nada al respecto.
Quizás debería hablar más bien de un secreto a voces. Los secretos a voces son cosas que todo el mundo conoce, pero sobre las que nadie se atreve a hablar para no romper el frágil equilibrio que se mantiene mientras lo innombrable no se pronuncie.
(8) suizo de la Suiza francófona (Suisse Romande)
Un tabú ve la luz.
Ahora que lo pienso, me doy cuenta de que los secretos a voces no son otra cosa que tabúes.
Y entre Malcom y yo (de hecho, en toda mi familia), hay más que suficientes, Dios lo sabe.
Algo antes de que mi madre se quedara sin dinero para las mensualidades, conocí a Pierre en un bar del barrio Langstrasse de Zúrich.
Una amiga de Duala trabajaba allí como prostituta y me presentó al romand (8) de Ginebra.
Me examinó un momento antes de dirigirme la palabra. Hay algo fascinante en ti. No eres precisamente guapa. Ni mucho menos. Pero tienes algo especial.
Su voz era dulce y suave. Su mirada, reflexiva.
Creo que serías perfecta para trabajar en mi establecimiento, continuó.
Negué con la cabeza. Olvídalo, yo no trabajo como prostituta.
Sonrió casi con aire paternal. Lo que te ofrezco no es lo habitual. Nada de sexo. Al menos no como te lo imaginas.
Antes de marcharse, Pierre depositó una tarjeta de visita sobre la mesa. Si cambias de opinión, llámame. Reconozco un talento cuando lo veo. Podrías llegar lejos. Muy lejos. Y, sobre todo, ganar mucho dinero.
No fueron las palabras de Pierre las que inclinaron la balanza.
Fue la envidia que relampagueó en los ojos de mi amiga en cuanto Pierre se marchó.
¡Qué suerte tan increíble! Exclamó asombrada. Cualquiera de las mujeres de aquí daría su mano derecha por una oferta de Pierre.
(9) abreviatura camerunesa de ma copine, mi novia
Intrigada, le pregunté: ¿De qué clase de establecimiento se trata?
Mi amiga extendió la mano por encima de la mesa y me agarró del antebrazo: Maco (9), si no aprovechas esta oportunidad, ¡no sabes lo que te conviene! Pierre dirige uno de los estudios de dominación más grandes y exclusivos de Ginebra. Su clientela viene de toda Europa. ¡Qué estoy diciendo, de todo el mundo! ¡Todo gente muy rica! En el tiempo que siguió, me empapé de todo lo que tuviera que ver remotamente con la dominación sexual.
Leí relatos de personas que practicaban este tipo de sexualidad, revisé fuentes históricas y vi vídeos especializados.
Ansiaba aprender todo lo posible.
Mi primer encargo como dominatrix llegó meses después.
Yo había estudiado economía en Camerún.
Las relaciones económicas siguen fascinándome hoy en día.
Pero eso no es nada comparado con la fascinación que sentí cuando Pierre me introdujo en el mundo de la dominación.
Todavía no hay nada que haya podido superar la euforia que me invade en cuanto entro en una de esas salas lujosa y exquisitamente amuebladas, llenas de bancos de estiramiento, poleas, jaulas, enemas, fustas, jaulas para el pene, pinzas, látigos y consoladores de todas las formas y tamaños.
Es como una embriaguez sin fin. Como si la sangre que corriera por mis venas ya no fuera sangre, sino puro éxtasis.
El sexo nunca fue realmente lo mío.
El rollo de los interminables mete y saca me aburrió desde el principio.
Pero en cuanto siento mi ropa de cuero con sus innumerables cristales de Swarovski tallados en punta sobre mi piel desnuda, me transformo en otra persona.
Me convierto en la dominatrix Madame Fouet (10).
Fuerte e inaccesible.
Agarro un látigo, una paleta o lo que se le antoje a mi próximo cliente y siento cómo una incomparable sensación de poder se apodera de mí.
Disfruto del estremecimiento que me provoca.
(10) Látigo
Pierre se ha convertido en un amigo.
Quizás el mejor que he tenido nunca.
No exageró en sus promesas.
Gano mucho dinero. En Camerún, sin decírselo a mi familia, compré un terreno en el elegante barrio de Bastos. Pronto empecé a construir seis pisos de lujo alrededor de una gran piscina.
En retrospectiva, debería haberle contado a Pierre mis problemas con Malcom. Pero entonces no nos conocíamos muy bien. Tenía miedo de que me abandonara en cuanto se enterara de que mi permiso de residencia peligraba.
Cuando le confesé a Pierre que estaba embarazada, que no sabía qué más hacer, me miró con su habitual aire pensativo.
Luego suspiró y dijo: No hay problema. Tendrás al niño y luego continuarás.
Pero si vuelves a tener problemas, acude a mí primero.
No te dejaré tirada. Eres la dominatrix más solicitada que ha trabajado nunca en mi club.
Luego añadió un poco inseguro: No estarás pensando en convertirte en una buena ama de casa, ¿verdad?
Me reí, negando con la cabeza: ¡Yo, una buena ama de casa!
¿De verdad te lo imaginas, Pierre?
Malcom no sabe oficialmente nada de mi doble vida. Finge creerme cuando le digo que voy a visitar a mi hermana a Ginebra.
Pero ambos sabemos que no tengo parientes en Ginebra.
Pero es más fácil así.
Una mentira inofensiva suele inspirar más respeto que la verdad más honesta.
Sin reproches. Sin espionajes.
Como mucho, un: ¿Cómo está tu hermana? ¿Se ha recuperado su marido? Gracias por preguntar, Malcolm. Todos están bien, ¡par la grâce de dieu!
Nunca me ha preguntado de dónde saco el dinero para limar las consecuencias de sus malas inversiones.
Claro que podría haberle pagado hace mucho tiempo. Pero no lo hago. No tiene por qué saber cuánto dinero gano en realidad. Seguro que tarde o temprano lo usaría en mi contra.
Cuando él vuelve a meter la pata, pago las cuentas pendientes sin rechistar y dejo los recibos bien visibles en su almohada.
Eso es todo.
Sin embargo, desde que tuvimos al bebé, siento que en Malcolm se ha instalado cierto descontento.
Le di el pecho al pequeño Gilbert Dieu Merci durante exactamente cuatro semanas. Luego me harté. Me sentía atrapada y solo quería salir de aquella prisión llena de llantos de bebé, pechos rebosantes de leche y pañales malolientes.
Tres semanas después, dejé al bebé en brazos de su padre y me despedí diciendo: Necesito un descanso. Me voy a visitar a mi hermana a Ginebra. En cuatro días estaré de vuelta.
Malcolm, con su hijo en brazos y una expresión de incredulidad en el rostro, se quedó sentado en el sofá.
Cuando la puerta se cerró de golpe detrás de mí, me pareció oír algo así como: ¡Menuda madre estás hecha!"
Luego, anteayer: estaba pelando unos plátanos para preparar un Poulet D.G. cuando oí sus pasos detrás de mí.
No me di la vuelta.
Sólo esperé.
No creas que no sé lo que estás haciendo en Ginebra. Eres una...
No le dejé terminar la frase.
Con la misma determinación y ese sentimiento de absoluta superioridad que siempre me servía bien como Madame Fouet, me giré hacia él.
Con la misma elegancia y facilidad con la que blandía la fusta sobre las nalgas enrojecidas en Ginebra, el plátano moteado planeó por el aire como un halcón al acecho y se detuvo justo delante de las narices de Malcom.
¿De verdad quieres tener esta conversación?, siseé en voz baja.
Aunque hay que reconocer que no tenía un aspecto muy impresionante con mi chándal desgastado y que el plátano que llevaba en la mano no podía competir con la fusta de cuero de Ginebra, el efecto fue el esperado.
Malcom se me quedó mirando un momento como petrificado.
Luego, vacilante, dio dos pasos atrás, se dio la vuelta y salió de la cocina sin decir palabra.
El encuentro con madame Fouet le había perturbado profundamente. Podía verlo.
El teléfono sobre la mesa de cristal no deja de sonar. El bebé también ha empezado a revolverse.
No hay manera.
Es hora de dejar de pensar.
El pequeño Dieu Merci necesita un pañal nuevo.
Después, lo meteré en su cochecito e iremos a Western Union.
Mi hermano recibirá su dinero hoy.
Si dejo que nuestro padre lo eche de casa, estoy seguro de que el teléfono moscardón no dejará de sonar.
Y veamos si puedo apaciguar a nuestro administrador de fincas con un pago parcial por ahora.