Confesión de un asesinato
Mojaffor Hossain es un distinguido escritor de ficción dentro del ámbito de la literatura bangla contemporánea. Comenzó su andadura profesional como periodista y actualmente trabaja como traductor en la Academia Bangla de Dhaka. Hossain es autor de ocho libros repletos de cautivadoras historias cortas que han cosechado un importante reconocimiento tanto del público en general como de la crítica literaria en los últimos años.
"¿Por qué lo hiciste?", preguntó un policía. Khogen guardó silencio. Había sido detenido por el asesinato del general Habib. Según constaba en el informe del caso, irrumpió en la residencia del presidente Habib en mitad de la noche, le hizo inhalar un anestésico y le ató las dos manos al catre. Luego, con un boti, lo degolló. El arma homicida no se encontró por ninguna parte, pero los demandantes, los dos hijos del presidente, lo había acusado directamente.
La choza de Khogen estaba justo al lado de la mansión del presidente. El muro de la propiedad había devorado casi todo el patio que aparentemente pertenecía a Khogen. Con sólo un empujón más, la última porción de tierra sobre la que podía descansar la cabeza colapsaría en un pozo. No hacía mucho tiempo, cuando su abuelo aún vivía, Khogen había sido dueño de una buena parte de la granja del presidente. Algunos recuerdos lejanos aún estaban frescos en su mente. Afilaba y pulía este pequeño manojo de recuerdos como un granjero afila su hoz.
Todos los días empezaba el día lanzando improperios al presidente. Luego, con un palo bajo el sobaco y un saco sobre los hombros, salía.
El día antes, al volver a casa, no increpó al presidente y se limitó a llorar por la familia perdida y su hijo nonato. Hasta casi la medianoche, la gente escuchó el sonido de sus sollozos, pero al amanecer, Khogen se transformó y lanzó improperios contra el presidente, como de costumbre. En ese momento, también expresó su intención de matarlo. La noche en que asesinaron al presidente, Khogen había declarado en voz alta: "No me acostaré esta noche sin haberte matado". Lo escucharon varios testigos. Así que, a primera hora de la mañana, cuando encontraron el cadáver del presidente con la garganta cortada en una habitación vacía, todo el mundo estaba seguro de que había sido obra de Khogen. Los hijos del presidente no tuvieron que pensárselo dos veces para presentar una denuncia contra él, les resultó bastante fácil. El propio Khogen no protestó. La policía llegó y le preguntó si era Khogen. Aunque lo reconocieron, a primera vista habían dudado de que fuera realmente él. Acercándose a la policía, Khogen se limitó a decir: "No pueden atarme. Será mejor que me ayuden a subir a la furgoneta. No voy a huir". Sin más preámbulo, lo detuvieron y lo llevaron a la comisaría.
Khogen sabía que llevaba cuarenta años dándole vueltas a este asesinato. Incluso en sueños lo había cometido varias veces, pero al despertar por la mañana se lamentaba de su incapacidad. Por eso hoy, cuando supo que el presidente había sido realmente asesinado, ni una sola vez pensó que otra persona pudiera haber cometido el acto. Sin embargo, no podía recordar cómo lo había hecho. De hecho, cuando el policía le preguntó si había asesinado al presidente, sólo murmuró: "Sí, tal vez". No podía decir claramente si realmente había llevado a cabo el acto.
"¿Tal vez?", se maravilló el policía. "¿No está seguro?"
"En efecto, tenía que matarlo con toda seguridad", se encogió de hombros Khogen, "pero no recuerdo nada en este momento. Salí a echar una meada, pero afuera estaba oscuro como boca de lobo y los dos hijos del presidente estaban peleándose por el reparto de tierras. Así que me volví a la cama. Ni siquiera pude hacer lo que había ido a hacer. Soplaba una brisa fría, así que cuando me tumbé en la cama, el sueño se apoderó de mí en un abrir y cerrar de ojos. Me desperté temprano por la mañana, con el alboroto que había en la casa del Presidente. No recuerdo lo que pasó realmente a medianoche, señor."
"Intente recordar. Más tarde, esa misma noche, volvió a salir para responder a la llamada de la naturaleza con una taza llena de agua, ¿verdad?"
"Tal vez, porque por la mañana, me encontré con el estómago completamente vacío. ¿Qué hice después, señor?" preguntó Khogen.
"Cuando terminó", continuó el policía, "volvió a su habitación. Entonces cogió el boti".
"Sí, ahora lo recuerdo", asintió Khogen. "Pero no tengo ningún boti en casa. Puede que fuera una hoz."
"El informe del caso menciona el boti, así que no diga lo contrario. Dado que cometió el asesinato, no importa si fue un boti o una hoz. De ninguna manera puede eludir el castigo". "Entonces el boti es mejor. De hecho, quería comprar uno, porque con una hoz es difícil cortar verduras", dijo Khogen.
"En ese momento, con el boti en la mano, entró en casa del presidente Hahib, ¿verdad? ¿Puede recordarlo ahora?"
"Sí, tiene razón. Tuve un sueño exactamente igual."
"Colocó un pañuelo con cloroformo sobre la nariz del presidente y le dejó inconsciente, ¿verdad?"
"Sí, señor", asintió Khogen. Y luego, tras una pausa, preguntó bruscamente: "¿Qué es el cloroformo, señor?".
"Lo que hace que alguien quede inconsciente. No necesita saber más."
"Sí, señor. ¿De qué sirve saber más si un poco de conocimiento sirve para el propósito?"
"Cuando el presidente Hahib quedó inconsciente, rápidamente le ató las dos manos con una cuerda para amarrar cabras. Siendo anciano, no quería arriesgarse, ¿tengo razón?"
"Sí, tiene razón. A esta edad, no se deben correr riesgos."
"Después de atarle las manos, le pasó el boti por la garganta, ¿verdad?"
"Sí, como usted y mucha gente del pueblo están diciendo, debí hacerlo."
"Entonces confiesa que anoche mató al presidente como había planeado, ¿verdad?"
"Fue un plan urdido hace mucho tiempo, señor", espetó Khogen con voz fría.
Antes de meterlo en el calabozo, el policía ordenó a sus colegas que imprimieran el pulgar de Khogen en el papel de la declaración.
"Pero señor, no tiene manos", señaló el agente. "¿Cómo va a usar los dedos si ni siquiera tiene codos?"
"¡Oh, ya veo!", se sorprendió el policía. "Entonces déjenlo y métanlo dentro". Ahora parecía un poco más animado.
Mientras lo empujaba al calabozo, el policía le preguntó a Khogen: "¿Cómo perdió las manos? ¿Le pillaron in fraganti mientras robaba? ¿O fue un atraco? Y la gente le cortó las manos, ¿no?"
Khogen no respondió. Por un momento pensó en revelar la verdad, pero justo cuando las palabras estaban a punto de salir de su boca, se contuvo y murmuró bruscamente: ese tipo de información no iba a cambiar en absoluto su castigo.