Tungkong Langit + Alunsina

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Tungkong Langit + Alunsina

Una historia filipina sobre la creación - traducido del filipino al inglés por Allan N. Derain
Allan Derain

Es verano en el Norte (invierno en el Sur) y, durante el mes de agosto, Literatur.Review los reúne a todos, publicando relatos inéditos o no traducidos del Norte y del Sur de nuestro planeta.

Allan N. Derain es autor de varios libros, entre ellos Iskrapbuk (UP Press), The Next Great Tagalog Novel at iba pang Kuwento (UP Press), Aswanglaut (Ateneo de Manila University Press) y Ang Banal na Aklat ng mga Kumag (Cacho and Anvil), galardonados con el Carlos Palanca Memorial Grand Prize Award, el Reader's Choice Award y el National Book Award. Editó la antología aswang May Tiktik sa Bubong, May Sigbin sa Silong, que obtuvo el National Book Award y el Gintong Aklat Award. Es profesor adjunto en el Departamento de Bellas Artes y Kagawaran ng Filipino de la Universidad Ateneo de Manila, imparte clases de escritura creativa, apreciación del arte y literatura filipina, y actualmente es director del AILAP (Instituto Ateneo de Artes y Prácticas Literarias). 

El dios principal, con una cresta como un meteoro, es Tungkong Langit. Se pavonea como un gallo ejecutando su danza de cortejo para la esposa que camina tambaleándose, ebria de vino de palma. ¿Es la Alunsina, con el pelo tan largo como el Bakunawa devorador de lunas? Sí, la única deidad aparte de Tungkong Langit. Una compañera tanto en la gloria como en el consumo de vino de savia de cocotero. Las hebras de su cabello eran como enredaderas alugbati que se asían a los troncos y ramas de bambú. Parecían tener vida propia y, en efecto, la tenían, ya que se aferraban con fuerza a ramas y tallos para no caer al abismo que aguardaba bajo la arboleda por la que pasaba la diosa. Porque estos troncos de bambú inclinados conformaban sus senderos, en un tiempo en el que no había tiempo, cuando sólo ellos dos bordeaban la extensión de la nada.

Por mucho que se aferrara a estos postes alargados, la jefa perdería el equilibrio una vez que su lujurioso marido la montara. Ambos lucharían, caerían del camino y rodarían hacia la oscuridad y la nada que les aguardaba, que nunca fueron ni oscuridad ni nada, aunque a menudo se les ha descrito como tales. Un lugar de eterna penumbra, un brumoso mundo de caos. Porque no existe un lenguaje adecuado para describir las cosas. No en este lugar y en este tiempo en el que ninguna descripción es necesaria. Pero no estaba vacío. Este lugar. Esta ausencia. Porque era una interminable superposición y fusión de mar, tierra y nubes. Había regiones del mar que descansaban sobre una nube, y encima de esa nube había lagos que eran extensiones del mar, donde los volcanes aparecían como setas y arrojaban aire, agua y electricidad. Y cuando se calmaban, se quedaban quietos como la quilla de un barco en un amarradero junto al mar, mientras almejas y percebes crecían hasta sus bordes, hasta que volvían a explotar.

Aquí, Tungkong Langit y Alunsina eran los anfitriones celestiales. Sus aureolas iluminaban la extensión de este mundo. Misteriosas bolas de fuego voladoras, llamadas santelmo, contribuían a su iluminación, ahuyentando la oscuridad y a veces fundiéndose con ella. Los santelmo se apareaban y daban a luz langostas que más tarde amenazarían a los agricultores cuando aprendieran a pulular por campos y plantaciones. Pero en este mundo aún no había campos ni plantaciones porque no existía la agricultura. Así que estas inofensivas langostas simplemente entraban y salían de los volcanes porque sus padres las cuidaban en estos lugares hasta que crecían y se convertían en santelmos sanos. Y en este ir y venir, a las ranas les encantaba comérselas, así que no todas crecían hasta convertirse en bolas de fuego maduras.

Este era el mundo que Alunsina había llegado a amar. Visitaba el corazón de todos los volcanes y siempre que se cansaba, se sentaba junto al lago a peinar sus largos cabellos, llamados Banaag y Sikat. El pelo oscuro era Banaag y el blanco grisáceo Sikat. Solían ser dos nombres distintos, que más tarde se combinaron en un solo.

Banaag y Sikat se deslizaban hasta el agua para jugar con los peces y los renacuajos. Allí servían de floreciente hierba donde pequeñas criaturas nadaban y se escondían. En cuanto Alunsina preguntaba juguetonamente: "¿Dónde se esconde la belleza del lago?", los mechones de pelo se apartaban al instante para dar paso al radiante reflejo de la deidad femenina.

Así es como Alunsina solía pasar todo el día. No porque fuera perezosa, sino porque el trabajo para ella, en este tiempo y lugar, aún no existía. No había granos que moler, ni fogones que encender, ni trapos que lavar y secar, ni malas hierbas que arrancar, ni acertijo que resolver, ni progresos que realizar, ni arreglos que comprobar, ni bebés que alimentar, ni maíz que desgranar, ni futuro que planificar, ni aprendices que instruir, ni ropa interior que remendar, ni piezas que unir, ni problemas que solventar. No porque este mundo no tuviera nada, sino porque, como ya se ha dicho, no había palabras fijas para significar las cosas. Pero a pesar de esta ausencia, las cosas tenían sentido para Alunsina, igual que cepillarse el pelo seguía teniendo sentido para ella.

Pero para Tungkong Langit este mundo era una prisión, nunca un paraíso, donde no lograba encontrar el orden que buscaba desesperadamente, demasiado asfixiado como para hacer algo útil. Era como vivir en una casa en ruinas. Uno quiere ponerla en orden, pero la casa pertenece a otra persona.

Hasta que un día, la Deidad de Cresta Roja tuvo la visión de un mundo nuevo. Un mundo que aún no había comenzado, que él veía como una isla lejana de yema de huevo rodeada por un mar de espuma blanca. Una página en blanco, lista para ser manchada. Lo llamaba como una sirena atrae a un joven pescador, prometiéndole todas la maravillas del reino acuático. Caminos por desbrozar, grandes comienzos y maravillosas aventuras aún por emprender. Todo lo que tenía que hacer era dar un gran paso en esa dirección.

Tungkong Langit decidió dar ese gran paso y Alunsina debía acompañarle. Así que buscó inmediatamente a su esposa, a la que encontró fácilmente en su lugar favorito junto al lago.

"Pero, ¿por qué tengo que acompañarte?", preguntó la mujer de pelo largo, que seguía sin poder apartar la vista de su amado lago. "Puedes irte si lo deseas. Ve, yo me quedo. Vuelve cuando quieras".

Tungkong Langit miró fijamente a su esposa mientras consideraba por un momento la idea de una nueva vida sin ella. Las perspectivas eran emocionantes, aunque sabía que luego la extrañaría, ya que no podría soportar perderla de vista.

"No puedo dejarte aquí", explicó el dios. Su voz comenzó suave como la de Rogelio de la Rosa, aquel ídolo de las matinés de cine filipino de los años 60, pero luego cambió a la del exdictador Ferdinand Marcos anunciando su Ley Marcial. "Si me voy y creo un mundo nuevo, este mundo que dejo atrás, y quienes lo habitan, deben desaparecer. El nuevo orden que estableceré es el único que debe permanecer. Todos los demás mundos que no se ajusten a él tendrán que desaparecer por sí mismos. Porque no debe haber más mundo que el mío".

"¿Y por qué no?" preguntó Alunsina, con los brazos en jarras, su voz orgullosa como la de Susan Roces, aquella reina del cine de los años 60, hablando con su actor villano favorito, Eddie García. "Porque eso crearía una contradicción". 
"Me gustan las contradicciones".
"No se trata de lo que nos gusta. Se trata de lo que es bueno y correcto. Se trata de lo que es mejor para todos".

La diosa frunció el ceño. No entendía quién era ese "todos". En aquel momento sólo eran dos. A menos que su marido ocultara algo.

En la mente de Tungkong Langit, sin embargo, existían otros "todos", y aunque aún no existían, no significaba que fueran menos reales, porque él ya era consciente de ellos.

"¿En qué puedo ayudarte si voy contigo?". Alunsina se acercó a su marido insinuando su disposición a acompañarle.
"Necesitaré otro ojo para ver las cosas a mi lado", respondió Tungkong Langit.
"¡Ah, me vas a convertir en un espectador! ¿No puedo hacer el mismo trabajo que tú?", preguntó Alunsina.

La deidad masculina se sorprendió con su pregunta. "¿Estás segura de que puedes con la carga, querida? ¿Estás preparada para la tarea? No olvides que hasta los pasteles de arroz se cuecen demasiado cuando hay muchas manos en la cocina."

"Hacer pasteles de arroz es otra historia, Lando", porque así es como llamaba a su marido: Lando. "Dime directamente que no confías en mí".
"No quiero que te agotes. No estás acostumbrada a trabajar".
"Pero quiero trabajar. Quiero saber lo que puedo hacer". El rostro del marido se ensombreció.

"¿Por qué no puedo ser también una creadora?", continuó Alunsina, que no podía creer la mirada triste de su marido.

Tungkong Langit se entristeció. Sabía que la petición de su esposa no tenía fundamento. "No entiendes lo que pides, Ibyang", porque así llama a su mujer: Ibyang. 
"¡Entonces ve tú solo! Ve. Yo me quedo aquí. Cada uno a lo suyo". Alunsina se hundió en el fondo del lago seguida por su cabello, largo como el Bakunawa devorador de lunas. Se deslizó hacia la parte más profunda del lago, donde nadie podía seguirla.

Pero no por qué preocuparse, porque Tungkong Langit no tenía intención de seguirla. En su lugar, la Deidad de Cresta Roja dijo: "¡Bathala ka!". "Bathala" significa dios; y "Bathala ka" significaba originalmente "¡Eres un dios!", pero ahora también significaba "Haz lo que quieras". Porque se le estaba agotando la paciencia. Era la primera vez que esas palabras se usaban de esa manera.

Se fue a casa a hacer las maletas para su viaje. Después de preparar todo lo que necesitaba, partió, sin esperar a que su esposa regresara para despedirse.

Aunque en su visión había visto que sólo tenía que dar un paso para llegar al otro mundo, Tungkong Langit sabía que, en realidad, ese lugar estaba muy lejos. Así que montó en un cangrejo de mar gigante, que era la única forma de llegar hasta allí.

Durante el viaje, Tungkong Langit se quedó dormido encima del cangrejo. En medio de su siesta, soñó que no era la única deidad que iba a ese lugar, pues había toda una caravana de dioses. Deidades de diferentes mitologías y religiones, montados en sus respectivos cangrejos de mar gigantes. Algunos incluso trajeron cangrejos de barro porque no podían distinguirlos de los cangrejos de mar. Esta migración de deidades compartía la intención de crear un nuevo mundo. Pero sólo una visión del mundo podía hacerse realidad, y Tungkong Langit estaba decidido a ser el primero en llegar para poder cerrar la puerta a los demás. Sabía que los otros tenían el mismo objetivo. Por desgracia, su cangrejo no era el más rápido en la carrera.

Gracias a Dios, incluso en su sueño, fue capaz de recordarse a sí mismo que él, Tungkong Langit, era el único dios verdadero. Aparte de Alunsina. Entonces su sueño terminó.

Aún extrañaba a su esposa. Su amplio trasero que tanto le gusta cabalgar. Y sus curvas desde el pecho hasta la cintura. Tenía curiosidad por saber cómo estaba. Si se había vuelto a casa. Y una vez en casa, ¿se habría entristecido al descubrir que él se había ido? Se preguntaba cómo era posible que su mujer hubiese podido dejarle tan fácilmente. ¿Habrían sido diferentes las cosas si él hubiese sido más tierno, más generoso y cariñoso con ella? ¿Si hubiese permitido que ella también lo subyugara, en lugar de ser siempre el dominante?

"No hay tiempo para lamentarse", se recordó a sí mismo. Eso era cierto, sobre todo en este tiempo sin tiempo. O mejor dicho, en este tiempo fuera del tiempo. (¿Por qué entonces se usan palabras como "tiempo" en esta historia cuando aún no existía el concepto de tiempo? Respuesta: se trata de una anomalía, una limitación del lenguaje narrativo y no de los acontecimientos que se cuentan. Otra pregunta: ¿qué hacen aquí los cangrejos y las langostas si los animales aún no habían sido creados? Respuesta: esta pregunta es la misma que la anterior y se puede responder de la misma manera).

Tungkong Langit empezó a trabajar cuando llegó a su destino. Empezó a dar forma al tiempo. Su creación se definiría por esto: sería un mundo marcado por el tiempo. Y él sería el Padre del Tiempo. Quería medir su trabajo a través del tiempo. Así que sacó las joyas de su esposa: la corona, trece perlas gigantes, diamantes y otras piedras preciosas, y las esparció por el espacio. La corona se convirtió en el sol. Las trece grandes perlas se transformaron en trece lunas, que fueron repartidas por la galaxia, acompañadas por los diamantes y piedras preciosas que formaron las estrellas de diversas constelaciones. Su rotación, declive y ascenso eran el mecanismo del tiempo, no un reloj astronómico que indica el tiempo, sino el tiempo mismo. El tiempo se detendría si ellos también lo hicieran. Y el tiempo que se detiene, deja de ser tiempo.

Para que éstas no se rozaran ni colisionaran en su órbita, Tungkong Langit les dio una tensión específica para que bailasen, para que su movimiento siguiese el mismo ritmo, el mismo flujo. El tiempo baila por esta razón. Aunque no todos pueden seguir el ritmo de esta danza, porque no todos lo escuchan.

Tungkong Langit pensó que si Alunsina pudiera ver sus joyas en esta formación celestial, tal vez se sentiría tentada a seguirle. Pero eso no sucedió. Todo el sistema estelar, con toda su majestuosidad, fue respondido desde el otro mundo con un silencio profundo e indiferente.

Tras unos grandes suspiros, el Creador dispuso una amplia extensión de cristal bajo el cielo. Lo llamó mar. Lo hizo en memoria de su amada, a quien le encantaba mirarse en el espejo. Esperaba que un día el mar pudiera captar la misma imagen. 
Entonces Tungkong Langit decidió sacar de este espejo la imagen de su esposa.  En medio de la extensión oceánica, comenzó a emerger la tierra. Igual que el cuerpo de Alunsina estaba lleno de texturas y dimensiones, Tungkong Langit moldeó montañas, colinas, valles, bahías, llanuras y desiertos. A continuación, dibujó ríos, lagos, arroyos, manantiales y cascadas para para imitar el relieve de sus curvas.

Tungkong Langit lloró al ver el resultado de su trabajo. Tal vez lloraba de alegría por lo que había creado. Aunque la imagen que había plasmado no coincidía exactamente con la imagen de su angustiada esposa, pues no se puede capturar la belleza de la verdadera Alunsina, toda la tierra firme estaba bendecida con su propia gracia inusual. Y lloró, tal vez también porque su anhelo por su esposa se hizo más profundo.

Sus lágrimas cayeron como gotas de lluvia, regando la tierra por primera vez. Con esa agua, comenzaron a crecer arbustos, árboles, flores y pastos. Así, el retrato terrenal de su esposa adquirió color y fragancia.

"Lo que falta aquí es movimiento", declaró Tungkong Langit. Entonces el Creador Único roció su sangre por todas partes. Las gotas de rojo que cayeron al agua se convirtieron en diferentes especies de peces. Las gotas que cayeron al suelo se convirtieron en animales que caminaban y se arrastraban (sin incluir a los humanos, que más tarde se convertirían en las criaturas más temibles). Las gotas atrapadas por la transfiguración en el aire se convirtieron en pájaros. Varias clases de pájaros con diferentes sonidos, tamaños y plumajes cobraron vida. A Tungkong Langit le gustaba especialmente el gallo, cuya forma estaba inspirada en su propia imagen. En el futuro, los jefes de aldea tendrán a este pájaro, la verdadera imago dei, como su mascota favorita, el fetiche de su honor y su virilidad, la estrella principal de las peleas de gallos. El kristos, el anunciador de estas peleas, servirá a este pájaro en sus templos todos los domingos, el pájaro más querido por la Deidad de la Cresta Roja.

El dios fatigado podía ver la vida allá donde mirase. Les dio el lenguaje para que pudieran comunicarse entre sí. Les dotó de espíritu, ser, sabiduría, inteligencia y valor. Sobre todo, nunca dejó de bendecirlos con apetito, incluso a los más pequeños. Porque saciar el apetito es la más feliz de las experiencias.

Sabía que la vida de esas criaturas formaba parte de su propia vida, y que él también sería parte de ellas. Y, al saberlo, su dolor se alivió un poco. Una vez más, supo que no estaba solo. Sintió que una suave brisa entraba en este mundo recién creado, y una sonrisa se dibujó en su rostro cansado.

***

Alunsina vivía al final del lago desde que su marido se marchó. Allí sigue sorbiendo vino de palma servido por una criatura parecida a una medusa con tentáculos que entran y salen de su caracola. Le sirven litros de una vez, que sorbe utilizando como pajita el tallo de la planta tayuk. Ni siquiera se ha preguntado cuánto tiempo lleva allí. Porque, a diferencia de Tungkong Langit, ella no necesita cronometrar sus movimientos.

Había apagado su halo para hacerse completamente invisible. Incluso los reflectores del santelmo tenían dificultades para encontrarla. Pero podía ver todo lo que la rodeaba y más allá a través de sus gafas rojas.

Sumergida en el agua oscura, reflexionaba sobre el significado de "todos". "El bien de todos", dijo su marido. Eso debía tenerlo en cuenta. Alunsina sintió por primera vez una necesidad peculiar. La necesidad de saber.

Su marido la había dejado por el bien de "todos". Había escogido la creación por ese "todos". ¿Era ese "todos" lo que su marido quería crear? Si Tungkong Langit iba a crear a "todos", ¿quién los había creado a ellos? Porque ellos también formaban parte de ese "todos". Y si esto es cierto, debía haber habido un creador para ambos, alguien que comenzara fuera de "todos". Vino y más vino. Sus cabellos se iban alargando a medida que crecía su perplejidad. ¿De dónde venían antes de llegar aquí? Más y más largos. ¿Y hacia dónde iban? ¿Podía alargarse más? Pero eso no era todo. También se preguntaba por qué fue creada mujer y Tungkong Langit, hombre. ¿Qué importancia tenía esa diferencia, si era su única diferencia?

Vio un ejército de anguilas acercándose, aunque no eran anguilas, sino hebras de Banaag y Sikat, que regresaban de su misión. La diosa los había enviado a vigilar a su esposo y el mundo en el que él estaba tan absorto. Habían dado la vuelta al mundo en el que trabajaba Tungkong Langit, observando su pasado, presente y futuro. Se injertaron de nuevo en el cuero cabelludo de su señora para comenzar su informe. Al conectarse de nuevo con su cuerpo, le presentaron, como una película, todo lo que habían visto, pues cada hebra de Banaag y Sikat tenía ojos como cámaras.

Alunsina vio el fuego cuando fue descubierto por primera vez por el hombre; el pan que Cristo partió entre sus discípulos; el sutra donde se usó tinta y papel por primera vez, una piedra agrietada, un pergamino rasgado ...., galeones portugueses llenos de esclavos congoleños encadenados que navegaban por el Atlántico, ..., la vacuna contra la viruela de Edward Jenner, la cabeza rodante del rey Luis XVI, un frasco roto, ..., Eufrasia en flor, apretar el gatillo, ¡PING! ..., El Capital en impresión, las diferentes banderas de Katipunan, montañas de cadáveres judíos en Dachau, Malvina en flor, ..., la ruleta del destino girando, el Boeing B29 de la USAAF lanzando bombas sobre Hiroshima y Nagasaki, Mahatma Gandhi dando un discurso al pueblo de la India, ...., Nena en flor, la Declaración Universal de los Derechos Humanos de la ONU, el orfanato de la Madre Teresa, ..., la revolución EDSA, una escena de la primera película de Kris Aquino, apretar el gatillo, ¡PING! ..., la caída del Muro de Berlín, las dos ovejas que una vez fueron una, los rifles Armalite disparando a los granjeros de la Hacienda Luisita, apretar el gatillo, ..., un cráneo roto, soldados birmanos persiguiendo a refugiados rohingya, sandalias de ancianos abandonadas en medio del puente de Mendiola, ..., un prisionero en Guantánamo con una bolsa negra que le cubre toda la cabeza, los desaparecidos en sus cárceles secretas, el matrimonio del señor y la señora Napoles, niños palestinos escondidos en casas derrumbadas de Gaza mientras el ejército israelí lanza bombas, ..., el bosque talado y las montañas erosionadas por los mineros de níquel, casas visitadas por hombres uniformados de Oplan Tokhang, el nacimiento del COVID19 en un laboratorio, bolsas de cadáveres alineadas en los pasillos del hospital...

Alunsina no pudo soportar la embestida de estas imágenes y tuvo que salir rápidamente a la superficie desde el fondo del lago en busca de aire. Descubrió algo sobre este mundo que Nietzche, Sartre y Schopenhauer conocían desde hacía tiempo, pero a diferentes niveles de realización.

"¡Y yo seré la madre de todos!", exclamó como si toda el agua almacenada en la presa de Ambuklao surgiera de repente de su pecho. Por fin comprendió lo que es "todos". Entendió por qué ella y Tungkong Langit eran pareja. No habrían necesitado conocerse ni estar vinculados el uno al otro si no fuera por esta razón.

¡Plop! Algo parecido a un coco cayó al agua y se hundió rápidamente. Seguido de otro. Y otro más. Varios más se estrellaron en el lago. Alunsina vio cómo los santelmo caían del cielo, perdiendo la luz y el equilibrio.

Banaag y Sikat intentaron coger lo que parecían ciruelas podridas que caían de un árbol. Las que se hundían las levantaban con cuidado y las llevaban a una cueva de sanación cercana. A partir de ese día llamaron a esa cueva "El Hospital".

Después de la caída masiva, peces muertos y renacuajos flotaban en el lago. Alunsina actuó con rapidez, porque se dio cuenta de que su tiempo estaba a punto de agotarse.

***

Sólo era un pequeño agujero cuando apareció por primera vez en el espacio. Tan pequeño como un anillo de boda. Apareció con la melodía de "Atin Ku Pung Singsing", una canción popular que habla de los sinsabores de perder un anillo heredado. Si esa parte del espacio en la que apareció era oscura y dentro de ese anillo también había oscuridad, entonces en oscuridad sobre oscuridad, ¿cómo encontrar el anillo?

No había nada indecente en el significado de ese anillo. Aunque tenía malas intenciones. Se alimentaba de polvo que se asentaba por si solo dentro del agujero, ya que el polvo era conocido por hacer eso. Polvo y luego arena. Pues el espacio era como una orilla llena de arena. Luego se unieron los guijarros.

Tungkong Langit no se dio cuenta al principio, pero soñó con una estantería polvorienta de la cual sacó una Biblia encuadernada en cuero, su libro favorito, aunque hacía bastante tiempo que no lo abría. Por eso se horrorizó al descubrir termitas gigantes dentro de las páginas, que parecían ratones recién nacidos, ciegos y sin pelo. ¿Eran crías o termitas? Pero en su sueño, sabía que eran termitas que parecían crías. Tiró la Biblia inmediatamente.

Tungkong Langit se despertó inquieto, porque sabía que extrañas termitas estaban destruyendo su trabajo. Pero como no sabía dónde se escondían, seguiría soñando con ellas durante varias noches. Y en cada sueño, las termitas gigantes lo sorprendían una y otra vez..

¿Qué valor tiene un día? ¿Cómo de corto o largo debe ser para terminar una tarea? El agujero sólo necesitó un día. Sólo necesitó un día entero para crecer hasta el tamaño de una moneda de un peso, una semana para convertirse en la boca de un león. Con este tamaño, había pasado de ser un agujero pasivo que esperaba que algo tropezara con su boca para alimentarlo, a convertirse en una trampa voraz que no perdonaba a nadie, ni siquiera a los que pasaban por allí. Eran engullidos, y nadie sabía a dónde iban ni si había escapatoria.

Al cabo de varias semanas creció hasta alcanzar el tamaño de un lavabo. Con este tamaño, era capaz de absorber montones de arena y grava, seguidos de trozos de roca. Fácilmente sacó a un cometa de su órbita. Luego, una estrella que fue capaz de gritar pidiendo ayuda antes de ser completamente devorada. Tungkong Langit la escuchó. Eso le ayudó a rastrear la fuente de su inquietud. Incluso evitó justo a tiempo que succionara a un inocente búfalo de agua. El Dios de Cresta Roja y el creciente agujero de oscuridad, el Creador y el Destructor, finalmente se enfrentaron.

Para identificar al enemigo, Tungkong Langit dirigió los rayos del sol hacia él, como si iluminara la boca de una cueva para ver si en su interior se escondían serpientes y murciélagos, o si acantilados y agujeros más profundos aguardaban a quienes osaran entrar. Pero cuanto más fuerte era la luz, más inmóvil permanecía la oscuridad, densa y con muchas capas.

Tungkong Langit se entristeció. Por primera vez, conoció la derrota. No se dio cuenta de que, al otro lado de su mundo, que era el otro lado de esa oscuridad que enfrentaba, todo un bosque se había reducido a cenizas debido a su acción. Pero como el sol resultaba inútil, el de Cresta Roja decidió a continuación utilizar el agua. Desvió el Halawud, el río más grande del mundo, hacia la boca de su enemigo, con la esperanza de ahogarlo si no podía dominarlo. El mismo método que soldados estadounidenses y japoneses usaron durante la guerra para torturar a sus prisioneros guerrilleros.

Pero en lugar de ahogarse, la boca voraz se abrió aún más y retó a Tungkong Langit a dar todo lo que tenía. Porque ni siquiera se atragantaba. El Dios de Cresta Roja era como un tonto vertiendo agua en una jarra llena de agujeros. Hasta que, por primera vez, el Halawud se secó. El río exhausto se llenaría nuevamente con el próximo monzón de verano, pero nunca volvería a ser tan grande ni poderoso, y no podría presumir de ser el mayor del mundo, lo cual habría sido el orgullo de toda la isla de Panay. Mientras tanto, el agujero se hizo varios cientos de veces más grande por la cantidad de agua que había absorbido.

Tungkong Langit estaba devastado por sus dos pérdidas consecutivas. Pero no se percataba de que al otro lado del agujero se estaba produciendo un gran diluvio. Allí, Alunsina estaba enfrascada en la búsqueda de señales para salvar su mundo que se hundía. Desde su posición vio las lunas del mundo de su esposo. Una tras otra, el gigantesco agujero las devoraba. El lugar se volvía cada vez más oscuro a medida que desaparecía cada una de las trece perlas gigantes. El sistema que medía el tiempo se descompuso. Las noches empezaron a desaparecer del calendario creando una disonancia en el concierto celestial. Así fue cómo el agujero gigante, que era el agujero de Alunsina, fue el primer Bakunawa devorador de tiempo y orden.

Se tragó la duodécima luna. Pronto le seguiría la decimotercera. Fue en ese momento cuando el Creador llamó a su enorme cangrejo de mar, que rápidamente atendió a la voz de su amo. Al enfrentarse a la boca abierta, el viejo crustáceo reconoció de inmediato un entorno familiar. Porque a diferencia de su jefe, que no era aficionado a deambular, el cangrejo gigante ha ido y venido por todos los rincones del mundo. Reconoció inmediatamente el túnel que llevaba de vuelta al mundo del que venían.

Así que se sorprendió cuando Tungkong Langit le ordenó cerrarlo para siempre. ¿Significaba eso que nunca jamás lo enviarían de regreso a casa? Aún más sorprendido quedó cuando se le dijo que lo cubriera con sus telarañas. Como si el Omnisciente lo confundiera con una araña. Pensó que la diferencia entre una araña y un cangrejo podía resultar confusa en aquel momento en que tantas criaturas acababan de aparecer en la faz de este jovencísimo planeta. Y como era un siervo obediente, que además guardaba conocimientos secretos, y porque no quería que Tungkong Langit perdiera aún más los estribos, hizo lo que se le pedía.

Rápidamente trituró algunas hierbas y hojas y las humedeció con su saliva. Con sus pinzas más pequeñas, hiló el brebaje en fuertes cuerdas, y con sus pinzas más grandes, cosió el furioso agujero usando esos filamentos. La sujeción en forma de banda de estos filamentos impidió que la cavidad espacial siguiera expandiéndose.

Tungkong Langit dio las gracias al cangrejo gigante, al que envió inmediatamente de vuelta a su cueva. Desde allí, el dios se disponía a abandonar el agujero, ya que le quedaba mucho por hacer, y pensó que este le había consumido gran parte de su precioso tiempo. Fue entonces cuando, desde el interior del agujero cosido, un silbido proveniente del interior del agujero cosido irrumpió como una tormenta en medio del bosque, levantando hojas y ramas por el viento que soplaba. A medida que se acercaba a Tungkong Langit, se hizo evidente que el silbido, que se convirtió en zumbido, procedía del roce de las patas y las alas de un enjambre. Al aterrizar en la barrera tejida, el zumbido se transformó en un sonido como de papeles rasgados. Salió una horda de langostas, atacantes enfurecidos que cargaban como lanceros alados. En un abrir y cerrar de ojos, habían destruido por completo la barrera tejida por el cangrejo gigante. Incluso fueron capaces de bloquear el sol con su multitud.

Tungkong Langit los reconoció inmediatamente como antiguos compañeros del mundo antiguo. Con esto, también llegó por fin a comprender el agujero en expansión y lo que yacía al otro lado del mismo.

Invocó un tornado gigante para alejar la horda de su sol. Este tornado insolente empujó a todos los que se interpusieron en su camino. Sacudió a las langostas como si fueran polvo, restaurando el brillo del sol.

Las langostas retrocedieron, dispersadas como manifestantes callejeros acribillados a cañonazos de agua por la fuerza militar. Pero se reagrupaban obstinadamente dondequiera que las empujaran. Como una sola mente, planearon su próximo movimiento. Decidieron regresar cuando este mundo tuviera su primera cosecha. Ya que este mundo había destruido el suyo, matando a todos sus parientes, decidieron que a partir de entonces vivirían allí y serían su plaga.

"¡Ibyang!" El grito de Tungkong Langit atronó, llegando al otro mundo.

En respuesta, el agujero se abrió y engulló un planeta entero. La deidad masculina llamó una vez más a su cangrejo gigante. Montó en su lomo para recuperar el planeta que se hundía. A través del fuerte viento que empujaba hacia el centro del vacío, Tungkong Langit fue arrastrado hacia su objetivo, al que logró aferrarse. Pero cuando estaba a punto de volver a la luz, tirando del objeto que quería llevarse, descubrió que no era el planeta que pretendía salvar, sino un mechón del cabello de su mujer. Así que lo agarró con más fuerza, con la esperanza de poder llevárselo junto con todo el cuerpo de su esposa.

Las dos deidades tiraron tensamente la una de la otra. Su igual fuerza les permitía permanecer inmóviles. La lucha habría durado una eternidad, cuando Banaag y Sikat, en lugar de tirar más de Tungkong Langit, se limitaron a estrangular a la deidad masculina con sus invencibles hebras.

Tungkong Langit utilizó la fuerza que le quedaba en el puño para liberarse de esas ataduras inmortales. Pero por cada hebra que arrancaba, miles ocupaban su lugar. Perdió su vigor y su ardiente color se volvió azul. Las hebras tiraban de su cabeza, manos y pies en distintas direcciones. El cuerpo de Tungkong Langit se rompió en muchos pedazos, como el pan que Cristo partió durante la Ultima Cena.

Banaag y Sikat arrojaron estos pedazos a diferentes partes del nuevo mundo. Los trozos que cayeron al mar se convirtieron en los seres acuáticos del reino del agua. Los trozos que cayeron al suelo se convirtieron en los primeros humanos. Sin la disputa de la pareja divina, estos humanos nunca habrían existido; no formaban parte del diseño original. Su aparición destruyó también el plan original. Pero junto con sus más iluminados filósofos, más adelante declararían que este mundo carece de propósito.

Al principio, Alunsina quiso reunir estos pedazos para resucitar a su hombre, pero entonces recordó las cosas que se le habían mostrado en el fondo del lago. Se dio cuenta de que esos fragmentos vivientes serían la clave para acabar con el mundo que Tungkong Langit tanto amaba. En cuanto sometiesen a la naturaleza y se hiciesen dueños de todos los seres vivos, en cuanto utilizasen los mares y los ríos como cloacas para sus residuos tóxicos, liberasen sus armas nucleares, biológicas y químicas en el aire, cubriesen la atmósfera con su huella de carbono, desnudasen los bosques y arrasasen las montañas, la humanidad habría cumplido por fin su objetivo.

Ella no puede interferir en aquello en lo que no había trabajado. No puede destruir lo que no creó. Esa es la ley. Ella no puede deshacer este mundo. Como dios poco acostumbrado a trabajar, estaba muy agradecida de no tener que mover un dedo para hacer que las cosas sucedan. Tampoco necesita interactuar con los humanos. Pero ha decidido acelerar un poco las cosas, guiarlos de la manera más sutil posible, con cada paso y cada pequeña sugerencia, para que hagan aquello para lo que han venido. Mientras tanto, este mundo y el mundo de las sombras tendrán que coexistir.


Tungkong Langit + Alunsina es un relato del mito de la creación de Panay, narrado por el narrador panayón Hugan-an, documentado y traducido al inglés por F. Landa Jocano (Philippines International, 1959).