Me asusta el terror en el muro
Es verano en el Norte (invierno en el Sur) y, durante el mes de agosto, Literatur.Review los reúne a todos, publicando relatos inéditos o no traducidos del Norte y del Sur de nuestro planeta.
Martin Egblewogbe es autor de la colección de relatos cortos The Waiting (lubin & kleyner, 2020) y Mr Happy and The Hammer of God and other Stories (Ayebia, 2012). Sus escritos han aparecido en varias colecciones, como The Gonjon Pin (antología del Premio Caine 2014), PEN America's Passages Africa (2015), All The Good Things Around Us (Ayebia, 2016), Litro #162: Literary Highlife (2017), Between The Generations (2020), Shimmering At Sunset (2021) y Voices That Sing Behind The Veil (2022). Martin fue el editor encargado de la antología Resilience: A Collection (2021), y también coeditó la antología de relatos The Sea Has Drowned the Fish (2018), así como las antologías de poesía Look where you have gone to sit (Woeli, 2010) y According to Sources (Woeli, 2015). Es cofundador y director del Proyecto de Escritores de Ghana, y director de Pa Gya! un festival literario que se celebra en Accra. También presenta el programa de radio Writers Project en Citi FM. Es profesor en el Departamento de Física de la Universidad de Ghana, Legon.
Choque
Ke se encontraba aparcando cuando el Honda Crosstour arrancó y chocó contra su Corolla. Colocó el coche en su plaza y se bajó. La conductora del Crosstour estaba hablando por teléfono. Al cabo de unos minutos, por fin abrió la puerta y salió. Mientras tanto, Ke comprobó los daños: su coche tenía una ligera abolladura en la puerta del conductor. No le importaba. El Crosstour tenía un lado del parachoques delantero desprendido.
"Has chocado contra mi coche", dijo la conductora, de pie cerca de su coche y a varios metros de Ke. Era bajita, delgada, elevada por unos tacones, llevaba unos vaqueros elásticos, una especie de blusa con volantes y unas gafas de cristales rosas de dimensiones más bien ridículas. Llevaba el pelo a lo afro, como el de una cantante de soul americana de los años sesenta.
Era obvio que su versión del incidente no era correcta. En el mejor de los casos, era más compleja: habían chocado, en cuyo caso, a su favor, se podría argumentar que ella se encontraba girando en su ángulo muerto.
"Creo que estabas girando", respondió él.
"No", replicó ella, y levantó el teléfono para hacer otra llamada. "Me has dado en el parachoques", dijo al teléfono. "Y ahora está roto". Escuchó atentamente al teléfono, colgó y volvió a decirle: "Está roto".
El extremo derecho del parachoques se había caído y había una grieta en el plástico por encima del faro antiniebla. Costaba creer que todo aquello fuese reciente.
Eran las dos y media de la tarde de un día de abril en Accra y hacía calor, mucho sol y humedad. El follaje de los árboles, lánguido en el aire quieto, proyectaba sombras de mala gana sobre la calle. Ke, ya al límite de su paciencia debido a aquella sorprendente racha de acontecimientos enervantes, se esforzaba por mantener la calma. Y para su sorpresa, lo consiguió.
"¿No había daños previos?", preguntó.
"He venido a Ghana para unas semanas y quiero vender este coche. ¿Qué iba a ser esto, si no? Es poca cosa". Ella se mostraba calmada, pero no era difícil creer que intentaba tomarlo por un mugu.
Estaban en una calle tranquila de East Legon flanqueada por restaurantes, cafeterías, pequeñas tiendas y otros establecimientos urbanos. Era el lugar donde Ke almorzaba habitualmente, y también el favorito de los profesionales de clase media que trabajaban en las oficinas cercanas.
Ke había reservado quince minutos para comer, de los cuales ya habían transcurrido cuatro. Cuatro minutos más y se quedaría sin comer. Se preguntaba cuál sería la mejor manera de zanjar el asunto, que le parecía innecesario y una pérdida de tiempo.
Dos hombres salieron del restaurante, y al ver la escena y uno preguntó:
"¿Va todo bien?".
"Ha chocado con mi coche", dijo la mujer. "Y ahora tengo el parachoques roto".
"Vaya, hombre," el hombre se giró hacia Ke y le dijo: "Estas cosas pasan, ya sabes. Lo siento, amigo." Y se marcharon los dos.
Ke estaba molesto. En primer lugar, la mujer no tenía pruebas de que él fuese el culpable. Es más, los hechos tendían a indicar lo contrario. Por lo tanto ya era calumnia seguir anunciando que él había golpeado su coche y que el parachoques estaba dañado. Por no decir que desconocía el estado anterior del parachoques.
Tenía muchas cosas en la cabeza, y lo último que quería era preocuparse de este tipo de cosas. Y tenía que coger un vuelo en de ocho horas.
"¿Qué piensas hacer al respecto?", preguntó. "Soy enfermera en Finlandia. He venido para unas semanas y quiero vender este coche antes de irme. Si esto no se arregla, el coche se abaratará".
¿Qué quería decir con "qué piensas a hacer al respecto"? ¿Por qué de repente era su problema? ¿Y qué le importaban a él sus circunstancias para que ella pensara en contarle su vida? Él también se iba a Helsinki. Una coincidencia interesante, pero ¿qué tenía eso que ver?
Partía de Accra esa noche, con escala en Amsterdam, y llegaba a Helsinki el miércoles. El jueves por la mañana tenía que hacer una presentación de márketing.
¿Qué iba a decirle?
Podrían llamar a la policía, por supuesto. Y a la compañía de seguros.
"Esto es algo de lo que deben ocuparse los del seguro", dijo. No quería entrar en un regateo sobre quién tenía razón o no, ni sobre los cómos y los cuándos, ni en si, de hecho, había daños previos. Miró el reloj. Quedaban ocho minutos. Ahora tendría que irse sin comer.
"Puede que pidan un informe policial. Eso llevará tiempo. Y has movido tu coche. Tendrías que haberlo dejado en su sitio para que hiciéramos fotos".
Dios, pensó Ke, entonces habría tenido que salir por la puerta del copiloto.
"Y ya te he dicho que tengo que volver a Finlandia dentro de unos días. No puedo esperar. Dime qué quieres hacer". Luego volvió al teléfono. "El hombre dice que el seguro", dijo. Escuchó, negó con la cabeza y colgó.
"Llamar al seguro supone perder tiempo", dijo. "Así que...".
Se imaginó saltando sobre ella y estrangulándola, imagen que disipó rápidamente .
"Toma mi tarjeta...", rebuscó en la cartera y le tendió el pequeño rectángulo blanco. "Apunta mi matrícula, y ya lo hablamos".
"No", dijo ella. "De todos modos, no puedo mover el coche".
Él se quedó estupefacto. "¿Por qué no puedes mover el coche?".
Ella alzó la mano derecha hacia sus gafas de sol de diseño y las levantó ligeramente.
"Porque el parachoques está roto".
Maldijo en voz baja. Volvió a disipar la imagen. Cuatro minutos era todo lo que le quedaba de su pausa para comer. Necesitaba volver a casa a prepararse para el viaje. Tenía que dejarse de tonterías. Debía hacerse cargo del problema si se quería marchar.
"¿Conoces algún mecánico...?".
"No vivo aquí".
¿Por qué no se habría ido sin más? Bueno, porque el jugaba en casa y habría quedado muy mal. La mujer era extrajera.
Se acercó al coche, levantó el borde del parachoques y lo volvió a colocar en su sitio. Colgaba torcido.
"Así no se arregla", dijo la mujer.
"Ya puede circular", replicó él.
"Hay que arreglarlo", insistió ella. "Hay que cambiar el parachoques. Quiero vender este coche. Llévalo a Honda Place".
"No", dijo finalmente. "Llévalo tú a Honda Place, y pide la factura. Tengo que irme. ¿Me coges la tarjeta?"
Justo en ese momento, el dueño del restaurante atravesó la entrada y se acercó a ellos. Era un inmigrante turco, larguirucho, con gafas y el pelo ralo. Su actitud era tan reticente como la de Ke.
"¿Va todo bien?".
Ke esperó a que la mujer terminara la acusación. Luego dijo: "Ahora tengo que irme, pero ella puede quedarse con mi tarjeta y lo arreglaremos". Ke se volvió hacia la mujer. "Es el dueño y me conoce. Soy cliente habitual".
"¿Cómo se va a arreglar?".
"Con el seguro", respondió Ke.
"No...", empezó la mujer. Ke ya llevaba dos minutos de retraso. Deslizó la tarjeta en la mano del turco y se dirigió a su coche.
La mujer ahogó un grito y exclamó: "¡Eh, tú!"
Pero él ya se había ido. Ella no le siguió.
Cigarrillo
Unos diez minutos más tarde se vio atrapado en un atasco. La aplicación de mapas, cuando lo comprobó, le aseguraba que aquella seguía siendo la mejor ruta a pesar del tráfico. Arrancar, parar, arrancar, parar, arrastrarse hacia el Underbridge, conducir hasta conectar con la carretera Spintex y seguir hasta Regimanuel Estates. Luego tenía que hacer la maleta, cosa que había dejado para el último minuto, y el último minuto avanzaba lentamente hacia la hora de partida...
Llegó a casa justo antes de las cuatro de la tarde y se dirigió directamente a su dormitorio, que estaba patas arriba debido a que ya había empezado a empacar la noche anterior. Sólo necesitaba una maleta pequeña: siempre viajaba ligero y, de todos modos, sólo iba a estar fuera unos días. Un jersey grueso, una chaqueta, dos camisas, dos pantalones, un par de vaqueros... y había que plancharlos. A la tabla de planchar. Zapatos, zapatillas, artículos de aseo personal. Tenía que asegurarse de que las presentaciones estaban guardadas en el ordenador y la integridad de los archivos estaba intacta, por los efie fuɔ y demás. La reunión de Helsinki era crucial para los negocios. A su socio y director de su empresa emergente de tecnología le habían denegado el visado de entrada en Finlandia, percance que achacó directamente a un funcionario consular de la Embajada, un hombre bajito y pugnaz que llevaba gafas cuadradas y olía a café. Ninsin, su compañero, le había llamado el viernes por la tarde con la mala noticia. "Ke", dijo Ninsin, "no he conseguido el jodido visado. Ahora todo depende de ti".
Era el segundo golpe que Ke recibía esa semana.
El primero había llegado el jueves por la tarde, cuando tuvo que correr al 37 Hospital Militar para ver a su amigo moribundo. Freddie había sido su amigo durante muchos años, a pesar de la diferencia de más de veinte años de edad que había entre ambos. Antiguo chef, había dedicado toda su vida laboral a atender los delicados paladares de la alta sociedad, había amasado una fortuna y se había retirado para llevar una vida tranquila.
Por desgracia, a Freddie le mordió una cobra mientras se relajaba tomando una cerveza en el jardín después de comer.
¿Cuáles son los detalles? ¿Estaba dormitando cuando la serpiente cayó de la palmera bajo la que estaba sentado? ¿O la serpiente se había arrastrado hasta él sin darse cuenta? ¿Y qué serpiente confundiría el gran bulto de Freddie con una presa, a menos que, como los miembros de la familia insinuaron más tarde, se la hubieran enviado?
En cualquier caso, Freddie gritó de dolor tras la mordedura, alarmando al criado, que salió corriendo al jardín justo a tiempo de ver a la serpiente regresar rápidamente al palmeral. Había mordido a Freddie en el muslo derecho, que sujetaba con ambas manos mientras gritaba: "¡Ay, ay, w'aka me!".
El criado no tenía ni idea de qué primeros auxilios había que aplicar en caso de una mordedura de serpiente, por lo que se perdieron unos minutos preciosos mientras metía a Freddie en un taxi y se dirigía al hospital, donde el fantástico incidente generó una pequeña crisis.
¿Una mordedura de serpiente? ¿En Labone, Accra? ¿Quién lo habría dicho?
- ¿Qué tipo de serpiente? Necesitamos saberlo.
- No pude verla bien.
- ¿Pero la viste?
- Cuando se escapaba.
- ¿De qué color era?
- Negra.
- Ooooh, ¿una mamba? Esi, ¿tenemos antídoto de mamba? Nancy, no tenemos antídoto. ¡Ponle un suero salino! Llama al médico de inmediato.
- Tenía el cuello amarillo.
- Esi, busca en google "serpiente negra cuello amarillo".
- Caballero, mire la foto, ¿era así?
- Sí.
- Esi... ¡oooh, una cobra escupidora! Esi, ¿tenemos antídoto de cobra?
- No tenemos.
- ¿Seguro? Deberíamos preguntar. ¡Llama a las tiendas! ¿Has avisado al médico?
Cuando Ke llegó al hospital una hora más tarde, Freddie estaba en una cama de la sala de urgencias con una vía intravenosa en el brazo. No tenía buen aspecto. Apenas podía moverse y llevaba puesta una mascarilla de oxígeno.
"Me temo que no va a sobrevivir", le dijo el médico a Ke en la consulta. "Aún no le han administrado el antídoto. Es un milagro que aún siga respirando. La cerveza tampoco ayudó mucho".
Por la noche, Freddie estaba muerto. Eso fue el jueves.
Desde entonces, Ke no había dormido bien. Como era él quien había estado en el hospital en el momento de la muerte, se convirtió en el punto de contacto para la familia de Freddie, que parecía más que encantada de transferirle la responsabilidad de la documentación y demás trámites. Su teléfono no había dejado de sonar durante toda la noche. El increíble giro de los acontecimientos hizo que muchos familiares desearan que Ke les proporcionara directamente los detalles, pero no los aceptaron en ningún caso. Algunos le gritaron, otros dijeron que no era posible, otros afirmaron que alguien le había enviado esa serpiente, pero no dijeron quién.
El viernes informaron a Ninsin de que no podía viajar a Helsinki. Eso significaba que Ke era el que tenía que hacer su presentación, por lo que tuvieron que pasar el fin de semana repasando las presentaciones, los códigos, la aplicación, el plan de negocio... fue agotador. Por si fuera poco, Ke estaba en pleno duelo.
Por suerte, la enfermera finlandesa sólo lo llamó una vez para decirle: "¿Cómo pudiste irte así? No eres nada caballero. Hemos enviado el coche a Honda Place y te mandaremos la factura."
Ke fue incapaz de comprometerse del todo. "¿Por qué me envías la factura?", preguntó.
"Porque me diste tu tarjeta", dijo la enfermera.
Era una situación absurda. "Ya veremos", dijo Ke.
"El futuro es impredecible", contraatacó la enfermera.
Ke colgó. Incluso entonces, parecía que la locura irradiaba del teléfono y lo apagó durante algún tiempo.
Cuando dieron las seis y cuarto de la tarde, Ke estaba listo para salir hacia el aeropuerto. Llevaba una camisa azul claro, un pantalón sastre negro y zapatillas de ante. Llamó a su madre y la puso al día de su viaje; ella le deseó lo mejor y pidió verle cuando volviera.
Llamó a un uber, calculando que tardaría una hora y media como mínimo en llegar al aeropuerto con el puñetero tráfico de Spintex, y se sentó en el porche a fumar mientras transcurrían los diez minutos de espera. Los cigarrillos eran de una marca egipcia con punta mentolada -un regalo del difunto Freddie- y tenían un sabor bastante pasable. Las inscripciones árabes de la cajetilla añadían misterio al asunto, y el humo aromático le envolvía la cabeza.
El Uber llegó poco después de las seis y veinte, y Ke pensó que tendría suerte si llegaba al aeropuerto antes de las ocho. El vuelo nocturno a Helsinki vía Amsterdam salía a las diez y tenía que terminar de facturar antes de las ocho. Realmente no tendría oportunidad de comer nada. Quizá en el avión. La escala de una hora a las cuatro de la madrugada en Amsterdam no prometía nada más sustancioso que un café y bollería. Estaría hambriento hasta llegar a su destino.
Volar
Fue una carrera hasta la facturación. En realidad, también tuvo que correr en el vestíbulo de salidas, lo que le llevó tiempo ya que enseguida le pararon a la entrada, le interrogaron y le registraron. Luego fue una carrera hasta la zona de facturación. La azafata le miró con la simpatía justa y le hizo el check in. "¿Algún equipaje?", le preguntó. "Me llevo esto", dijo él, indicando su maleta de mano. La pesó. 8,5 kg. Lo miró. Él sonrió escuetamente. Ella le entregó el billete. "Que tenga un buen vuelo". Era el último pasajero. Cuando él se fue, ella empezó a despachar las maletas.
La llamada de embarque sonó por megafonía mientras pasaba los controles de seguridad, y acababa de llegar a la sala de embarque cuando se produjo la última llamada. Los demás pasajeros ya estaban en cola. Se unió a ellos y se secó el sudor de la frente por enésima vez.
La luz penetrante empezaba a hacerle daño en los ojos y el zumbido del aire acondicionado también le resultaba opresivo ahora que se había parado. La gente de la cola parecía falta de sueño. Al fin y al cabo, eran casi las diez de la noche. En realidad, las nueve y veintiocho minutos.
En la televisión había un informativo que emitía imágenes de aviones de combate despegando. El teletipo decía algo así como "LOS F-15S SE MOVILIZAN EN RESPUESTA..."
La cola avanzaba.
Tres personas más hasta su turno. Parecía que algunos de los pasajeros de la sala de embarque estaban prestando mucha atención a la pantalla, pero Ke no podía molestarse. Quería embarcar y sentarse. Incluso el estrecho asiento en clase turista sería un bienvenido respiro tras el estrés de los últimos días. Tal vez podría dormir, pero eso nunca le había funcionado cuando volaba. Había un podio, negro e imponente, con un reluciente escudo de armas en relieve delante. Había un hombre blanco y gordo con uniforme militar detrás del micrófono. Parecía severo. Ke no pudo identificarlo en la toma. El teletipo decía: "... SUCESOS ALARMANTES DE LAS ÚLTIMAS HORAS. EL PRESIDENTE AFIRMA UNA "DETERMINACIÓN DE ACERO"..."
Era su turno. Las dos mujeres del mostrador comprobaron rápidamente su documentación y le entregaron la tarjeta de embarque con una sonrisa y un "disfrute de su vuelo". Siguió a los demás escaleras abajo y salieron.
Caía una fina lluvia y las gotas le golpearon la cara. A Ke le pareció refrescante. Los subieron al autobús, que arrancó de inmediato. Abrazó la barra con un solo brazo y mantuvo el equilibrio mientras el autobús se acercaba a toda velocidad a la pista.
Era un avión grande, un 737, elegante y reluciente bajo la lluvia, a la vista de todos conforme el autobús giraba bruscamente para acercarse a la aeronave. Ke sintió que la tensión en su interior disminuía al contemplarlo. Respiró hondo y aflojó ligeramente la mano que agarraba la bolsa.
Tenía un asiento de ventanilla a babor. Deslizó la bolsa bajo el asiento y se abrochó el cinturón inmediatamente. Se echó hacia atrás y cerró los ojos. La cabina estaba en plena efervescencia y él quería ignorarlo todo.
Detrás de él se desarrollaba una interesante conversación en voz baja y comedida.
"El valor en la guerra..." "...considerándolo todo... no tiene valor..." "Olvidamos la segunda guerra mundial..." "Los horrores no se pueden tolerar..." "Un buque fue torpedeado en el pacifico... semanas en mar abierto..."
No podía seguir bien la conversación, además se encendió la megafonía y el piloto envió sus saludos. Los motores subieron de tono. Se oyeron más voces por la megafonía y el vídeo de seguridad se reprodujo en todas las pantallas.
Y entonces las ruedas empezaron a rodar y ya estaban en el aire, ascendiendo abruptamente sobre el mar desde Kotoka.
Whisky
Ke iba por su segunda cerveza, después de que le negaran un whisky (la negativa fue acompañada de un asentimiento cómplice de la azafata, una pelirroja alta y guapa con actitud distante), y en su lugar lo apaciguaran con tres latas de cerveza. Le resultaba muy agradable beber cerveza después de medianoche mientras atravesaba la atmósfera a 700 km/h. Sin embargo, hubiera preferido un whisky.
La cabina se estaba acomodando para pasar la noche, la mayoría de los pasajeros intentaban descansar cómodamente. Unos pocos estaban leyendo. Alguien al otro lado del pasillo estaba obsesionado con el vídeo de navegación.
Ke bebió otro sorbo, y cuando las sombras cayeron sobre su lado de la cabina su primer pensamiento fue que la cerveza no podía ser tan fuerte.
Pero entonces la cabina empezó a iluminarse, la luz la inundó desde abajo, primero tocando el techo, y luego creciendo muy rápidamente, rojo, luego ámbar, ámbar chillón y un amarillo resplandeciente y abrasador que parecía quemar las paredes del avión e iluminaba la cabina de extremo a extremo.
más brillante que la luz de mil soles...
y los chillidos estallaron por toda la cabina. Se oyeron gritos, improperios en lenguas conocidas y desconocidas, invocaciones a Cristo, a Alá, a la madre de Dios, una erupción glosolálica que fue rápidamente sofocada por razones desconocidas, pero nadie se movió: todos estaban aparentemente paralizados en sus asientos, o quietos en su sitio si es que estaban de pie.
La aeronave permaneció estable y siguió volando...
Iluminada desde abajo, la nube se elevaba como un hongo, ondeando, centelleando con relámpagos, y luego abajo el brillo comenzó a apagarse, de manera constante, constante...
Ke había bajado instintivamente la cabeza y se había cubierto los ojos, pero aún así la sangre de las venas de sus manos refulgía ante sus ojos, y la sombra de los huesos parecía una especie de rayos X...
Pero en unos instantes el resplandor empezó a menguar, y Ke, abriendo los ojos, contempló a través de las ventanas de estribor la abrasadora nube de la muerte, la destructora de mundos....
Seguían volando con bastante suavidad, dado todo lo que estaba ocurriendo, el pánico ahora sofocado a bordo y la conmoción absoluta por todo aquello.
Ke, ahora aparentemente en control de sus emociones, vació la lata, abrió otra, y consideró las cosas desde la perspectiva de los pilotos. Cuánto tardaría la onda expansiva en golpear el avión, y si sobreviviría a las sacudidas, al balanceo y a las sacudidas, si sería conveniente ascender, incluso por encima del techo de vuelo, donde el aire era más fino, o si sería mejor alejarse del epicentro y evitar ser embestido, o si sería mejor mantener el rumbo, la única ruta con autorización de la torre... y si esta trinidad de opciones era la única posibilidad...
El sistema de megafonía crepitó. La mayoría de los gritos se habían apagado, pero había llantos inconsolables y gemidos por toda la cabina, y algún que otro sonido de vómitos.
Les habla el capitán [inaudible].
Mierda [interferencia]. Mierda [inaudible].
[Golpe] parece que ha habido [inaudible].
[Pausa] tripulación de cabina, puestos de emergencia.
Los ordenadores del avión no reportan anomalías y tenemos el avión bajo control. Parece que ha habido un incidente grave en tierra y hemos perdido el contacto por radio.
[Interferencia].
Habla el primer oficial [Inaudible].
[Sonido de llanto].