El reencuentro

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El reencuentro

Una historia de Malaui
Stanley Onjezani Kenani
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Stanley Onjezani Kenani

Es verano en el Norte (invierno en el Sur) y, durante el mes de agosto, Literatur.Review los reúne a todos, publicando relatos inéditos o no traducidos del Norte y del Sur de nuestro planeta. 

Stanley Onjezani Kenani (1976) es un escritor malauí que actualmente reside en Francia. Fue preseleccionado para el Premio Caine de Literatura Africana en 2008 y 2012. En 2014, fue nombrado uno de los 39 escritores africanos menores de 40 años con mayor proyección. Actualmente trabaja en su primera novela.

La afluencia de público superó sus expectativas. Al recibir la invitación para asistir a un acto de lectura, se preguntó: "¿Suiza? ¿Se habla inglés allí?". Hizo una búsqueda en Internet y descubrió que la población suiza hablaba principalmente alemán, francés, italiano y romanche, pero no inglés. Llegó incluso a pedir más información a su agente, que le confirmó que la lectura se haría en inglés, seguida de una conversación con la reputada feminista suiza Chantal Seydoux. Investigó el nombre de Chantal y quedó impresionada al encontrar numerosos artículos suyos en revistas de enorme prestigio. A medida que se acercaba el día del acto, hojeó algunos de esos artículos por si surgía la oportunidad de incorporar una cita suya. Ahora se encontraba allí, frente a toda aquella gente adorable y que la adoraba.
Se dio cuenta, por la hora que marcaba su teléfono móvil, de que aún faltaban unos doce minutos para que comenzara el acto, aunque Chantal y ella ya estaban sentadas frente al público e intercambiando afectuosos saludos. "Espero que te guste nuestra ciudad", comentó Chantal. Chantal parecía algo tímida y evitaba el contacto visual directo, pero su inglés era impecable, aunque con un marcado acento francés. Algunas personas del público se acercaron para pedirle que les firmara ejemplares de su novela, pero Chantal tuvo que pedirles paciencia. "Está previsto en el programa que Madalo firme libros al final", explicó. 
El teléfono emitió un pitido seguido de una suave vibración. La atención de Madalo se dirigió a la pantalla, que revelaba un mensaje en Facebook Messenger. Era una solicitud de mensaje, es decir, de alguien que no estaba en su lista de amigos de Facebook. De hecho, sorprendentemente era de Kaiko. "¡Qué alegría verte!", escribió. "Estoy sentado al fondo". Ella levantó la vista, y allí estaba él, saludándola con la mano y enarbolando una amigable sonrisa. Pero ella se abstuvo de devolverle el gesto.
"¿Podemos cenar después de la lectura?", continuaba el mensaje. "Te lo ruego. Espero que no tuvieras ya planes, he viajado desde Stuttgart para verte". 
Ella empezó a alterarse y a debatirse. "No, otra vez este hombre no", murmuró para sí misma. "No, no, no. Rápidamente, guardó el teléfono en el bolso, lo cogió y se dirigió a los aseos. Al encontrarse sola en un cubículo, se sintió embargada por la emoción y se le saltaron las lágrimas.
¡Kaiko! Todo volvía de golpe, como si el pasado fuera ayer y la persiguiera una vez más.
Tenían planes de casarse en cuanto él acabara la universidad. Estudiaba ingeniería eléctrica en la Politécnica, y aún le quedaba un año para terminar. Ella, por su parte, se había licenciado en letras un año antes que Kaiko y enseguida consiguió trabajo como periodista en The Times. Como no tenía familia en Blantyre, alquiló una habitación de servicio en Chichiri, a poca distancia de su alma máter, donde Kaiko seguía estudiando, y de su lugar de trabajo. De vez en cuando, Kaiko pasaba las noches en su casa.
Entonces, se quedó embarazada inesperadamente. Pero en lugar de aceptar el embarazo, Kaiko insistió en que lo interrumpiera. Ella se negó en redondo. Tras muchas noches de discusiones, él dejó de visitarla y acabó evitándola por completo. Incluso cuando ella acudía a su habitación en el campus o intentaba llamarle al móvil que le había comprado con su propio dinero, seguía ilocalizable. 
Una noche fue directamente del trabajo al campus, pero Kaiko no estaba en su habitación. Tampoco estaba en la cafetería, ni en la sala de estudiantes, la tienda o la biblioteca. A veces, solía estudiar en el Alas de Mariposa, un edificio llamado así porque su diseño emulaba las alas de una mariposa. Pero allí sólo había un grupo de estudiantes rezando en voz alta y hablando en distintos idiomas.
Cuando estaba a punto de abandonar el campus, lo divisó, apenas visible en la penumbra. Estaba en el muro de piedra, con el brazo alrededor de la cintura de una chica. A Madalo se le encogió el corazón y fue a enfrentarse a él. 
"¿Qué haces aquí?", dijo él, con un deje de alarma en la voz. 
"Kaiko, ¿qué me estás haciendo?", respondió ella, con la voz quebrada. 
Él no respondió. La chica empezó a alejarse, pero él gritó: "¡Tiya, espera! Esta es la Madalo de quien te hablaba". Volviéndose hacia Madalo, le dijo: "Tengo que ir con Tiya. Te enviaré un mensaje". 
Y así se marcharon, dejándola allí sola, sintiéndose vacía, como un fantasma. Más tarde esa misma noche, él le envió un mensaje de texto. "Lo he pensado mucho", escribió. "Eres una chica preciosa, Madalo. Eres una chica realmente hermosa, pero me preocupan los hijos que podamos tener. Puede que no sean muy brillantes. Te licenciaste en letras. No quiero parecer ofensivo, pero quiero que mi hijo llegue a estudiar ciencias. Ahora me interesa otra persona. Te deseo lo mejor en la vida. Dejaré el teléfono que me diste en la recepción de tu oficina. Adiós".
No podía creer que aquello le estuviera pasando. Resultaba incomprensible que, hasta entonces, hubiera creído cada palabra que aquel chico le había dicho. "Eres el ser humano más increíble que he conocido"; "Mi sueño es llegar a los cien años teniéndote a mi lado"; "Sin ti, mi vida no tiene sentido". ¿Eran sólo palabras? ¿Fueron esos dos años juntos una pérdida de tiempo? 
Ella, que sólo había probado el alcohol una vez y no le había gustado, se metió en el primer bar que encontró y se emborrachó. Al día siguiente, se despertó a las 10 de la mañana sin saber cómo había vuelto a casa. Llamó a su trabajo y mintió diciendo que estaba enferma, aunque no era del todo mentira dado lo mucho que le dolía la de cabeza. Transcurrieron días de comer mal y noches sin dormir, consumiendo más alcohol, y despertando a veces junto a hombres desconocidos después de haberse acostado completamente borracha.
Una tarde entró en una clínica de planificación familiar e interrumpió su embarazo. No se molestó en informar a Kaiko. Para ella, él había dejado de existir. Decidió que nunca volvería a confiar en ningún hombre, por dulces que fueran sus palabras. Se culpó a sí misma por creer a Kaiko cuando le dijo que la quería.
Con el tiempo, sin embargo, se recompuso y trató de centrarse. Dejó de beber, decidida a no dejar que ningún hombre le arruinara la vida. En lugar de eso, buscó consuelo en la escritura. Empezó a escribir novelas cortas, que el Times publicaba en la sección de cultura. Con cada historia publicada, su confianza crecía y el número de sus seguidores iba aumentando poco a poco. Entre sus lectores estaba el profesor Lupanga, a cargo del curso de escritura creativa del Chancellor College, que se puso en contacto con ella. 
El profesor le señaló amablemente los errores que cometía en algunos de sus relatos y se ofreció a corregirlos. "Haz que tus personajes cobren vida", le dijo. "Haz que afloren sus sentimientos. Que estén bien desarrollados". También la animó a enviar sus relatos a destacadas publicaciones literarias internacionales. 
Envió su trabajo a nueve revistas literarias y recibió correos electrónicos de rechazo de todas ellas. Los rechazos le resultaron difíciles de digerir y empezó a dudar de sí misma. 
"Quizá estoy pidiendo demasiado, profesor", le dijo por teléfono. 
"No, no, no, Madalo, tienes mucho talento", le contestó él. "Sigue intentándolo. No he leído en mucho tiempo nada escrito por un malauí que sea mejor que lo tuyo". 
Pero cuanto más lo intentaba, más la rechazaban. Sólo The Times parecía dispuesto a engullir todo lo que escribía, aunque ella misma no tenía muy buena opinión de su trabajo. A veces pensaba que The Times publicaba sus historias sólo para complacerla, quizá porque una vez trabajó allí.
Por fin, una revista sudafricana aceptó una de sus historias. Fue extraordinario cómo esa simple aceptación le abrió las puertas. Un año más tarde, el mismo relato fue preseleccionado para el Premio Caine. Voló fuera de África por primera vez para asistir a la ceremonia de entrega del premio en Londres. Fue una semana frenética de entrevistas en la BBC y otros medios de comunicación, almuerzos con agentes literarios y editores, e incluso una comida en la cafetería de la Cámara de los Comunes. Aunque no ganó el premio, un agente se interesó por su obra y la contrató. 
Dos años más tarde se publicó su primera novela, primero en el Reino Unido y luego en Estados Unidos. Posteriormente se tradujo a varios idiomas: francés, español, portugués, alemán, hindi, ruso, chino, japonés y neerlandés. El libro recibió críticas elogiosas en importantes periódicos de todo el mundo. Fue el comienzo de sus giras mundiales. Su perfil se disparó a un ritmo asombroso y recibió un anticipo considerable por su segunda novela. Esto le permitió dejar de trabajar y convertirse en escritora a tiempo completo. No se consideraba rica, pero tenía dinero suficiente para comprarse una casa y un coche nuevo. Las adversidades económicas ya no le preocupaban. Podía permitirse todo lo que quisiera, incluso pagar las facturas médicas de su padre. Aún no había sentado la cabeza con nadie, pero eso ya no le preocupaba demasiado. Estaba convencida de que era mejor no casarse que casarse con alguien de quien no estuviese segura. Su madre y sus tías intentaron convencerla de que diera prioridad al matrimonio, pues creían que era lo mejor para una mujer. Sin embargo, ella se mantuvo firme y se negó a ceder. No porque los hombres no llamaran a la puerta. Lo hacían, pero ella tenía entereza suficiente para poner fin a la relación a la primera señal de alarma. Estaba George, o "Houdini", como ella le apodaba por su forma de comportarse. Desaparecía sin previo aviso durante días, sin llamadas ni mensajes, sólo para reaparecer con una justificación cuidadosamente elaborada y fácilmente creíble, hasta que ella llegó a la conclusión de que el patrón de desapariciones era algo de lo que preocuparse a largo plazo, y que las justificaciones podían ser producto de un mentiroso avezado. Luego vino Albert "Flores", que tenía un temperamento violento repentino, pero se apresuraba a disculparse con un ramo de flores a la mañana siguiente -de hecho, era el único hombre que alguna vez le había comprado flores-, hasta que ella llegó a la conclusión de que prefería más un carácter más tranquilo que unas flores. Sintekeseka le rogó que tuviera un hijo con él, le dijo: "Un hijo contigo saldría muy inteligente", pero eso fue después de que su perfil mundial ya hubiese crecido, y cada palabra que pronunciara en público, un tuit, un post de Facebook o un discurso, se convirtiese en fuente de titulares tanto en su país como en el extranjero. Y, de todos modos, parecía más obsesionado con la idea del bebé que con un amor genuino por ella. De este modo habían transcurrido los años sin que ella encontrara a nadie con quien conectara tan profundamente como para considerar la posibilidad de casarse.
Y ahora, mientras promocionaba su tercera novela, Caos, la última persona con la que esperaba encontrarse estaba en la sala. Volvió a leer su mensaje, escribió, borró, volvió a escribir y borró una vez más. Su primer pensamiento fue: "¡Aléjate de mí, Satanás!". Luego trató de encontrar el modo de rechazarlo educadamente. Sin embargo, otra parte de ella sentía curiosidad por aquel hombre. A lo largo de los años, nunca se había encontrado cara a cara con él, pero le había visto en centros comerciales. Una vez estaba con una chica alta y delgada. En otra ocasión, en un concierto, estaba sentado solo. La última vez que lo vio fue en el aeropuerto internacional de Lilongwe, con una rubia regordeta de estatura media. En ninguna de esas ocasiones intercambiaron saludos ni reconocieron la presencia del otro con una sonrisa o un movimiento de cabeza. ¿Qué podía querer decirle?
"De acuerdo, te veré después de la firma de libros", respondió finalmente.
"¿Pasa algo, Madalo?". La voz de Chantal la sobresaltó. 
"Estoy bien", dijo, saliendo del baño para mirarse en el espejo.
"Estamos a punto de empezar", dijo Chantal.
Cuando Madalo volvió a su asiento, la sala estalló en aplausos. La iluminación había sufrido una transformación durante su breve ausencia: ahora era más intensa y se dirigía a ella y a Chantal, colocadas casi frente a frente pero también en ángulo hacia el público. El resto de la sala seguía bañada por una luz tenue y suave. La presentadora hizo una efusiva introducción. Enumeró los numerosos premios de Madalo y citó los elogios que había recibido de personalidades literarias de todo el mundo. El público respondió con otra salva de aplausos. 
En ese momento, cedió la palabra a Chantal, que invitó a Madalo a leer su obra. Madalo leyó con gran intensidad emocional, provocando los gritos ahogados de un público totalmente entregado. Cuando terminó, un momento de silencio dio paso a un estruendoso aplauso. 
"Ha sido impresionante", comentó Chantal. 
"Gracias", respondió Madalo. 
Chantal continuó: "¿Qué le motivó a abordar el delicado tema de la violación conyugal en 'Caos'?"
"Elegí este tema porque, incluso en el nuevo milenio, después de más de dos décadas, hablar de la violación conyugal sigue siendo tabú en mi país. Pocas mujeres están dispuestas a abordar abiertamente el tema. Quería que la protagonista, Memory, inspirara a esas mujeres a encontrar su propia voz". 
"Impresionante", dijo Chantal, con tono reflexivo. "Pero teniendo en cuenta la reacción masiva y el ridículo al que se enfrenta Memory cuando revela valientemente las acciones de su marido en su cuenta de Facebook, ¿no teme que las mujeres de Malaui, y de hecho de todo el mundo, se sientan disuadidas ante la perspectiva de soportar semejante vergüenza?"
"No necesariamente", respondió Madalo con convicción. "Examinemos todo lo que ocurre después de que ella habla. Sí, se enfrenta a la vergüenza y algunos de sus familiares más cercanos no la creen. Sin embargo, algunas mujeres comparten sus propias experiencias de violación conyugal, inspiradas por la valentía de Memory. Una ONG que ella desconocía se ofrece a apoyarla, ayudándola con los gastos legales mientras se enfrenta a su marido en los tribunales. Al final, después de tanta agitación, Memory descubre una paz interior que nunca había creído posible. Creo que todas estas experiencias animarán a las mujeres que se enfrentan a circunstancias similares a oponerse a cualquier forma de maltrato". 
Otra ronda de aplausos llenó la sala.
"Me desconcertó el giro de la trama", continuó Chantal. "Estaba totalmente con ella, esperaba que ganara. Sin embargo, pierde el caso. ¿Por qué decidiste hacerla perder?"
"Quería mostrar que el patriarcado está presente a todos los niveles, incluso en el sistema jurídico", explicó Madalo. "Sin embargo, es importante señalar que el marido tampoco sale necesariamente victorioso. Sus jefes le despiden debido a la publicidad negativa generada por el caso. Para hacer frente a las crecientes facturas legales, vende la mayoría de sus posesiones. Su triunfo es pírrico en todos los sentidos. Sin embargo, el mero hecho de que, por primera vez, reconozca lo importante que es buscar asesoramiento significa que, en última instancia, Memory ha triunfado."
"¿Cómo ha sido recibida la novela en Malaui?", preguntó Chantal. 
"Debo confesar que no ha tenido mucha repercusión", admitió Madalo. "En primer lugar, porque la cultura de la lectura ha disminuido. En segundo lugar, porque como mis libros se publican en el extranjero, suelen ser demasiado caros para los pocos lectores que desean acceder a ellos en mi país. No obstante, los principales periódicos malauíes lo han reseñado, aunque de forma somera. Aun así, algunos malauíes me han acusado en redes de sacrificar mi integridad artística en aras del feminismo".
La charla continuó durante cuarenta y cinco minutos antes de abrir el turno de preguntas del público.
"Perdone que le pregunte", inquirió una señora de pelo blanco, "¿alguna de las experiencias de la novela están basadas en su vida?"
Madalo respondió: "Nunca he estado casada, pero sí, en todos mis escritos siempre hay algo personal. Sé lo que significa que te hieran profundamente. Alguien a quien amaba profundamente me hirió una vez, no físicamente en su caso, sino emocionalmente. Así que, cuando escribo sobre una mujer como Memory, que está herida tanto física como emocionalmente, me baso en mis propias experiencias de un modo u otro".
Chantal concluyó la sesión puntualmente al cabo de una hora, tras la cual se formó una cola para la firma de libros. Muchos asistentes pidieron selfies con Madalo, y la cola creció tanto que llevó otra hora firmar libros a todos los miembros del público.
Sólo entonces llegó el momento de partir.

Su pelo había encanecido rápidamente, y aún no había cumplido los cincuenta. Su barriga sobresalía un poco, posiblemente efecto de la cerveza. Llevaba unos vaqueros mal ajustados y unas gafas que antes no necesitaba.
"Ha sido un día largo", dijo cuando salieron del salón.
"¿Ah, sí?". respondió Madalo. "Perdona mi mala geografía, pero ¿a qué distancia está Stuttgart de aquí?"
"Siete horas en tren", dijo él. "Ocho, para ser exactos, porque yo no vivo en el mismo Stuttgart, sino en Geislingen, a unos cuarenta minutos de distancia."
"Menuda odisea", comentó ella. "¿Y sólo para verme?"
"Sí, sólo para verte. Aunque el viaje me hubiese llevado veinticuatro horas en tren, lo habría hecho igual."
Vieron un bullicioso restaurante italiano justo al lado de la sala donde había tenido lugar la lectura.
"¿Te gusta la comida italiana?", preguntó él.
"¿Por qué no?"
Era un restaurante grande de dos plantas. "¿Arriba?", sugirió.
Lo bueno de los veranos europeos, advirtió Madalo, era que a las ocho de la tarde aún había luz solar, lo que les permitía disfrutar de una espléndida vista del lago. Inmediatamente, él se pidió una copa de vino, mientras Madalo se conformaba con agua del grifo.
"¿Y cómo está Tiya?", inquirió.
"Lo siento muchísimo, Madalo", dijo él, con aspecto claramente inquieto. "Te he hice daño. No hay palabras que puedan curar la herida que abrí, pero lo siento."
Ella no dijo ni una palabra.
"Tiya y yo rompimos poco después de la universidad", continuó él. "Una larga historia. Conocí a otra persona, Rebecca. Nos casamos y tuvimos dos hijos, pero al final, una vez más las cosas no funcionaron. Entonces conocí a Claudia, de Alemania. Por eso me trasladé aquí hace cinco años. Las cosas se torcieron a los dos años de casarnos, así que ahora estoy solo otra vez."
Temblaba un poco mientras se llevaba la copa de vino a los labios. Él pidió ravioli, mientras que ella se conformó con un risotto.
"¿A qué te dedicas en Alemania?"
"Todavía no he encontrado un trabajo en condiciones", dijo él, "pero soy capaz de sobrevivir a base de trabajos esporádicos. Se aprende mucho. Trabajo de manitas. Pero una vez que tenga los papeles en regla, podré buscar un trabajo de verdad". 
"Me alegra oír eso", dice Madalo. 
"Además, el idioma fue un gran problema los primeros años, pero he trabajado mucho en ello. Ahora me siento lo suficientemente cómodo como para encajar en un entorno laboral."
"Ya veo."
Vació su vaso bastante rápido y luego pidió otro.
"Qué bien lo has hecho, Madalo", dijo. "He sido tu mayor fan en la sombra. He leído tus tres libros, además de muchos de tus relatos cortos."
"Gracias."
El restaurante rebosaba de clientes. Algunos ocupaban la terraza, fumando, bebiendo, hablando y riendo. Aunque no podía identificar la música que salía de los altavoces empotrados en el techo, resonaba al volumen adecuado un riff de guitarra que recordaba a "The Thrill Is Gone" de B.B. King. 
"¿Vienes a Ginebra a menudo?", preguntó ella, buscando conversación para romper el incómodo silencio.
"Es la primera vez", respondió él. "De hecho, no habría venido de no ser por ti. Es que el año pasado me perdí tu acto en la Feria del Libro de Fráncfort. Estaba con COVID, pero me hubiese gustado ir" 
Se bebía el vino como si fuera agua. Casi había vaciado la segunda copa. "El vino italiano es bastante bueno", afirmó, como si le hubiera leído el pensamiento. "Es una pena que estos restaurantes europeos llenen el vaso menos de la mitad. ¿No bebes nada?"
"No."
"Bien por ti. He intentado dejarlo muchas veces, pero no ha funcionado. Cuando la soledad me muerde, no se me ocurre otra forma de sobrellevarlo."
De nuevo, un largo rato de silencio.
"¿Dónde están tus hijos?", preguntó.
"Con su madre. Ella no me permitió traerlos a Alemania."
"¿Qué edad tienen?"
"La niña tiene dieciséis años, el niño catorce."
"Ya son mayores." Silencio, y luego: "¿Cómo les va?"
"Bien, supongo", dijo él, evitando los ojos de ella. "La madre no me deja hablar con ellos. Dice que no he estado a su lado. Tiene una lista de quejas. Pero ya me he acostumbrado. "

La voz de la cantante era maravillosamente grave. Deseó que subieran el volumen de la música. "¿Están ya en secundaria?", preguntó.
"Sí. La chica es espabilada. No es la mejor de la clase, pero es lista. El chico no va tan bien como me hubiese gustado". 
"Dales tiempo", le aconsejó ella. 
"Supongo que sí". 
Él no parecía dispuesto a mirarla a los ojos. 
"¿A qué se dedica su madre?", le preguntó ella. 
"Trabajaba de camarera en el restaurante de un hotel; allí nos conocimos. Pero ahora tiene su propia peluquería. También cruza la frontera con Tanzania para encargar ropa, ese tipo de cosas."
"Ya veo."
Hizo una señal a un camarero que pasaba. "Otro vaso, por favor", dijo, eructando. "La comida parece tardar una eternidad", comentó a Madalo. "Me muero de hambre. Llevo veinticuatro horas sin comer nada."
"Entonces no creo que beber vino sea una buena idea", comentó ella, "con el estómago vacío."
"Tienes razón", reconoció él. "Enseguida vuelvo. Tengo que ir al baño."
Se levantó. Cuando pasó cerca de ella, sintió que olía a sudor. Toda la experiencia le pareció un sueño extraño.
La comida llegó en ese momento. Al poco rato, Kaiko regresó.
"Los raviolis están deliciosos", dijo, metiéndoselos en la boca. Comió muy rápido. Antes de que ella llegara a la mitad de su risotto, el plato de él estaba vacío. No parecía haber comido lo suficiente. Pidió otro vino.
El silencio pendía entre ambos como una espesa cortina.

"Madalo -dijo finalmente-, como te dije al principio de nuestra charla, siento mucho lo que te hice en su día.
Ella no dijo nada.
"Desde entonces no he tenido suerte en el terreno sentimental. Es un desastre tras otro. Eres la única a la que he querido de verdad."
"¿De verdad?"
"Créeme", dijo él, con un énfasis innecesario. "Nunca he querido a nadie como te he querido a ti. Y nadie me ha querido como tú". Sus ojos parecían buscar en el rostro de ella una reacción.
"Me halaga oír eso", dijo ella sin emoción. Iba por la séptima copa. La música parecía tan triste como el hombre que tenía enfrente.
"Quisiera rogarte que me dieses otra oportunidad"
Tan sorprendida estaba que dejó caer los cubiertos al suelo. Notó que temblaba ligeramente. Era lo último que esperaba oír. Había accedido a reunirse con él por ser amable, por no devolverle mal por mal. Nunca se le ocurrió pensar que aquel fantasma del pasado creyese posible revivir un amor muerto hace ya tanto tiempo.
"Necesito ir al baño", dijo. "Responderé cuando vuelva."
Los baños estaban abajo. También era donde estaba el mostrador de caja. Se derrumbó en el servicio, sintiendo pena de que aquel hombre patético que estaba arriba pensara que aún era digno de su amor. Se secó las lágrimas y se dirigió a la caja. Después de pagar la cuenta, salió del restaurante y subió al tranvía para regresar directamente a su hotel al otro lado del lago.
Se dio cuenta de que realmente no había nada en común entre ellos y se preguntó por qué, décadas atrás, se había enamorado de él. Por mucho que lo intentara, le parecía una persona insoportable con la que no querría vivir ni un día. En cierto modo, ese encuentro había supuesto un cierre. Se sintió afortunada de que el rechazo de años atrás la salvara de una cadena perpetua disfrazada de matrimonio con él. Al bajar del tranvía en la estación de Cornavin, se dio cuenta de que nunca se había sentido tan libre. Allí estaba ella, quien después de haber escrito sobre una mujer valiente que plantó cara a toda una nación para enfrentarse a su marido por una cuestión tan difícil como la violación conyugal, fracasaba a la hora de enfrentarse a un hombre y decirle a la cara lo que pensaba exactamente de él y de su propuesta. "No, no soy una cobarde", se dijo a sí misma, levantándose.
Una vez más se sentó en el tranvía y volvió al restaurante media hora después de su abrupta salida. El local estaba ya vacío, a punto de cerrar. Arriba, Kaiko seguía en la mesa, uno de los tres últimos clientes que quedaban. Estaba recostado en su silla, dormido y roncando profundamente, con un vaso de vino delante.