Negra Letrada. Confesiones Afropoéticas

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Negra Letrada. Confesiones Afropoéticas

¿Qué otra cosa más tiene que hacer una escritora negra en este mundo? ¿Qué hace con la rabia que la consume cuando vuelve a ser marginada o utilizada como “la atracción” para mostrar? ¿Y qué hace con su vergüenza palpitante?
Mayra Santos-Febres
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Mayra Santos-Febres

Mayra Santos-Febres (nacida en 1966 en Carolina) es una autora puertorriqueña, poeta, novelista, profesora de literatura, ensayista, crítica literaria y autora de libros infantiles. Su obra se centra en temas de raza, identidad de la diáspora, sexualidades disidentes, fluidez de género, deseo y poder. Es una activista cultural que ayuda a acercar los libros a los jóvenes lectores. Sus obras se han traducido al francés, inglés, alemán e italiano, entre otros idiomas.

Aprovecho esta oportunidad para hacer una confesión.  Me tomó 20 años desarrollar la fuerza interna para poder compartirla. Tengo miedo de ser una mujer negra que escribe. No, me corrijo. Tuve miedo. Tuve miedo por muchos años de ser esta mujer, en este momento histórico y con esta terrible vocación por las letras. Hoy el miedo va mermando. Pero ese miedo marcó mi práctica literaria y mi práctica pública por muchos años, demasiados.

Las razones son múltiples. Comentaba yo un día con mi cómplice y colega de letras, el Premio Rey de España de Periodismo José Manuel Fajardo, la ausencia sistemática de un discurso literario de afrodescendientes en lengua española. Andábamos en la República Dominicana, Feria del libro del 2014. Caminábamos por la Calle Conde, por la Catedral y por el Alcázar de Colón. Nos paramos a tomar una cerveza en el legendario Café del Conde.

-Faji, - le decía yo- en Francia se dio la Negritude y en Estados Unidos el Harlem Reinassance. Ambos fueron movimientos literarios internacionales que aglutinaron una manera de decir y de pensar el mundo. Autores y pensadores de Martinica, Senegal, Paris, Togo, Argelia tuvieron dónde pensar su identidad.  En Estados Unidos, Kenya, Nigeria, Santa Lucía, Trinidad y Jamaica se hizo otro tanto. Por todas partes surgieron poetas, novelistas, filósofos afro-diaspóricos, activistas que articularon otra manera de concebir los ritmos de la palabra y otras formas de narrar la realidad. Cundieron los premios Nobeles. Se crearon departamentos enteros de Estudios Diaspóricos, Africana Studies. Pero en lengua española permanecemos mudos. ¿Qué fue lo que pasó?

Fajardo es un hombre muy crítico de su propio país y de los lugares históricos que ocupa en el mundo, antes como imperio colonizador, ahora como ganzúa neoliberal bajo la cubierta de una hermandad iberoamericana. Después de pensarlo un rato, me contestó:

-Lo que pasa, hermana mía, es que en España hemos sido muy bestias y no le pudimos dar a nuestros países colonizados la metrópolis que se merecían para entrar a la Modernidad.  París fue un centro aglutinador de las diásporas caribeñas y africanas. Igual lo fue Nueva York o Londres. Tanto Francia como Inglaterra como E.U. fueron imperios colonialistas tardíos. Pero en España y Portugal ocurrió otro cantar.

-Ojo- le interrumpí, -que eso de “entrar a la Modernidad” es aspiración muy debatible, sobre todo ahora que sabemos que la susodicha Modernidad no es otra cosa que una prolongación de la colonización.

-Cierto, querida, y también del subdesarrollo sostenido y las hegemonías culturales europeas.  

-En Brasil y en lengua portuguesa se dio todo un movimiento estético cuajado desde la afrodescendencia. 

-Si, pero fue en Brasil. Portugal andaba rezagada peleando guerras de fronteras y contra dictadores internos. Lo mismo en España, reina mora. Madrid nunca fue punto de encuentro para los mejores pensadores de Latinoamérica. Fíjate que, durante el Boom, la ciudad sede fue París. Y antes, cuando Rubén Darío, también.

-Primero Darío migró a Argentina.

-Eso. Pero, a principios del siglo XX, España era una nación preparándose para una Guerra Civil y después, como buen país latinoamericano que en el fondo somos, vivimos la dictadura de Franco. Jamás pudimos ser punto de encuentro intelectual, ni para el pensamiento latinaomericano, ni para el surgimiento de un movimiento intelectual de afrodescendientes.

Esta conversación en la República hermana se dio ante mi ansiedad causada por el panorama de siempre. Hombres, muchos hombres escritores permanecían como protagonistas del debate intelectual en Iberoamérica. Parecen cortados por la misma tijera. Blanco o mulato clarísimo, hetero, entre los cuarenta y los cincuenta largos. De vez en cuando aparece alguno que rompe el molde. Unos cuantos raros. Pero los discursos épicos de la guerra o de la violencia, el tratamiento y descripción de países sumidos en la corrupción y primitivismo siguen sucediéndose novela tras novela tras novela. Es el discurso de la caída de las utopías nacionales “civilizadas”, la crítica interna o externa de los proyectos libertarios de la izquierda guerrillera, ahora en contubernio con el capitalismo multinacional o el narcotráfico. La misma novela, una y otra vez.

Tal vez sea porque la realidad de nuestros países no ha cambiado tanto desde el siglo pasado o porque los procesos de pacificación de una revolución eterna apenas se están comenzando a dar. O será porque los discursos nacionales se fundaron en Nuestra América por padres de la patria; es decir, por patriarcas criollos herederos/reproductores del modelo colonial, que remiten ineludiblemente a los discursos eurocéntricos que dejan de lado otros saberes, otros cuentos, otras maneras de utilizar la palabra para hacer esto que nosotros llamamos “literatura”.

Bien, pero la pregunta sigue siendo la misma y con el mismo efecto aterrador. ¿Qué puede hacer una escritora negra de habla hispana contra este mundo? O más bien, ¿qué puede hacer una negra letrada en el mundo? ¿Dónde se sitúa? ¿Qué hace con la rabia que la carcome cuando la vuelven a dejar en el margen o la usan como espectáculo “literario” de circo? ¿Qué hacer con la vergüenza ajena cuando las instituciones de los países que dicen que son su nación de origen, reproducen, premian y exportan novelas derivativas que siguen dando vueltas de tiovivo alrededor del mismo eje, el de la definición de las poblaciones racializadas de Abya Yala como focos de crimen, pobreza, primitivismo, magia o subdesarrollo? ¿Cómo se plantea escribir sin ningún apoyo de las instituciones culturales o la crítica literaria internacional que revisa las obras de autores “caribeños” o “latinoamericanos” (todos blanco-mestizos” que no hablan desde la raza, que de plano omiten el tema, sobre todo cuando ve cómo instituciones culturales francófonas o inglesas sí discuten y poco a poco van integrando a autores, lecturas, festivales, eventos y discusiones de autores afrodescendientes?

Dicen por ahí que el reverso de la rabia es el miedo. Miedo. Esa fue mi respuesta a estas preguntas. Tuve miedo. Me veía sola en el panorama, insistiendo en que yo tenía cosas qué contar. Escribí novela tras novela, tras antología, tras libro de cuentos, de poemas. También tuve miedo a callarme. En 20 años publiqué 27 libros y aún sentía que era frágil mi lugar en el mundo literario, fácil caer entre las grietas de la invisibilidad y que mi voz fuera silenciada. Tuve mucho miedo. Primero por mujer. Ese miedo no tengo que describirlo. Todas las escritoras sabemos que el mundo editorial en lengua española está dominado por los hombres y por su idea de lo que es “alta literatura”. Segundo por negra, casi la única en cuanta Feria, Congreso, Encuentro de Mujeres escritoras o Festivales Literarios visitara. Encontré muchos aliados, hombres y mujeres de las más diversas nacionalidades y etnias que creyeron en mi trabajo, me ayudaron a conseguir agentes, editoriales internacionales, traductores, más invitaciones a festivales. Me he ganado TODOS los premios y becas para intelectuales que se otorgan en Estados Unidos- mi metrópoli colonial y la de muchos nuevos intelectuales afro/indo diaspóricos de Latinoamérica: la Ford, Mellon, Guggenheim y Rockefeller Foundation ¡todas! Recientemente gané un premio en Francia. Pero no logro vencer un cerco que mantiene a Latinoamérica como satélite de las metrópolis europeas y que insiste en bajarle el volumen o “exotizar” la voz de mujeres afrodescendientes- nativoamericanas es decir “racializadas”. Tod@s sabemos que la raza no existe, que el género es, según Butler, más coreografía que natura. Y, sin embargo, estos cuentos -ideologías- hábitos del pensamiento permanecen siendo las narrativas más efectivas para la exclusión en el planeta. 

Es lógico, la respuesta fue y sigue siendo el miedo. Tenía miedo a convertirme en un espécimen “raro”, parecido a Saatje Bartman, la Venus Hotentote, fenómeno de circo. Saatje Jee hablaba 7 idiomas, holandés, francés, inglés, afrikáans, portugués, xhosa, zulú. Autodidacta y gran lectora, vivió en muchos países en los que se le conoció; ah, ¡la fama! Miles de personas fueron a admirarla, a descubrir su misterio: su gigantesca batea de nalgas color obsidiana. La desnudez con que la mostraban era el espectáculo. Saatjee Bartman era reducida al espectáculo de su cuerpo. Lo que ella pudo haber pensado, dialogado, sabido pasó por debajo del radar. Cuando murió, su cuerpo fue donado al Musée de l'Homme en Paris. ¡Al Musée de l' Homme, qué ironía! Allí, le practicaron una autopsia y descubrieron algo aún más sorprendente que su nalgaje. Saat-jee escondía en lo más profundo de su carne una hermosa vulva florida, con la labia externa agrandada por el sistema de ataduras propia de su pueblo xhosa. Boca enorme que tampoco pudo hablar. En 1992, después de siglos de lucha encabezada por Madiba, el gran Mandela, los restos de Saat-jee fueron devueltos a su Sudáfrica natal. Al fin pudo descansar en paz y dejar de ser espectáculo.
Por años, el fantasma de Saat-jee me persiguió. Aún me persigue. Se me escurre en mis pesadillas. A veces toma la forma de “Pequeña Flor”, la protagonista del luminoso cuento de Clarice Lispector. Siempre he pensado que Clarice se inspiró en Saat-jee para escribirlo. A veces, mi pesadilla tomaba la forma de Julia de Burgos, ancestra mía, una de las primeras escritoras boricuas y caribeñas que asumió la identidad de negra grifa. Pero Julia se dividía en dos, por un lado, cantaba a la pena de ser negra, por otro, agredía a los afro-americanos cuando se fue a vivir a New York y los llamó salvajes.

La locura dolorosa que fue su vida me advertía que el camino que había elegido estaba minado, lleno de trampas que podían destruirme. Julia pobre, campesina, mulata, publicó un primer libro Poema de veinte surcos que fue vendiendo de puerta en puerta por toda la Isla para ganar dinero para las medicinas de su madre, enferma de cáncer. Muchas veces historiadores y críticos han narrado su historia como un trágico cuento de amor. Narraban cómo Julia sucumbió al alcoholismo por haberse enamorado de un hombre que no quiso valorarla. ¿Valorarla a ella? Premio Instituto de Literatura dos veces, una por ensayo y otra por poesía. Cronista, entrevistadora, líder nacionalista que terminó muriendo de pulmonía y sin papeles en la Calle 106 de Harlem. Uno de los cerebros más preclaros de Nuestra América y, a la vez, uno de los cerebros más dicotómicos, confundidos y contradictorios al tratar de pensarse como “negra letrada”.  Pobre, campesina, mulata, borrachona y de múltiples amantes. Me sé la historia de memoria y en el 2014 escribí su biografía, libro que causó un pequeño escándalo entre la élite feminista y nacionalista caribeña. Recibí mensajes airados: “¿Por qué insistes en narrar los episodios de su escandalosa vida y contradictorio pensamiento en vez de centrarte en el estudio de su poesía? Le has hecho un daño inmenso a tu país” -hubo quien dijera-.  Escribí ese libro y ahora estoy en vías de escribir otro porque Julia siempre fue mi modelo y mi pesadilla. No hubo durante la primera mitad del siglo XX en el Caribe otra mujer que se atreviera a ser pobre, mujer, negra y escritora en toda la región. Y, por eso, nunca nadie se dio cuenta de que el gran amor de Julia era el conocimiento, la palabra y que ella no se murió de amor, sino de no haber encontrado nunca su lugar en el mundo.

Después de Julia llegamos las otras:  Virginia Brindis de Salas (Uruguay), Victoria Santa Cruz (Perú), Eulalia Berhard (Costa Rica), Concepcão Evaristo (Brasil), Georgina Herrera (Cuba), Chiqui Vicioso (República Dominicana), Adelaida Fernández (Colombia), Mary Grueso (Colombia), Angelamaría Dávila (Puerto Rico), muerta a los 63 años de Alzheimer. Se tuvo que realizar una colecta para ponerla en un asilo a que allí la encontrara la muerte. Ya para las que nacimos a finales del siglo pasado, el panorama ha ido cambiando. Quizás esta nueva cepa de mujeres negras intelectuales y escritoras, estas criaturas imposibles que empezamos a aparecer por todas partes en el panorama contemporáneo de las letras caribeñas y latinoamericanas comienzan a marcar la llegada de otro tiempo. La historia dirá.

Yo lo único que sé es que ya no me da tanto miedo pararme a asumir lo que soy, una escritora caribeña y latinoamericana negra. No, eso no es lo que soy. Soy una “negra letrada”, una mujer que escribe en el mundo, que rescata saberes, narra fisuras en el tiempo, crea alianzas con otros pensadores para poder imaginar todos juntos un mundo diferente. Y hoy, asumo esta vulnerabilidad con valentía. Cada vez me atrevo más a dar las gracias por vivir la oportunidad de caminar este camino lleno de incertidumbres, pero también cundido de semillas de futuro.