Esta vida, sin equilibrio

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Esta vida, sin equilibrio

Una historia desde Bulawayo, Zimbabue
Foto Makhosini Mpofu
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Makhosini Mpofu

Es verano en el Norte global e invierno en el Sur global. Razón más que suficiente para unir verano e invierno en la edición de agosto de Literatur.Review y publicar relatos inéditos o no traducidos previamente del Norte y el Sur de nuestro mundo.

(1) En ndebele: «De hecho», «realmente» o «en verdad».

Zwana, amigo, kahle kahle (1) esta vida no conoce el equilibrio, y solo nos ofrece una única oportunidad —la voz de Themba llevaba el peso de la experiencia, teñida de pesar, mientras hablaba con su primo pequeño, Sipho. Estaban sentados delante de la modesta casa de su abuela en Nkayi, y el aroma familiar del humo de la leña flotaba en el aire mientras el sol se ocultaba en el horizonte.
Sipho, que aún sorbía de su taza de té dulce, soltó una leve risita.                                                            —Hayi, Themba, ¿a qué viene esto? Te pareces a los tíos en las reuniones familiares, llenos de grandes consejos e historias tristes.
Themba le dedicó una breve sonrisa.
—Grandes consejos e historias tristes, ¿eh? Tal vez sea porque ya he visto unas cuantas cosas, muchacho. La vida es complicada. Crees que ya la tienes resuelta y, de repente… ¡bum!, se te vuelve en contra como un mal día de mercado.

—Parece que hablas en serio —respondió Sipho, dejando la taza en el suelo. Vale, suéltalo. ¿Qué ha pasado?
Themba respiró hondo, con la mirada fija en el pequeño huerto que su abuela cuidaba con tanto esmero. 

—¿Recuerdas el trabajo del que te hablé? ¿El del hotel de lujo de Harare? Pues lo he rechazado. 
Sipho se quedó helado y levantó las cejas, incrédulo.  

—¿Lo rechazaste? Themba, ¿sabes lo difícil que es que hoy en día te llamen siquiera para una entrevista?

Makhosini Mpofu es un empresario creativo, escritor e innovador cultural zimbabuense. Ha trabajado en todo el sur de África en música, medios de comunicación, moda y tecnología, cofundando plataformas como Zimbo Music para promover el talento local. Su trabajo explora la identidad africana, la narrativa moderna y la intersección entre arte, cultura e innovación.

Themba asintió lentamente.

—Lo sé. Era una gran oportunidad. Me ofrecían un buen sueldo, prestaciones, todo. Pero había una condición: que me cortase las rastas —se llevó la mano a las rastas y tiró suavemente de ellas, un hábito que Sipho reconoció como señal de nerviosismo—. Dijeron que no les parecía «profesional». Y yo pensé: ¿es mi pelo más importante que mi identidad? ¿Más importante que todo por lo que he trabajado? Así que dije que no. Y aquí estoy, de vuelta en casa, sin trabajo.

 Sipho se recostó en el banco, dándole vueltas.
—Pero te mantuviste firme, ¿verdad? ¿No es eso lo que todo el mundo dice que debemos hacer? ¿Que o se defiende algo o se acaba cediendo ante todo?
Themba se encogió de hombros.

—Eso es lo que dicen, pero no te cuentan lo solo que te sientes después. Luchas por mantenerte fiel a ti mismo, y a veces parece que eres el único que lo hace. Kahle kahle, nadie nos enseña cómo encontrar el equilibrio entre el orgullo y la supervivencia.
El silencio entre ellos se hizo más profundo mientras observaban a los niños que jugaban en la calle,  llenando el aire con sus risas. Sipho rompió la quietud. 

—Lo dices como si ser fiel a uno mismo fuera algo malo.
—No lo es —respondió rápidamente Themba—, pero la vida sabe cómo hacerte cuestionarlo todo. ¿Fui demasiado orgulloso? ¿Valió la pena? —sacudió la cabeza—. Cuando eres joven, crees que puedes cambiar el mundo. Luego la vida empieza a imponerte pequeñas renuncias, una tras otra. Y antes de que te des cuenta, ya no saben quién eres.

Esa misma noche, mientras las estrellas iluminaban el cielo despejado de Nkayi, Themba se sentó a solas, repasando la conversación en su cabeza. Aún podía oír la voz del director del hotel, firme y a la vez compungida: «Estamos realmente impresionados con sus cualificaciones, Sr. Dube. Pero la imagen corporativa es muy importante aquí. Necesitaríamos que hiciera algunos ajustes para alinearse con nuestros estándares».
Había pedido una aclaración, aunque ya sabía la respuesta. «¿Ajustes?». Los ojos del director se desviaron hacia su pelo antes de volver a su cara. «Sí, pequeños ajustes. Un aspecto más profesional ayudaría»

—Profesional... —murmuró Themba en el presente, sacudiendo la cabeza. La palabra resonaba como una acusación. Recordó las historias que le contaba su abuela sobre cómo sus antepasados llevaban el cabello como símbolo de orgullo, resistencia y conexión con su herencia. Cortárselo habría sido como borrar una parte de sí mismo. Pero ahora, sentado bajo el inmenso cielo africano, se preguntaba si sus principios valían el precio.

Mientras tanto, Sipho estaba en su pequeña habitación, deslizando el dedo por la pantalla de su teléfono. Las palabras de su primo resonaban en su mente. A sus 23 años, Sipho acababa de entrar en la edad adulta, y la idea de tener que tomar una decisión como la de Themba le resultaba abrumadora.
Pensó en la pequeña tienda del pueblo en la que trabajaba, donde su jefe le gritaba órdenes como si fuera el dueño de su alma. El sueldo apenas le alcanzaba para sobrevivir, y mucho menos para soñar, pero Sipho seguía allí porque no veía otra opción.
—¿Qué haría yo si tuviera que elegir entre mi identidad y mi supervivencia? —susurró para sí mismo. No sabía si admiraba a Themba o sentía lástima por él.
Su teléfono vibró con un mensaje de su amigo Thando: «¿Quedamos mañana? Estoy pensando en montar esa línea de ropa de la que hablamos». 
Sipho se quedó mirando el mensaje un momento. Siempre había soñado con ser empresario, pero el miedo al fracaso le frenaba. Sin embargo, la historia de Themba, aunque dolorosa, prendió una pequeña llama en él.

A la mañana siguiente, Sipho encontró a Themba en el huerto, ayudando a su abuela a desyerbar el lecho de coles. Cogió una azada y se unió a ellos: el rítmico raspar del metal contra la tierra resonaba en el aire.
—Themba —empezó Sipho con cautela—, ¿has pensado en montar algo por tu cuenta? ¿Un negocio?
Themba levantó la vista, con el sudor brillando en la frente. 

—¿Un negocio? ¿Con qué dinero, Sipho?
—No lo sé, pero tú tienes algo que la mayoría de la gente no tiene: conocimientos y pasión. ¿Por qué no enseñas lo que sabes? Empieza poco a poco. No hay que avergonzarse de empezar desde cero. 
Themba se apoyó en la azada, considerando la idea. 

—¿Crees que la gente pagaría por aprender de mí?
Sipho asintió. 

—Tienes experiencia, muchacho. No sólo en hostelería, sino en la vida. Eso vale mucho. 

Su abuela, que había estado trabajando en silencio no lejos de allí, tomó la palabra: 

—Tu primo tiene razón, Themba. No necesitas el permiso de nadie para ser grande. Empieza con lo que tienes. 
Sus palabras transmitían la sabiduría de varias generaciones y, por primera vez en semanas, Themba sintió una chispa de esperanza. 

En las semanas siguientes, Themba empezó a urdir un plan. Se puso en contacto con antiguos colegas, compartió su idea de organizar talleres sobre atención al cliente y hostelería y utilizó las redes sociales para promocionar sus servicios.
Sipho, inspirado por la renovada energía de Themba, finalmente aceptó unirse a Thando para poner en marcha su línea de ropa.
Una noche que los primos estaban sentados en el mismo banco donde había comenzado su conversación, Sipho se volvió hacia Themba con una sonrisa. 

—Tenías razón, tío. Esta vida no conoce el equilibrio. Pero quizá eso sea precisamente lo más hermoso: que podemos crear el nuestro.
Themba se rió, y el sonido de su risa estaba lleno de alivio y posibilidades.

Kahle kahle, Sipho, eres más sabio de lo que creía. Aprovechemos al máximo esta oportunidad que tenemos. 
Mientras el sol se ponía una vez más, los dos primos sintieron algo que no habían sentido en mucho tiempo: esperanza.