Decimoctavo mensaje: un cigarrillo entre dos muertes
A la luz de la actual catástrofe en Oriente Medio, hemos invitado a autores de la región a escribir relatos, poemas y ensayos para llamar la atención sobre una verdad distinta de las noticias ordinarias de esa región.
¿Cómo estás, Lamar? He oído que te está costando adaptarte a todo lo que está ocurriendo en tu querida Gaza. A nosotros también nos cuesta adaptarnos. Yo, en particular, me enfrento a esta dificultad especialmente cuando se trata de ir al baño. Como sabes, tengo la vejiga pequeña e hiperactiva desde hace mucho tiempo, lo que significa que a veces tengo que ir al baño varias veces cada hora. Así que imagínate la escena: 15 minutos retorciéndome ante la puerta del retrete, detrás de una cola de mujeres y niñas, algunas de la cuales vienen aquí simplemente para tener un momento de intimidad que sólo pueden encontrar en este lugar.
He empezado a acostumbrarme al ruido de los bombardeos y al de la gente del hospital, pero sigo sin acostumbrarme a la falta de intimidad cuando voy al baño. Quedarse allí un rato para encontrar un espacio propio se convierte en un lujo, sobre todo en estas circunstancias. Se podría pensar que la cola se agolpa ante la puerta de los baños, pero en realidad, las mujeres y niñas se hacinan en el pequeño vestíbulo interior, frente a dos puertas que casi siempre están cerradas. El espacio no supera los dos metros cuadrados y la temperatura ronda los treinta grados en el hospital, o al menos esa es la sensación.
Fatena Al-Ghorra es una autora de origen palestino con cinco poemarios en su haber, tres de los cuales han sido traducidos al español, italiano y holandés.
Las mujeres pasan el tiempo mientras esperan su turno: charlan, se depilan las cejas, se cepillan los cabellos que han permanecido ocultos las veinticuatro horas del día, lavan sus ropas en el único lavabo o realizan sus abluciones. Y tú, mi amor, puedes imaginarte el estado del suelo: agua estancada mezclada con restos de jabón, pelos, arena y polvo acumulados.
Un día que intentaba controlarme para reducir el número de veces que tenía que ir al baño, hubo una ocasión en que no lo conseguí. Me precipité hacia la puerta para abrirla, pero me sorprendió una mano que la cerraba, y una chica joven se plantó allí delante como un guardia de cementerio, impidiéndome la entrada. Le dije que quería entrar y me contestó que su madre estaba dentro haciendo sus abluciones. Me enojé e intenté abrir la puerta de nuevo, explicándole mi urgente necesidad de entrar y añadiendo que las abluciones no debían impedirme hacer mis necesidades. Me agarró la mano con fuerza y no pude soportarlo más. ¡Qué insolencia! ¡Qué atrevimiento permitirse decidir quién puede entrar y quién puede, literalmente, aguantarse hasta orinarse encima!
La cosa degeneró en un altercado verbal, que finalmente terminó con mi entrada forzada en los aseos. Pero incluso dentro, el lugar suele resultar aterrador: el sonido de las bombas parece amplificado, y el miedo a que pueda ocurrir algo mientras estás allí encerrada nunca te abandona. Una mujer me contó que un día, mientras estaba de pie en el retrete sacando la cabeza por la ventana para fumar un cigarrillo, de repente se vio arrojada violentamente al interior debido a un bombardeo cercano, y se estrelló contra la puerta.
El cuarto de baño también puede convertirse en un refugio para fumar un cigarrillo que es imposible fumar en otro lugar, en una situación en la que fumar, especialmente para una mujer, está mal visto en una sociedad conservadora, mientras la guerra hace estragos en el exterior. Estaba charlando con mi cuñada sobre mi problema de vejiga y mis dificultades para controlarla cuando me habló de un sencillo ejercicio que solía hacer con su hijo Ahmed cuando era pequeño. Me contó que ese método la había ayudado a superar su problema: "Cuando te sientes a orinar, no dejes que salga todo de golpe. Intenta retener la orina e ir soltándola poco a poco".
Empecé a practicar este método durante varios días y los resultados fueron casi mágicos. He conseguido dormir sin sentir que la vejiga me apremia, aunque a veces sólo contenga una o dos gotas que salen con gran dificultad, como si se llevaran mi aliento con ellas. Es una pequeña alegría en medio de la tragedia, una diminuta victoria invisible a simple vista, perdida en un mar de decepciones, cercanas y lejanas. ¿He mencionado la decepción? Oh, Lamar, qué profundamente nos ha afectado y cambiado.
Nunca he sido fumadora, pero el cigarrillo matutino acompañado de una taza de café es una necesidad absoluta si quiero comunicarme con el mundo. Aquí, a menudo me conformo con medio cigarrillo, que fumo con artimañas y estratagemas varias en el cuarto de baño. Entro, bajo la tapa del retrete, me subo encima y me quedo de pie con los pies sobre la tapa. Enciendo el cigarrillo mientras asomo la cabeza por la ventana.
Fuera, los bombardeos sacuden el edificio, mientras los golpes en la puerta me dicen que salga. A veces los ignoro, pero siempre me irritan. No se me ocurre una respuesta más lógica que: "Estoy estreñida". Esta excusa suele parecer aceptable a las mujeres que esperan detrás de la puerta, pero algunas empiezan a bromear al respecto, como haciéndome saber que si permanezco tanto tiempo en el baño es por alguna otra razón que adivinan, quizá porque a ellas les pasa lo mismo.
Termino apresuradamente mi cigarrillo, luego rocío un poco de ambientador por si el olor persiste dentro, aunque siempre tengo cuidado de sacar la cabeza lo más lejos posible por la ventana. Finalmente, salgo con un suspiro de alivio, feliz de haber logrado salir sin alborotos ni incidentes en el pasillo.
En una ocasión casi se monta un escándalo en la planta cuando un hombre que, a juzgar por su ropa y su barba, parecía estar entre los estrictos, empezó a gritar que salía un olor a humo del retrete. Nos dijo indignado que estábamos en guerra y que aquel comportamiento era inaceptable, y luego se puso a declamar un enérgico sermón. Hice como que no lo miraba, hasta que la voz de un niño se alzó para responder al jeque: "Los aseos de hombres están llenos de colillas". El jeque se quedó callado, como si le hubieran arrancado las palabras, incapaz de continuar con su papel de censor religioso.
Lo que dijo el niño fue un auténtico salvavidas para todas las mujeres presentes, un alivio para las que, como yo, temíamos que nuestro pequeño secreto saliera a la luz y nos expusiera a miradas y cotilleos. Estas mujeres sólo buscaban un breve momento con un cigarrillo huérfano, una indulgencia benigna que no era asunto de nadie más que de ellas mismas. Un simple placer, insignificante para los demás, pero que para ellas representa un paréntesis en la guerra, un respiro del omnipresente olor a muerte y destrucción. Un momento suspendido antes de una muerte que podría golpearles en cualquier momento.
Este texto forma parte de un diario de guerra que escribí durante mi primera visita a Gaza tras quince años de ausencia. En él cuento la experiencia de estar atrapada con mi familia entre miles de desplazados en el hospital Al-Quds de Tel al-Hawa, el hogar de mi familia.
Mediterranean Publishing publicará el diario en árabe a finales de año en Italia, y tanto EPO en Bélgica como Jurgen Maas en los Países Bajos, lo harán en neerlandés.