¡Socorro! La literatura malauí se ahoga y necesita un rescate...

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¡Socorro! La literatura malauí se ahoga y necesita un rescate...

Desde la caída del presidente autocrático y bibliófilo Hastings Kamuzu Banda, la industria del libro y la producción literaria en el sudeste africano están prácticamente paralizadas
Stanley Onjezani Kenani
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Stanley Onjezani Kenani

Supongamos que acaba de aterrizar en Lilongüe por primera vez y desea conocer la literatura malauí, ¿qué le recomendarían? En Nigeria es sencillo, le recomendarían Chinua Achebe o Chimamanda Ngozi Adichie. De hecho, no sabría dónde elegir, ya que hay decenas de obras brillantes, como las del premio Nobel Wole Soyinka, por ejemplo, o Teju Cole, de ascendencia nigeriana y reivindicado también por los Estados Unidos como autor americano. En Kenia tienen a Ngugi wa Thiong'o, pero voces más jóvenes, como las de Yvonne Adhiambo Ouwor y Okwiri Oduor, también han producido obras de una brillantez asombrosa que siguen situando a Kenia en el mapa de la literatura mundial. En su día, Zambia, Zimbabue y Malaui fueron una federación creada por una minúscula población de colonos europeos que ansiaban su propia versión de Sudáfrica (donde una población relativamente pequeña de origen europeo gobernaba el vasto país). Es inevitable, por tanto, comparar Malaui con Zambia y Zimbabue. La zambiana Namwali Serpell ha escrito dos novelas que han ganado numerosos premios. La deriva ganó el Premio Windham-Campbell de ficción, entre otros muchos galardones, mientras que The Furrows (Los surcos), publicada en 2022, fue finalista del Premio del Círculo Nacional de Críticos de Libros de Estados Unidos, país donde reside. Otros escritores como Mubanga Kalimamukwento y Ellen Banda-Aaku (cuya novela, Patchwork, ganó el Premio Penguin de Escritura Africana 2010) contribuyen enormemente al canon zambiano. La zimbabuense NoViolet Bulawayo ha sido finalista del Premio Booker tanto con Necesitamos nombres nuevos, su primera novela, como con Gloria, la segunda. This Mournable Body, de Tsitsi Dangarembga, fue preseleccionada para el Premio Booker. Una voz más joven, Novuyo Rosa Tshuma, empieza a destacar a raíz de la publicación de su novela, House of Stone, que ha tenido muy buena acogida. Pero ¿y la literatura malauí?

Stanley Onjezani Kenani (1976) es un escritor malauí que actualmente reside en Francia. Fue preseleccionado para el Premio Caine de Literatura Africana en 2008 y 2012. En 2014, fue nombrado uno de los 39 escritores africanos más prometedores menores de 40 años. Actualmente trabaja en su primera novela.

Hay muy poco que señalar, y no sería erróneo concluir que la literatura malauí está muerta.

Pero no siempre fue así. Malaui comenzó sus primeros treinta años de existencia con una cultura de escritura y lectura de gran dinamismo. Tras independizarse de Gran Bretaña en 1964, Hastings Kamuzu Banda gobernó Malaui con mano de hierro. La Ley de Censura y Control del Espectáculo de 1968 creó una Junta de Censura que prohibía obras por diversos motivos, entre ellos "los intereses de la seguridad pública o el orden público". Sólo en su primer año de existencia, la Junta de Censura prohibió 849 libros (entre ellos Rebelión en la granja, de George Orwel), 1.000 publicaciones periódicas y 16 películas. La música no se libró. Cecilia, la canción que en abril de 1970 lanzaron Simon & Garfunkel, fue prohibida porque la primera dama oficial del Presidente en aquel momento también se llamaba Cecilia. Sin embargo, en esas horas oscuras fue cuando se escribió lo más representativo de la literatura malauí. A pesar de su crueldad, Banda amaba los libros. En 1975 creó la editorial Dzuka. Su gobierno también creó la Malawi Book Shop, una entidad pública que gestionaba librerías por todo el país. Además, creó el Servicio Nacional de Bibliotecas para garantizar que las zonas más remotas tuvieran acceso a los libros. Yo mismo me hice miembro del Servicio Nacional de Bibliotecas a los 13 años en mi ciudad natal, Kasungu. La Iglesia Católica Romana también contribuyó mucho a la escena editorial a través de Montfort Press y su filial, Popular Publications, que durante una década dirigió la popularísima Serie de Escritores de Malaui. Y en los años 70 y 80, el campus del Chancellor College de la Universidad de Malawi acogió el Taller de Escritores, que dio lugar a un estallido de creatividad. La mayoría de los nombres que han dejado huella en el panorama de la escritura, como los eminentes poetas Jack Mapanje y Frank Chipasula, desempeñaron un papel fundamental en el taller. Anthony Nazombe editó The haunting wind, una excelente antología poética cuyos colaboradores eran, en su mayoría, participantes en el taller.

Banda fue destronado en 1994. La Malawi Book Shop murió en los primeros doce meses tras la marcha de Banda. Aunque el Servicio Nacional de Bibliotecas sobrevivió, perdió gran parte de su financiación, y es un milagro que siga existiendo a día de hoy. Todas las editoriales cerraron o se rehicieron para sobrevivir publicando únicamente  libros de texto. En los últimos 30 años, sólo han salido al mercado libros autoeditados y, como suele ocurrir con los libros autoeditados, se agotan rápidamente, a menudo en menos de seis meses. Todavía existen unas cinco empresas que se autodenominan editoriales, pero lo único que hacen es limitarse a esperar la licitación para publicar libros de texto.

Muerta la red editorial, el arte de escribir ficción y poesía empezó a morir. Sólo los periódicos de fin de semana reservan espacio para el microrrelato y la poesía, pero no hay revistas literarias, ni en línea ni en papel, para lanzar nuevas voces o anclar obras de escritores consagrados. Yo mismo tuve suerte cuando, en 2007, mi relato corto, For honour (Por amor), quedó tercero en un concurso del sur de África en el que el premio Nobel J.M. Coetzee participaba como jurado. Cuando el relato fue preseleccionado para el Premio Caine en 2008, la consiguiente visita a Londres y la interacción con el mundo del libro me abrieron los ojos a muchas posibilidades.

Sin embargo, los escritores que trabajan a nivel local, sin embargo, no cuentan con una red que les permita prosperar.

No ayuda el hecho de que, a lo largo de los años, el público malauí haya perdido en general el interés por la lectura. La excusa es que la televisión e Internet ofrecen mejores alternativas de información y entretenimiento. En las redes sociales hoy en día, si escribes una actualización de estado de cien palabras o más, oirás quejidos de que "es demasiado larga". Quizá tenga mérito llevar la literatura a las redes sociales, condensándola en 280 caracteres, como un tuit. Durante más de una década Ikhide Ikheloa, escritor y crítico literario nigeriano, no ha cejado en su defensa del reconocimiento de Internet y las redes sociales como plataformas que albergan auténticas narrativas africanas en el siglo XXI. Lo que me parece sorprendente es que en Occidente, donde vivo, la industria del libro esté prosperando. Las librerías, que visito casi todos los fines de semana, están siempre llenas de gente comprando libros. Conozco amigos que están dispuestos a hacer largas colas cada vez que Stephen King saca una nueva novela. En 2022, sólo en el Reino Unido se vendieron 669 millones de libros físicos, mientras que los franceses compraron 364 millones. ¿Cómo es posible que esta moda de las redes sociales no haya conseguido alejarlos de los libros?

Como escritor, me doy cuenta de que tengo la culpa de no haber hecho lo suficiente para inculcar la lectura a las nuevas generaciones. Mis esfuerzos, y los de muchos escritores malauíes que se esfuerzan día a día por hacerse notar en el mundo internacional del libro, son insuficientes. Tengo entre mis archivos una novela que nació muerta y ahora vuelvo a mi escritorio para intentarlo de nuevo, con la esperanza de que algún día un agente de los grandes mercados de Europa acepte mi trabajo. Porque es la única manera de llamar la atención en mi país. Si ven que tu trabajo es bien recibido en el extranjero, se animarán a echarle un vistazo, y puede que a ellos también les guste, ¿quién sabe?

Premios como el Caine Prize for African Writing y el Commonwealth Prize for Short Story Writing hacen todo lo posible para que los nuevos escritores se den a conocer en todo el continente. Dos de mis relatos preseleccionados para el Premio Caine, For honour y Love on trial (Amor a prueba), siguen siendo los más leídos hasta la fecha. Pero los premios no son muchos, al menos los lucrativos, que atraen mucha atención. En el caso de África, se trata sobre todo del Premio Caine, dotado con 10.000 libras para el ganador.

Quizás las grandes editoriales mundiales tengan que ayudarnos creando premios para África, con el objetivo de echar una mano a los escritores en ciernes de todo el continente. Hay un talento enorme esperando a ser explotado. Lo que les falta son vías a través de las cuales sus obras puedan llegar al sol del mundo.