El coste de la boda

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El coste de la boda

Convertirse en escritor en la época colonial de Kenia es como una visión psicológica del propio desarrollo africano, tan liberador como limitante.
David Maillu 2023 in Nairobi
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David Maillu, Ngei Estate, Nairobi

Nací en el África tradicional, en 1939 más o menos, en tiempos de prosperidad. Mis padres no tenían educación formal. Mi padre falleció cuando yo era pequeño. Más tarde, mucho después de haber ido a la escuela en 1951, le pregunté a mi madre cuándo había nacido. Me dijo: "Fue cuando corrían rumores del inicio de la Segunda Guerra Mundial, durante la cosecha del 'nzuu' o gandul". Los gandules  se cosechan alrededor de septiembre/octubre. Con ese calendario en mente, decidí elegir como fecha de mi nacimiento el 19 de octubre. La fecha se basaba en lo que para mí es el número 19 con respecto a la numerología. No obstante, a lo largo de los años, siempre que garabateaba, inconscientemente escribía o jugaba con la cifra 9 que, para mí, se ha convertido en un número místico.

David Gian Maillu (nacido el 19 de octubre de 1939) es un escritor y editor keniano. Está considerado como el escritor más prolífico de África Oriental, ya que publicó más de 60 libros entre 1972 y 2024.

Me vi obligado a ir a la iglesia a causa del terrible relato bíblico que decía que si el mundo llegaba a su fin y me encontraba sin haber adoptado a Jesús como mi salvador, llegado el Día del Juicio, ¡sería arrojado a un lago de fuego donde ardería eternamente sin morir! ¿Sin morir? Eso era un horror inimaginable. La presión de ir a la iglesia para ser salvado también se veía exacerbada por las historias de la expansión de la Segunda Guerra en la que, según nos decían, los aviones de guerra de Mussolini lanzarían bombas sobre nosotros. Temía morir antes de ser salvado, ya que constantemente nos contaban historias de guerra en las que nos defendíamos cavando trincheras para escondernos de los bombardeos.

Así que, para salvarme del horror de arder en el infierno, fui a la iglesia más cercana, el Ejército de Salvación, que también era propietaria de la Escuela Primaria en la que me matriculé. Me sentí muy relajado después de salvarme. La prédica fundamental, coreografiada con psicología colonial, se centraba en decir a la gente cristianizada que dejara de pensar en cosas mundanas y que, en cambio, invirtiera sus tesoros (el alma) en el cielo, donde el óxido, las polillas y los ladrones no pueden llegar. Me molestaba que esa prédica nos dijera que nos entregáramos a la pobreza.

David G. Maillu | Broken Drum | Jomo Kenyatta Publishing House | 1121 págs. | 738 KES

Más tarde, tras la independencia de Kenia, en 1963, leí en alguna parte que Jomo Kenyatta, el primer presidente de Kenia, escribió alegóricamente: "Ellos (los británicos) nos dieron la Biblia, nos pidieron que alzáramos y cerráramos los ojos para rezar, y así lo hicimos, pero cuando la oración terminó y abrimos los ojos, descubrimos que nuestra tierra nos había sido arrebatada por los británicos"

La afirmación de Kenyatta debe verse desde un contexto cultural más amplio: que el colonialismo desestabilizó o destruyó o distorsionó o confundió o corrompió o echó a perder los cimientos de la cultura africana. Yo soy un subproducto del colonialismo. Yo, y mi generación, somos el puente entre el África tradicional y el África poscolonial. Durante la época colonial, se nos clasificaba como africanos, pero no como keniatas. En el sistema en el que crecimos había tres clases: blancos, indios y africanos. Los indios fueron traídos a Kenia por el gobierno colonial para construir la línea de ferrocarril. Ellos y su generación se asentaron en Kenia. Durante la época colonial, una de las formas de expresar el apartheid en Kenia era clasificar los baños en A, B y C, donde A era para los blancos, B para los indios y C para los africanos. En virtud de su color, a los indios se les otorgaba la segunda clase.

Esta introducción establece los antecedentes en los que crecí hasta convertirme en un erudito y escritor, para entonces absolutamente desilusionado de la guerra del colonialismo a la que sobreviví con grandes cicatrices. Fue sólo la educación la que, con el tiempo, destapó la realidad sobre lo que fue el colonialismo y el daño que causó a los africanos. Por otra parte, las tácticas de supervivencia y adaptación en el colonialismo tuvieron consecuencias buenas que, por desgracia, se ven superadas por las malas. A pesar de que la educación se vio frustrada y dificultada por la administración colonial, obtuve una base firme para ser mi propio salvador y maestro. Tras muchos años de aprendizaje autodidacta, conseguí un doctorado en Literatura Africana y Filosofía Política que, sin embargo, no tiene nada que ver con mi creatividad. Es mi largo viaje desde la tradición, pasando por el colonialismo, hasta llegar finalmente a la independencia, lo que ha dado forma no sólo a mi escritura, sino también a la de los escritores de mi generación, entre los que se encuentran Chinua Achebe, Amos Tutuola, Ayi Kwei Armah, Ngugi Wa Thiong'o, Wole Soyinka, Okot P'Bitek y otros, comúnmente conocidos como la flor y nata de los escritores africanos.

Los colonizadores no negociaron con los africanos la forma en que éstos debían ser colonizados porque los consideraban salvajes subhumanos que no tenían historia ni filosofía. Psicológicamente, modificaron a los africanos para que abandonaran todo lo que tenía que ver con su cultura; les exigieron que dejaran de pensar creativamente ya que la calidad de sus cerebros no tenía nada bueno en lo que pensar... Que los africanos no tenían religión y no conocían a Dios y, en cambio, sólo adoraban ídolos y espíritus ancestrales. Por eso el colonizador trajo la religión cristiana a los africanos. Exigían indirectamente que los africanos renunciaran a su modo de vida porque el hombre blanco pensaría por ellos y cuando quisieran hacer algo que requiriera pensar, sólo tendrían dos opciones: consultar el cerebro del hombre blanco y la Biblia. Así que, tradicionalmente, los africanos dejaron de pensar y, con el paso de los años, se sumieron en una cultura de no pensar creativamente; de ahí que desarrollaran una cultura de no cuestionarse nada, generación tras generación. La cultura de pensar como bebés echó raíces. Cuando llegó el Día de la Independencia, los líderes africanos heredaron naciones que sufrían de amnesia del pensamiento creativo y esperaban que el gobierno y la Biblia, con la ayuda del hombre blanco, siguieran pensando por ellos.

Yo, junto con los escritores de mi generación, no tuve el lujo de los países tecnológicamente desarrollados, donde los escritores escriben por placer o para celebrar y conmemorar sus historias imperiales; donde se puede escribir poesía sobre las nubes, el viento y el clima. En cambio, nos vemos impulsados por la necesidad cultural de escribir libros de forma creativa en un intento de reivindicar la identidad africana y también de demostrar al mundo que tenemos capacidad para pensar de forma global como intelectuales que abordan y analizan el periodo de transición cultural que vivimos. Esa transición ha suscitado muchas preguntas pertinentes sobre cuál es el valor de la cultura africana para el hombre moderno.

Una cantidad considerable de mis obras, así como de las obras de los escritores de mi generación, se ha esforzado mucho en tratar de comparar la cultura importada con la cultura africana. Las obras se detienen en cuestiones críticas relativas a la gobernanza, la corrupción, el mal uso del poder político, la búsqueda de la propia identidad en el África actual. Las obras abordan la gloria dañada del África tradicional.

En el amanecer de la independencia, cuando me casé con mi difunta esposa alemana, Hannelore, ella solía hacerme sentir incómodo al llamarme "keniano"; me desvinculaba así del sistema africano en el que había crecido. En aquella época, no veía nada especial en ser keniano. Kenia, que era una frontera colonial, no había hecho nada especial que mereciera elogio. Era el africano quien lo había hecho. Yo era primordialmente africano y después keniano por conveniencia geográfica. Recuerdo la pasión con la que mi novia, en los años sesenta, me animó a plasmar en libros los cuentos populares tradicionales. En respuesta, me dediqué a escribir para niños. Hoy soy el autor con la lista más larga de libros infantiles: unos 40. En la época colonial no se publicaban cuentos africanos para escolares. Sólo leían libros publicados en Europa.

Nadie me enseñó a escribir libros. Tuve que formarme yo mismo. Mi educación formal terminó tras ocho años de escolarización, después de presentarme al examen colonial Standard 8 llamado "Educación Preliminar Africana de Kenia". Aprobé el examen para ir al instituto, pero los institutos eran escasos. En mi comunidad (tribu) Akamba, sólo había un instituto para 45 alumnos. Pero luego, como me encantaba la educación, me matriculé en el instituto de Machakos, que admitía 45 alumnos cada año. Empecé a estudiar por correspondencia en el British Tutorial College.

Mientras estudiaba por correspondencia, mi tutor de inglés me dijo que se me daba bien la escritura creativa. Es cierto que, desde niño, se me daban bien los cuentos populares tradicionales inéditos, de los que tenía una buena colección. Recuerdo mi intento en la clase 5, en 1955, cuando intenté traducir "El príncipe de los cabellos de oro", un cuento infantil en kikamba. Fue entonces cuando empecé a preguntarme cómo se escribía un libro. A partir de entonces, empecé a interesarme por la escritura. Solía escribir cartas. Recuerdo que cuando terminé mi educación formal, tenía un manuscrito de cartas de amor, que alguien me robó. Pero el ladrón me dejó el orgullo de que debía haber escrito algo importante para que me robaran el manuscrito.

No había formación para la escritura de libros. Recuerdo que en una ocasión, en 1959, le pregunté a mi profesor de la Escuela Técnica: "¿Puede escribir un africano?". Me miró, parpadeó varias veces y dijo: "Un momento, creo que he oído hablar de alguien en Nigeria que ha escrito un libro."

David G. Maillu | After 4:30 | Nuria Kenia | 219 págs. | 760 KES

Es importante sacar a colación el encuadre psicológico y los cimientos del africano a los que se dirigen los libros que he estado escribiendo. Por ejemplo, proyecté y escribí mi libro más comentado, AFTER 4.30, en 1975. Yo vivía en la ciudad, Nairobi, después de haber dejado la vida en el campo. La gente vivía en una Kenia recién independizada, dividida entre la cultura occidental y la tradicional africana. La vida urbana era un fenómeno nuevo para mucha gente. Escribí el libro específicamente para sensibilizar y educar a las chicas sobre la compleja vida urbana. El libro tiene cuatro personajes principales. Una prostituta, una chica íntegra (secretaria), un jefe licenciado en la Universidad de Oxford vs. su mujer. El jefe seductor vs. la secretaria, la prostituta vs. la chica íntegra. Fue a través de esos personajes que expuse, mediante poesías, el engañoso glamour y las trampas de la cultura importada. Recuerdo a un profesor zimbabuense que escribió un artículo sobre AFTER 4.30 dando al libro un tinte marxista. El libro fue prohibido en la Sudáfrica del apartheid por su postura crítica con la cultura occidental. Otras personas dijeron que el libro fue una piedra de toque en el tratamiento y la promoción de los derechos de la mujer.

Mi observación final es que mi generación de escritores se destaca como el puente intelectual entre la cultura tradicional africana y la cultura importada. El fracaso de esa generación y de la actual, al no escribir y publicar lo suficiente sobre lo que debería abordarse para salvar los valores africanos, cerrará el capítulo del orgullo africano de esos valores. Desgraciadamente, es el África tradicional inédita la que conserva la mayor biblioteca de valores africanos, que están seriamente amenazados de extinción. La pérdida será impensable y el mayor de los perjuicios para la identidad africana.

El problema que se obvia ha sido la falta de editores comprometidos. Empecé a escribir cuando Kenia estaba dominada por editoriales británicas sin interés por los libros africanos. Me salvó la autoedición, que me dio la libertad de publicar lo que yo creía que la gente quería leer, y no lo que los jefes formados en ultramar pensaban que la gente debía leer. En cuanto me lancé con éxito como escritor, los mismos editores británicos que habían estado negando mi trabajo empezaron a rogarme que escribiera para ellos.

La autoedición me salvó.