Espejo
Mohamed Khalafouf es un escritor de cuentos, poeta y traductor marroquí.
De camino al trabajo, paso por delante de una tienda de muebles y me detengo ante un espejo largo con marco negro. Me miro durante unos segundos y me alejo. Lo mismo hago de camino a casa. Con el tiempo, me acostumbré a pararme delante del espejo y mirarme.
Así que desarrollé un deseo ferviente de tener un espejo.
Siempre me han gustado los espejos y mirarme en ellos. No sólo los espejos, sino cualquier cosa que tenga un reflejo: una taza, una cuchara, una jarra, una ventana, un escaparate.... Pero los espejos tienen una magia muy especial que me empuja a mirarlos largamente incluso sin necesidad. Contemplo mis rasgos faciales durante mucho tiempo. Incluso he tenido problemas con los peluqueros cuando se han percatado de que no paraba de mirarme al espejo mientras me afeitaban.
Mi madre me reñía de pequeño por mirarme demasiado al espejo, sobre todo en el de su armario, porque solía colarme allí para sentarme en el borde de la cama, justo delante de él. Una vez incluso me sangró la nariz. Mi madre me dijo entonces que el espíritu del espejo estaba a punto de devorar mi alma y llevársela su mundo oculto. Después de este incidente, viví mi vida entre el miedo a los espejos y una extraña atracción por ellos. No tenía padres, ni hermanos, ni amigos, ni esposa... Llevaba una vida solitaria. Nada me hacía sentir que pertenecía a algo. Era invisible. Sólo los espejos me proporcionaban la sensación de estar presente en el mundo, aunque sólo fuera un reflejo fugaz en un cristal.
Odio mirarme en el pequeño espejo blanquecino del cuarto de baño. Frente a él me lavo la cara, me cepillo los dientes, me afeito y compruebo mi aspecto antes de salir de casa. Sólo muestra la parte superior de mi cuerpo. Es como si sólo tuviera la cabeza y el cuello, y el resto del cuerpo no existiera. Necesitaba un espejo que mostrara todo mi cuerpo y no sólo una parte de mí.
Paso por delante de la tienda todos los días, mañana y tarde, todos los meses, en todas las estaciones... Me paro y me miro en el espejo. A veces sonrío para mis adentros, a veces lo reprimo. "Estos pantalones no combinan con la camisa", “hoy no me he afeitado bien”, me digo a mí mismo mientras estoy frente al espejo. Incluso cuando pasa la gente, no consigo ver su reflejo, todo a mi alrededor desaparece de repente: los transeúntes, los cláxones de los coches, el ruido de la calle, el cielo, el peso de las bolsas de la compra en mis manos... Siento un repentino malestar, como si estuviera frente a una fuerza misteriosa que me abriese una ventana a otro mundo. Es una sensación amarga, casi como si otro ser -el espíritu del espejo, como lo llama mi madre- me hubiera puesto una mano pesada en el hombro y quisiera llevarme al mundo de los espejos. Entonces, me sacudo de repente y vuelvo a sentir el mundo a mi alrededor.
Es como en las peluquerías: soy plenamente consciente de la irritación del dependiente cuando paso por delante de su tienda y me detengo ante su espejo.
A pesar de mi pasión por los espejos, nunca había soñado con uno. He soñado con casi todo, pero nunca había visto un espejo en mis sueños. Pero una noche lo vi: el espejo, sí, exactamente: el espejo de la tienda de muebles estaba de pie en un pasillo largo y oscuro, y yo intentaba acercarme a él para ver mi reflejo, pero cada vez se alejaba más. Al final del sueño, una fuerte luz brilló e hizo añicos el espejo.
El sueño resonó en mi cabeza durante dos días, hasta que me armé de valor para comprarlo. Entré en la tienda, que parecía aún más elegante desde dentro. El dependiente se fijó en mí y me dijo:
-¡Buenos días, señor! ¿Qué desea comprar? ¿Un sofá, un armario, un cojín...?
-¡Quiero el espejo del escaparate!
Compré el espejo. De camino a casa, estaba exultante. Nunca me había alegrado tanto de comprar algo como en aquel momento.
En casa, me preguntaba dónde debía ponerlo: ¿en el salón o en el dormitorio? Al final, lo puse en mi dormitorio para que estuviera más cerca de mí y yo de él. Ahora podría verme entero, incluso cuando estuviese desnudo, incluso cuando estuviese solo. Llevé el espejo -que no me pareció tan pesado- a mi dormitorio.
Moví un poco el tocador, coloqué el espejo entre la puerta y la mesita de noche y me dispuse a mirarme en él como lo hacía antes en la tienda.
Me situé justo delante, pero no vi mi reflejo en el espejo, estaba vacío.