El muro

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El muro

Un relato breve de Siria
Foto Rami Tawil
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Rami Tawil

Es verano en el hemisferio norte e invierno en el hemisferio sur. Durante el mes de agosto, Literatur.Review los reúne a ambos a través de la publicación de relatos aún no traducidos o inéditos del norte y del sur del planeta.

Rami Tawil es novelista, cuentista, traductor y guionista. Nacido en Siria en 1974, ha escrito varios guiones para televisión y cine, entre ellos dos series de emisión: «Al-Hurub» y «Sira' al-Mal». Ha trabajado para la página cultural y el suplemento literario del periódico libanés «Al-Akhbar». En literatura, ha publicado varias novelas con Dar al-Saqi: «Raqsat al-Zill al-Akhira», «Hayawat Naqisa», «Qubba'at Beethoven»; así como colecciones de cuentos: «Qabla an Tabrud al-Qahwa» e «Imra'a 'Ind al-Nafidha». En literatura infantil, sus obras incluyen «Lasta Wahidan» (finalista del Premio Jeque Zayed de literatura infantil 2023), «Ajnihat Adam» y «Mamlakat al-Musiqa». También ha traducido varias novelas del italiano, entre ellas «Léxico familiar», «La forma del agua», «Un amor» e «Imposible».

De niños, teníamos la costumbre de pasar la mayor parte del día en la calle, huyendo de la estrechez y el hacinamiento de nuestras casas familiares. En realidad, no era una calle, sino más bien un callejón angosto encajonado entre dos hileras de edificios bajos construidos de forma improvisada. Sin embargo, manteníamos el acuerdo tácito de llamarla "la calle". Era nuestro espacio, el que albergaba todas las actividades de nuestra infancia: corretear, jugar al fútbol, a las canicas y, sobre todo, a nuestro juego favorito: policías y ladrones.
Nunca nos pareció que aquel espacio fuera reducido. Las doscientas cinco zancadas que separaban la entrada y la salida del callejón nos parecían una inmensa extensión, un auténtico patio de aventuras. Solo el muro de piedra del extremo sur del callejón nos provocaba tanta rabia como curiosidad. Por el lado norte, podíamos escabullirnos a barrios vecinos similares al nuestro, pero por el lado sur, nos topábamos con este muro, una barrera infranqueable que nos impedía el paso y ocultaba lo que había detrás.
De nuestra imaginación infantil surgieron muchas historias sobre lo que había detrás de aquel muro. Algunos imaginábamos verdes jardines que se extendían hasta donde alcanzaba la vista, en medio de los cuales se alzaba un suntuoso palacio habitado por un príncipe casado con una princesa de deslumbrante belleza. Tenían muchos caballos y animales raros, incluidos leones y tigres. Otros, en cambio, imaginaban una casa abandonada habitada por djinns y espíritus, que se alimentaban de los niños que capturaban por la noche. Algunos llegaron a contar que se habían encontrado cabezas de niños decapitados que alguien había arrojado desde detrás del muro de piedra, o de restos de sangre y cabellos de niñas, cortados y luego trenzados, que colgaban de lo alto del muro como sogas colgantes, a modo de advertencia para que no nos acercáramos a esa zona. Bastaba con que uno de nosotros escuchara una vez alguna de estas historias para que la hiciera suya y empezara a relatarla como un recuerdo personal. Sin embargo, nada de aquello nos impedía intentar perforar el muro, hacerle pequeños agujeros, fruto de largas horas de esfuerzo, para espiar lo desconocido y alimentar nuestras fantasías infantiles con imágenes cada vez más salvajes y aterradoras.

Durante años, aquel muro fue el límite donde se detenían nuestros pasos. Cuando corríamos, era nuestra línea de meta. Cuando jugábamos al fútbol, era nuestra meta. Todos los días recorríamos decenas de veces estos doscientos cinco pasos, entre la entrada norte del barrio y el muro del sur. Hasta que una mañana nos despertó el ruido de las máquinas y el bullicio de los obreros: estaban derribando el muro.
Nos reunimos en medio del callejón, con los ojos muy abiertos, aterrorizados por lo que pudiera salir de detrás del muro. Los trabajos se prolongaron durante mucho tiempo, levantando una nube de polvo que nos ocultaba la vista y multiplicaba nuestra imaginación. Intercambiamos conjeturas en voz baja, con la mirada fija en lo desconocido, temiendo que nuestras peores predicciones se cumplieran mientras secretamente esperábamos que la realidad nos decepcionara.
Finalmente, el polvo se disipó. El muro se había convertido en un montón de piedras desmenuzadas, dejando al descubierto un terreno baldío, sin rastro de árboles, sin palacio principesco ni casa encantada. No era más que un páramo sembrado de basura, y no podíamos entender por qué un lugar como aquel se nos había ocultado durante tanto tiempo.
De golpe, todas las leyendas que habíamos inventado desaparecieron de nuestras mentes. Estábamos rebosantes de alegría: por fin íbamos a poder traspasar los límites de nuestro callejón y aventurarnos más allá. Los días transcurrieron lentamente mientras retiraban los escombros. Seguimos jugando en el mismo espacio de siempre, entre la entrada norte del callejón y su extremo sur, donde antes estaba el muro. Nivelaron el terreno, excavaron la tierra y levantaron edificios. Entre ellos se tendió una carretera asfaltada que parecía prolongar nuestro carril. Sin embargo, ninguno de nosotros se atrevió jamás a adentrarse en ella, como si las leyendas que habíamos inventado siguieran allí, agazapadas.

Fue en ese barrio donde crecimos, observando generación tras generación de niños jugar en el callejón. Ellos también se conformaban con recorrer los doscientos cinco pasos antes de dar la vuelta, ignorando esta parte que, aunque se mostraba despejada y abierta ante sus ojos, no los disuadía de seguir repitiendo las historias que habíamos inventado en nuestra infancia sobre lo que se escondía allí. Historias que les contábamos pensando que nos burlábamos de las fantasías de la niñez.


Esta historia está tomada del libro de relatos Una mujer en la ventana, publicado en 2023 por Dar Al Saqi en Beirut.

(Adaptación española basada en la traducción francesa del árabe realizada por Rita Barrota).