El falso rey
Es verano en el hemisferio sur (e invierno en el hemisferio norte), y durante el mes de enero, Literatur.Review los reúne a ambos a través de la publicación de relatos aún no traducidos o inéditos del norte y del sur de nuestro mundo.
Laila Abdullah es una escritora, poeta y crítica omaní nacida en 1982 que vive en los Emiratos Árabes Unidos. Es conocida por su novela دفاتر فارهو (Los cuadernos de Farho), que trata de la vida de los niños en tiempos de guerra.
Todas las noches salía con mis compañeros de fatigas. Bebíamos tragos baratos y nos poníamos apodos divertidos inspirados en nuestros rasgos. A mí me llamaban "el falso rey", porque mis rasgos se asemejaban a los del rey, aunque mi vestimenta y mi lógica eran muy diferentes.
Una noche, mientras vaciaba mi copa, se me pasó por la cabeza una idea descabellada, y les dije con voz ronca y eufórica a la vez: "¡Compañeros en la embriaguez y el libertinaje, cuando sea rey de este país, os invitaré a beber de barriles de vino añejo! Pero mientras tanto, traed vuestra bebida barata; honradme y yo os honraré".
Los borrachos estallaron en carcajadas, cada uno delirando con sus propios deseos, burlándose de un rey sin corona. Un rey vestido con harapos, con los bolsillos rotos, que se pasaba el día gritándole a su mujer, quien a su vez maldecía el día en que se casó con él. Aquella noche, un bebedor tan exaltado como yo balbuceó con voz lastrada por la embriaguez: "¡Tú serás rey, y nosotros beberemos! Serás rey, y cada noche degustaremos buen vino en tu corte". Los borrachos enloquecieron, aplaudiendo y silbando a su auspicioso rey.
Me levanté y me tambaleé hasta casa. Mi mujer, como de costumbre, me esperaba en la puerta, profiriendo los mismos insultos de todas las noches. Pero esta vez le respondí con voz molesta: "Mujer de mal agüero, tu marido el borracho se convertirá en rey y se casará con una princesa digna de él".
Se echó a reír tan fuerte que casi despertó a los niños, y luego declaró en tono burlón: "Ese día bailaré delante de todos, rey insolente. Vete a dormir, bribón, que mañana tienes que trabajar".
Aquella mañana, al despertar escuché a la vecina de mi mujer, que le contó que su marido -que era uno de los cocineros de palacio- había oído que el rey estaba amenazado de muerte por grupos de otros reinos. Le explicó que el rey había reforzado su guardia e introducido estrictos controles sobre todos los que entraban en palacio. Incluso había nombrado a un supervisor para que vigilara a los cocineros que le preparaban la comida y le proveían de bebida, por miedo a que alguien pudiera envenenarlo.
No sé cómo mis pasos me llevaron hasta la casa del vecino, el cocinero de palacio. Le pedí que me llevara al palacio del rey. Receloso, al principio se negó, pues era la primera vez que hablaba con él. Pero le convencí de que si me recortaba la barba y adelgazaba, podría parecerme al rey, lo que podría serle útil. Incluso lo amenacé con difundir rumores por toda la ciudad de que estaba robando provisiones y utensilios de las cocinas de palacio para distribuirlos entre sus parientes.
A regañadientes, accedió. Le acompañé a palacio, donde me citó con el ministro a cargo de la alimentación del rey. Cuando me reuní con él, le confié que tenía una solución para salvar al rey de las conspiraciones de sus enemigos y asegurar su protección.
El rey examinó mi aspecto, maravillado por el parecido entre nosotros: mi rostro ancho, mis ojos hundidos, mi frente prominente y mi barbilla fina. Tartamudeando, le dije: "Míreme, Majestad, me parezco a usted. Incluso mis compañeros me llaman 'el falso rey'. Puedo ocupar su lugar siempre que quiera, para poner a prueba a sus enemigos y protegerle sin que nadie sospeche."
La idea atrajo al rey, pero se mantuvo desconfiado y me preguntó: "¿Qué ganas tú al arriesgar tu vida?"
Vacilante, respondí: "Nosotros somos sus leales súbditos, y su vida es la vida de todo el pueblo".
Mi mente ya vagaba hacia los barriles de vino que soñaba beber cada noche si me convertía en rey, aunque fuera un rey falso. Añadí con fervor: "¿Qué vale mi insignificante vida comparada con la suya, tan valiosa para este país? Mi alma es suya, Majestad".
Me pidió que renunciara a mi vida anterior y me trasladara aquí, a su palacio, sin que lo supieran ni siquiera sus consejeros más cercanos. Me puse a dieta para adelgazar, el barbero real me recortó la barba al estilo del rey, me puse ropas reales y me mudé a un ala privada cerca de los pabellones del harén para que nadie en la corte pudiera verme. Siempre que quería que le sustituyera en alguna ocasión, él permanecía en mi ala mientras yo salía escoltado por los guardias. Cuando regresaba, le informaba de lo que había ocurrido en las reuniones, que por lo general eran festivas y no requerían discursos formales.
Como las críticas se intensificaban y la oposición se hacía más virulenta, el rey, cada vez más receloso, se aisló en mis aposentos. Pasaron los meses, y yo estaba cada día estaba más radiante, gracias al vino añejo que bebía cada noche. También enviaba barriles a mis viejos amigos, pues yo era su falso rey. Los ministros me respetaban, los guardias velaban por mi seguridad y los cocineros hacían todo lo posible por satisfacer mi apetito. Nada perturbaba mi vida, excepto el miedo a perder todos mis privilegios y volver a la pobreza. ¡Dios maldiga esa vida miserable!
Por mi parte, me aseguré su apoyo difundiendo noticias falsas sobre las tramas de sus enemigos y su peligrosidad, para garantizar que mi posición se prolongara el mayor tiempo posible.
Una noche oscura, mientras vagaba ligeramente ebrio por los jardines de palacio persiguiendo a una doncella lejos de los guardias, un enmascarado surgió de entre las sombras. Llevaba una daga envenenada y me amenazó con ella. Presa del pánico, retrocedí, temblando y cubierto de sudor, y grité:
«¡No, no soy el verdadero rey! Sólo soy un miserable impostor. Por favor, ¡no me mates! ¡No me mates! No soy el rey, ¡sólo soy su doble! Créeme, el rey está abajo, en el ala oscura».
"El rey ha muerto... ¡El rey ha muerto!" Esta frase resonó por todo el reino. Cuando el rey, escondido en el ala oscura, la oyó, se dio cuenta de que sus enemigos habían asesinado a su doble. Se dirigió a su consejo, declaró que sus enemigos habían matado a su doble y que el trato que había hecho con él le había salvado la vida.
Pero los ministros se negaron a creerle. Le acusaron de hacerse pasar por el rey, sobre todo porque su aspecto había cambiado: había engordado y le había crecido la barba. Ordenaron a los guardias que le echaran del palacio.
Gritó desesperado: "¡Soy el rey! Soy el rey de este país. Ministros insensatos, ¡os cortaré la cabeza a todos! ¡Soltadme! ¡Yo soy el rey, sólo yo soy el rey! ¡No he muerto, sigo vivo! ¡Ese hombre solo era un doble!".
Se dice que este hombre que decía ser el rey fue acogido por un grupo de borrachos. Le hacían reverencias cada vez que entraba en la taberna.
Relato extraído de la colección de cuentos titulada "Catálogo de reyes", publicada por Dar Al-Maraya, Kuwait (edición y distribución, primera edición).