Yo soy otro en Palestina

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Yo soy otro en Palestina

¿Qué significa ser palestino en la diáspora, un extraño que sólo puede contemplar su patria desde su exilio hereditario a través de los personajes de sus novelas? Una patria de palabras, imágenes e historias que se desvanecen
Saleem Albeik

Con motivo de la actual catástrofe en Oriente Medio, hemos invitado a autores de la región a escribir relatos, poemas y ensayos con el fin de llamar la atención sobre una verdad distinta a la de las noticias ordinarias procedentes de la región.

En primer lugar, convengamos en que el lugar en Palestina -no específicamente el lugar palestino- para los refugiados en el extranjero no se construyó desde fuera. Más bien, lo heredamos de quienes lo dejaron, y luego le hicimos nuestras propias modificaciones; construimos y seguimos construyendo. Por ejemplo, en el exilio europeo, como palestinos, tenemos un lugar único, una Palestina paralela.

Por mi parte, como refugiado palestino en Europa, me encontraba inmerso en este proceso de construcción cuando recibí una invitación del Museo Palestino para pronunciar una conferencia titulada "Construir un lugar desde el exterior". Para entonces, ya había colocado una primera piedra en forma de novela titulada Dos billetes a Saffuriya, luego otra piedra similar titulada Escenario, y después El ojo del gallo, una tercera piedra que constituía una tercera capa para una tercera generación, encima de la casa de mi padre en el campo. Este último, el segundo refugiado, había construido su casa encima de la de mi abuelo, el primer refugiado.

Saleem Albeik es un crítico de cine, novelista y editor cultural palestino afincado en París.

Lo que es diferente aquí es que estoy construyendo mi espacio palestino con palabras, con literatura, y no con piedras y cemento, después de que una segunda Nakba nos golpeara a los palestinos en Siria; una catástrofe que convirtió la materia y la piedra, una vez más, en materia espiritual, que convirtió las piedras en palabras y fijó nuestro lugar europeo, tanto simbólico como físico. Es un lugar en el que sigo construyendo, con palabras literarias, a veces críticas, cuyo material principal es la memoria y la imaginación, materiales intangibles. Este lugar -y no digo cuándo terminará su construcción, porque los lugares de la literatura nunca se terminan, los lugares de la imaginación nunca son estables y los lugares del deseo se desintegran tan pronto como parecen llegar a su fin- será, o para ser precisos: Palestina será, gracias a mi trabajo, un espacio de palabras. Porque la patria -sin eslóganes, porque es la realidad total del exilio- existe en la literatura.

No digo esto para huir de una confrontación con un lugar físico que sí existe, con sus líneas de latitud y longitud, ni para evitar una pregunta que se ha vuelto cansina a fuerza de oírla: "¿De verdad crees que la Palestina de hoy, si la visitaras, sería como la imaginas?". La persona que hace esta pregunta suele hacerlo denunciando mis deseos, mis sueños y mi Palestina, haciendo gala de su superioridad como verdadero conocedor de la Palestina física de la que yo sólo conozco la sombra, o una existencia paralela. Digo esto sólo porque yo conozco una única Palestina, heredada y construida sobre lo heredado, sin destruir nunca ese legado. Afortunadamente, las historias de mi abuelo sobre Tarshiha, que él conocía tan bien, preservaron mi herencia de los impulsos adolescentes de destrucción, a menudo artificiales. Así que yo sólo conozco una Palestina, que he heredado y en la que he basado mi deseo de construir el espacio de mis sueños.

El espíritu de mi abuelo, Abu Mahmoud, flota a lo largo de la primera novela y acompaña a su nieto, Youssef, mientras se prepara para regresar a Saffuriya con pasaporte francés. Se siente desgarrado por el temor de que el país le parezca extraño, o de que él mismo sea un extraño allí, cuando camine por sus calles, sin sentirse ni como sus habitantes ni como en casa. El espíritu de mi abuelo también está presente en la segunda novela, en las preguntas de su nieto, Karim, que se pregunta por las razones de su partida y exilio a Haifa. Estas preguntas son una mezcla de reproche, dolor, una pizca de perdón e inquietud ante la idea de regresar: Karim no sabe si quiere volver a Haifa, la ciudad de Palestina, o a Haifa, el campo de Siria. A la primera Haifa, siempre imposible, le siguió la segunda, aún más inaccesible. En la tercera novela, Samir se cuestiona todo lo que ha construido y conocido: ¿puede contentarse con Palestina en su casa, su barrio y su ciudad, París? Al evocar a mi abuelo, me cuestioné a mí mismo, escribiendo mi historia en la diáspora para evitar reescribir la suya en el campo.

El lugar palestino es donde estuvo mi abuelo, Abu Mahmoud, y yo llevaba sus recuerdos y sus historias con su nombre, tocado por su emoción cada vez que hablaba de Tarshiha en sus últimos años, comprendiendo que no habría retorno tras el exilio. Este lugar fue establecido por su voz, y mis representaciones del mismo se han construido sobre esa voz. No pretendo conocer mi pueblo calle por calle, casa por casa, como podrían hacerlo sus habitantes, pero conozco su voz, igual que ellos conocen su olor. No digo que conozca el lugar físico, sino el lugar inmaterial basado en la voz, porque los recuerdos transmitidos por esa voz han sido enriquecidos y envueltos por la imaginación.
De este modo, no veo la Palestina que conozco -y que sigo descubriendo mientras haya recuerdos, sueños y deseos- como algo fuera del espacio. No hay Palestina más fiable que la que me contó mi abuelo, y yo he construido historias a partir de las suyas. Este es el lugar, esta es Palestina, o más bien esta es mi Palestina: después de que Palestina fuera simplemente "Palestina" en la primera novela, y se convirtiera en "el campo" en la segunda, se convirtió en un espacio familiar en la tercera. Primero fue el lugar de origen en la primera novela, el pueblo, luego el lugar temporal en la segunda, el campamento, antes de convertirse en un "no-lugar" en la tercera, donde todos los lugares se hicieron posibles.

Palestina se compone ahora de fragmentos de las historias de Abu Mahmoud, que dejó a su familia en Tarshiha y se marchó después de que los sionistas lo persiguieran a él y a sus compañeros campesinos, que luchaban con rifles rudimentarios. Se marchó sabiendo que le buscaban personalmente y que no volvería mientras existiera Israel. Por eso no se llevó una llave, ni imaginó un regreso a corto plazo; y viajó en tren hasta la última estación, hasta el campo más lejano, en Alepo.

Digo esto para responder a la pregunta que no pude reprimir y que resuena en mí con insistencia: ¿por qué te fuiste del país? Aquí estoy, en una absurda oscilación entre la pregunta y la respuesta:

- ¿Por qué dejaste el país?
- Me perseguían.
- ¿Pero por qué dejaste el país?
- Iban a ejecutarme.
- ¿Pero por qué dejaste el país?
- Si no lo hubiera hecho, tú no estarías aquí.

Estoy aquí, fuera del país, reconstruyéndolo con mi abuelo, desde el principio, desde la Nakba, desde el primer éxodo del pueblo, la primera salida del primer lugar, edificio tras edificio, hasta el segundo éxodo, el de mi padre, saliendo del campo, pasando del sucio charco de barro al maloliente charco de aceite, y finalmente mi propio triple éxodo del lugar de origen al mar europeo, cuyo azul es aún más inquietante que el de los dos charcos oscuros.

El lugar palestino se construye en mi mente a través de estos tres espacios: el campamento, la ciudad y el continente; no es una simple imagen de Palestina documentada por las palabras de un lugareño que dice: "Conozco Palestina mejor que nadie". Puedo conocer o no esta Palestina, el lugar físico, pero sí conozco mi propia Palestina, este lugar simbólico que he construido con historias, recuerdos, sueños y deseos, y esta es la Palestina que habito.

El día que regrese a Palestina, la que no conozco, o el día que la visite, seré indulgente y no le pediré que aligere el peso de la historia ni que se alinee con la Palestina que conozco. Sé que eso es imposible: cada una tiene su propio mundo, y cada vez que entro en una, salgo de la otra.

Por ahora, sólo conozco la otra, la otra Palestina que he construido. Este otro lugar es mío, y yo mismo seguiré siendo siempre este otro frente a la Palestina que conoces.


El texto apareció originalmente en árabe en el número de otoño (140) de Majallat al-Dirasat al-Filastiniyya