Precio, poder, invisibilidad

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Precio, poder, invisibilidad

Una lectura con perspectiva de género del Booker árabe
Ghizlan Touati

Ghazlan Touati es una escritora argelina especialmente interesada en la posición de la mujer en la Argelia actual. Es autora de dos colecciones de relatos cortos: "Las mujeres no hacen eso", publicada en 2022, y 'Un mal momento para comprar pescado', publicada en Egipto en 2024. También ha publicado varios artículos sobre temas relacionados con la mujer y la cultura.

Hace unos días se anunció el ganador del Premio Booker de Narrativa Árabe para la temporada 2024/2025. Como cada año, me viene a la cabeza una pregunta: ¿por qué ninguna escritora ha ganado este premio? Permítanme decirlo de entrada: este texto no ofrece una respuesta, ni pretende buscarla. Más bien, es un intento de explorar algunas ideas generales en torno al fenómeno de la posición rezagada de la mujer en los países árabes, y más concretamente en el ámbito literario.

Desde la creación del Premio Internacional de Narrativa Árabe (comúnmente conocido como "Premio Booker Árabe") en 2007 y la presentación de su primera edición en 2008, sólo dos mujeres se han coronado entre los ganadores. La primera vez fue en 2011, cuando una novelista saudí y un novelista marroquí fueron galardonados ex-aequo, un caso único en la historia del premio. La segunda distinción femenina fue otorgada en 2018 a una autora libanesa. Sin embargo, como el premio se concede anualmente, este informe muestra que, en dieciséis ediciones, catorce hombres han ganado el premio, frente a solo dos mujeres. Este desequilibrio evidente plantea una cuestión importante, que me llevó a ir más allá de una simple lectura estadística para examinar las causas subyacentes. Hay varias explicaciones posibles para esta infrarrepresentación de las mujeres. Quizás las autoras, por falta de confianza o por un sentimiento de ilegitimidad, se abstienen de participar. O quizás las editoriales, ante la disyuntiva de presentar una novela masculina o femenina a la preselección, se decantan casi sistemáticamente por la primera. Otra posibilidad, aunque no muy convincente en mi opinión, es que las mujeres produzcan con menor frecuencia obras que se consideren comparables a las de los hombres en términos de estilo, audacia narrativa, profundidad temática u originalidad. Sin embargo, esta última hipótesis parece difícil de sostener a la luz de la existencia de un gran número de escritoras arabófonas de talento, cuya calidad literaria está fuera de toda duda.

En un intento de arrojar algo de luz sobre este desequilibrio, me fijé en las listas de finalistas, que generalmente comprenden de cinco a seis novelas. Desde 2008, han contado casi sistemáticamente con una o dos escritoras por edición. Sólo en dos años ha habido tres autoras en la lista de finalistas, y sólo en un año no ha habido ninguna. Para matizar esta observación, he ampliado el análisis a las listas de preseleccionados, donde la presencia femenina es más marcada. No es raro ver a cuatro o cinco novelistas femeninas y, en algunos casos excepcionales, se alcanza la paridad, con ocho mujeres por cada ocho hombres. Estos datos indican claramente una participación activa de las mujeres en la escena literaria, así como una producción de novelas en árabe que, en términos cuantitativos, se mantiene en un nivel comparable, y a veces incluso superior, al de sus homólogos masculinos.

Sin embargo, esta visibilidad inicial no se traduce sistemáticamente en un reconocimiento al más alto nivel. Esta observación me llevó a cuestionar el papel de los jurados, que se renuevan cada año y suelen estar compuestos por cinco miembros. De 2008 a 2014, solo hubo una mujer en cada uno de los comités de selección. Más tarde se produjo un ligero cambio, con jurados compuestos por dos, luego por tres mujeres, y sólo en una edición las mujeres fueron mayoría (cuatro de cinco). Sin embargo, incluso ese año, sólo una novelista femenina llegó a la final, y el premio fue concedido una vez más a un hombre.

Así pues, los datos recogidos sugieren que ni la falta de participación femenina ni la infrarrepresentación sistemática en los comités de selección bastan para explicar la discrepancia observada. El problema parece residir en otra parte: quizá en los propios criterios de evaluación literaria, en las expectativas implícitas del mundo editorial o incluso en imaginarios simbólicos profundamente arraigados que tienden a privilegiar, consciente o inconscientemente, una determinada idea masculina del autor legítimo. Entonces, ¿cuál es el problema? ¿Por qué una escritora recibe tan raramente el reconocimiento que merece?

La cuestión que aquí se plantea no puede responderse de forma categórica. Su complejidad exige más bien un enfoque matizado que eluda cualquier intento de reducirla a unas pocas causas inmediatas o aparentes. Tratar de simplificar el análisis sería ignorar la densidad de las dinámicas implicadas y ceder a un reduccionismo prematuro. En sentido estricto, un fenómeno de esta naturaleza requiere una actitud de prudencia intelectual que evite los prejuicios y busque, ante todo, una comprensión general de la situación. En el plano estrictamente literario, es esencial recordar que las decisiones de los jurados se basan, ante todo, en criterios estéticos y estilísticos, es decir, en juicios de gusto. Pero el gusto, por su propia naturaleza, no es objetivo: es personal, maleable y está influido tanto por sensibilidades individuales como colectivas. Este gusto no surge ex nihilo, sino que se forma a partir de una red de influencias: los contextos sociales, los cánones literarios dominantes, las expectativas implícitas o explícitas de los lectores, así como las tensiones entre conformidad y transgresión.

Cada miembro del jurado es, por tanto, portador de un universo simbólico, una formación intelectual y un sistema de valores que influyen en su lectura. Estos filtros profundamente subjetivos convierten el acto de selección en un proceso eminentemente personal y, en ocasiones, opaco. A esto se suma el hecho de que las deliberaciones del jurado rara vez se hacen públicas; no están sujetas a ninguna forma de control externo, lo que dificulta aún más un análisis fundamentado. No obstante, a partir de la escasa información disponible —fragmentos de informes, entrevistas o indiscreciones— es posible identificar algunos criterios recurrentes: la originalidad artística, el uso creativo del lenguaje, la densidad temática, la maestría narrativa, el desarrollo estilístico y la relevancia crítica o existencial del tema tratado.

Estos requisitos, conviene recordarlo, se aplican sin distinción de género. Los textos escritos por mujeres e incluidos en la selección final cumplen sin duda con estos criterios. Lo demuestran por su fuerza narrativa, su riqueza formal y la profundidad de los temas que abordan. Esto significa que han sido evaluados con el mismo rigor que las obras de sus homólogos masculinos, y que están a la altura de su calidad literaria. Así pues, la explicación del desequilibrio no puede buscarse en el contenido, la técnica o la fuerza estilística.

De hecho, muchas de estas novelas escritas por autoras han encontrado una fuerte respuesta, tanto por parte de los lectores como de la crítica, mucho más allá del marco del Premio Booker. Entre los ejemplos más significativos se encuentran Le Désastre de la Maison des Notables, de Amira Ghenim, Beyond Paradise, de Mansoura Ez-Eldin, The American Granddaughter, de Inaam Kachachi, y Le Tanki, de Alia Mamdouh, todas ellas obras sobresalientes que encarnan plenamente las aspiraciones y la riqueza de la escritura femenina contemporánea en árabe. Así pues, también en este caso me encuentro en un callejón sin salida cuando intento explicar este rezago mediante razones estrictamente objetivas. Conviene entonces considerar causas no objetivas, que no están directamente relacionadas con el premio en sí, sino con la actitud general que existe hacia las mujeres, hacia las escritoras, hacia su presencia y actividad en el espacio público, sin estar sometidas a un juicio social o político.

Es evidente —y no requiere demostración alguna— que las mujeres gozan hoy de amplia libertad, que son audaces, que escriben y publican abundantemente, tanto o más que los hombres, al menos en términos cuantitativos. Sin embargo, la actitud hacia ellas sigue siendo la misma: se supone que las escritoras deben permanecer en un segundo plano, a la espera de que se den las condiciones adecuadas —el lugar adecuado, el momento adecuado, la oportunidad adecuada— para presentarse. Incluso dentro de los comités de selección, esta mentalidad persiste. No se manifiesta de manera explícita, sino que se expresa a través de formas de ocultación, o actúa a nivel inconsciente, arraigada en un imaginario colectivo estructurado por normas sociales heredadas. Ello refleja el lugar que siguen ocupando las mujeres en nuestras sociedades: aunque tienen estudios, trabajan y son mayoría en determinados sectores, los puestos de poder siguen siendo mayoritariamente masculinos. El ámbito literario no es una excepción a esta lógica: este poder simbólico sigue estando en manos de los hombres, y no parecen escatimarse esfuerzos para preservar su monopolio, ya no por medios directos y brutales, sino usando métodos más sutiles, a menudo aceptados e incluso interiorizados por las propias mujeres.

Una de estas estrategias consiste en incluir un número significativo de novelas escritas por mujeres en la primera selección de un premio de este tipo. Este gesto es percibido tanto por las escritoras como por su entorno como una forma de reconocimiento: la validación de su trabajo, la prueba de su integración en la escena literaria. Pero este reconocimiento parece detenerse ahí. Las escritoras no pueden ganar varios premios consecutivos, ni constituir la mayoría de los galardonados, como ocurre actualmente con los hombres. En cierto modo, esto recuerda a la estructura de las escuelas coloniales: permitían a los niños nativos estudiar hasta un cierto nivel, antes de orientarlos hacia la formación profesional para negarles el acceso a los puestos de prestigio reservados a la élite colonial, titular de un estatus superior que era inaccesible para el nativo.

Parece, conscientemente o no, que se hace todo lo posible por mantener una distancia entre las mujeres y las esferas de poder simbólico, en particular en el ámbito literario. La sola idea de que las escritoras puedan convertirse en figuras representativas de la literatura árabe basta para despertar un malestar generalizado en la sociedad. Es este malestar latente el que explica, entre otras cosas, por qué algunas mujeres que forman parte de jurados literarios son reacias a apoyar a autoras, por miedo a ser acusadas de solidaridad de género. Este temor a parecer parciales lleva incluso a que ellas mismas adopten los paradigmas dominantes, hasta el punto de excluir a otras mujeres para proteger su propia posición en un entorno aún regido por lógicas masculinas.

Otro obstáculo muy común es la tendencia a reducir la escritura femenina a los llamados temas personales o «femeninos»: el cuerpo, la intimidad, la sexualidad, el dolor, el amor o la rebelión. Estos temas, a menudo dejados de lado por los escritores varones, se consideran de segunda categoría, ya que no se ajustan al marco tradicional de la llamada literatura «seria» o «universal». Esta clasificación implícita relega las obras de las escritoras a una posición periférica, como si estuvieran dirigidas únicamente a una parte de la humanidad —las mujeres— y no al género humano en su conjunto. Esta visión de la escritura femenina se basa en una jerarquía artificial de temas y en un prejuicio persistente: la idea de que la literatura comprometida tiene necesariamente menos valor, menos calidad literaria. En consecuencia, cualquier obra que aborde temas relacionados con la condición femenina es sospechosa de carecer de profundidad o de ambición estética. Este razonamiento, a menudo invocado sin justificación, sirve en realidad para descalificar. Y, sin embargo, muchas novelistas contemporáneas huyen de estas etiquetas y exploran con gran maestría formas narrativas inusuales y problemáticas innovadoras. Pero a pesar de este evidente despliegue creativo, su trabajo rara vez es plenamente reconocido en las esferas de legitimación cultural.

No es de extrañar, pues, que una y otra vez tengamos que lamentar la ausencia de grandes figuras femeninas en el ámbito literario o filosófico del mundo árabe. Esta cuestión se plantea repetidamente, pero sin cuestionar los mecanismos de exclusión que la explican. Olvidamos con demasiada frecuencia que durante mucho tiempo se ha impedido a las mujeres escribir, o se las ha obligado a hacerlo en la sombra, en condiciones precarias y sin reconocimiento real. E incluso cuando han producido obras, estas rara vez han quedado registradas en los libros de historia, escritos en su mayoría por hombres que, a veces sinceramente, han minimizado o ignorado su aportación.

Para cerrar estas reflexiones, quisiera hacer una última observación sobre el propio premio, y más concretamente sobre las elecciones recurrentes hechas por los jurados en cuanto a los temas preferidos para el Premio Booker árabe. En términos generales, los temas se distribuyen de la siguiente manera: en primer lugar, los temas históricos —lo que hoy denominamos «novela histórica»—, ya sea historia colonial, contemporánea o islámica; a continuación, las novelas históricas con elementos fantásticos; en tercer lugar, aunque de forma más marginal, las novelas de carácter político; y por último, de forma ocasional y muy escasa, los textos de carácter autobiográfico, el género epistolar o aquellos que abordan cuestiones sociales o psicológicas. Esta orientación temática no parece deliberada, pero no deja de ser problemática —incluso preocupante— en un contexto en el que ganar un premio, o incluso una simple mención en una lista (ya sea larga o corta), representa a menudo la única posibilidad que tiene un escritor de existir en el panorama literario. Algunos llegan incluso a poner en la portada de su libro la etiqueta «preseleccionado para el Booker». Nunca supe lo que eso significaba —o lo que se suponía que significaba—, pero en fin. Si esa es la única manera de que un nombre salga a la luz, de que una obra sea leída, que así sea.


Este texto se publicó originalmente el 2 de mayo de 2025 en el periódico libanés Almodon.