Nostalgia de ciudades perdidas

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Nostalgia de ciudades perdidas

El Cairo, por ejemplo
Alaa Hassanien

Alaa Hassanien es una poeta, escritora, periodista y cineasta egipcia. Nacida en 1996 en Arabia Saudí de padres egipcios, se graduó en el Instituto Superior de Arte Dramático de El Cairo y vive en Francia desde 2022. Ha publicado cinco libros de poesía y relatos cortos. En 2015 fue galardonada en París con el Premio UNESCO de Poesía Árabe.

La nostalgia por mi ciudad (El Cairo) tardó en tomar forma. Durante mi primer año como expatriada, en realidad no sentía nostalgia de El Cairo; en cierto modo había perdido la memoria de todo lo relacionado con ella. Había dejado de hablar con mis amigos y mi familia y había dejado de recordar. No me daba cuenta de que estaba en estado de shock, de que simplemente intentaba olvidar. Me había marchado de El Cairo enfadada y destrozada, y evitaba pensar que me había visto obligada a marcharme en busca de mi propia paz y tranquilidad después de que El Cairo, que me lo había dado todo, me hubiera arrebatado todo. 
Pero con el paso del tiempo, esta rabia fue desapareciendo poco a poco, y mis recuerdos de El Cairo resurgieron.
Al principio los negué, intenté borrarlos de mi memoria. Quería deshacerme de todo lo que había sido, convertirme en una persona diferente.
Esta idea me fascinaba tanto que cada cierto tiempo elegía un nombre nuevo para mí. El día que cumplí veintisiete años, anuncié a todos mis amigos parisinos que me llamaba Lea y que, primero yo y luego ellos, debíamos olvidar a Alaa y todo lo que le había pasado.

En realidad, siempre había recurrido a esta táctica cada vez que sufría una crisis en mi vida: en lugar de enfrentarme a las ruinas de mi ser y reparar lo que se había dañado, me resultaba más fácil convertirme en otra persona. Pero no me daba cuenta de que con ello me estaba abandonando a mí misma, estaba enterrándome viva. Hasta que, en terapia, empecé a sacar lo que había ocultado durante tanto tiempo. Saqué a relucir mi yo más profundo, mi infancia, mi relación tóxica con mi madre, mi antiguo nombre de pila y, por último, mi hermosa pero también tóxica ciudad: El Cairo.

Empecé a reconciliarme conmigo misma, y eso me ayudó a hacer las paces con mi pasado. Mi relación con mi madre mejoró notablemente, al igual que mi relación con mi ciudad. Fue entonces cuando comencé a experimentar una nueva emoción, una emoción que la ira me había impedido sentir durante mucho tiempo: la nostalgia.

La nostalgia empezó a roerme por la noche, en las últimas horas de la tarde. Empecé a tomar somníferos para dormirme antes y escapar de ella. Luego empezó a afectarme cada vez que escuchaba música árabe. Había dejado de escucharla hacía más de un año, desde el momento en que emigré, ya que quería una vida completamente nueva. Pero sólo conseguía que todo fuese más doloroso para mí.

Una vez más, me encontré añorando El Cairo casi todos los días, e intentando aceptar esta nostalgia sin que me resultara tortuosa, porque fue la ciudad que me permitió experimentarlo todo por primera vez: el amor, la separación, la independencia, la conquista, la ira y la muerte. Aunque sólo viví cinco años en El Cairo, ninguna otra ciudad del mundo me pertenece tanto. Llegué allí tras largos años en el Golfo, donde tantas cosas estaban prohibidas y reprimidas, y de repente, El Cairo me abrió su corazón y sus brazos, y me ofreció lo que llevaba tanto tiempo buscando: experiencia. Fue en El Cairo donde me enamoré por primera vez, rompí por primera vez, deambulé sin rumbo por las calles por primera vez, viví sola por primera vez, trasnoché, guardé secretos, viví, bailé por primera vez. Después de esta fase de autodescubrimiento en las brillantes luces de El Cairo, la ciudad también me abrió su lado oscuro: me encontré por primera vez en sus comisarías y juzgados cuando aún no había cumplido los veinticuatro años, y en sus cementerios cuando enterré a mi mejor amiga, que había fallecido en un accidente de coche. Entonces fui al cementerio por primera vez, enterré a una amiga por primera vez, y estuve de pie sobre su tumba por primera vez.

El Cairo: amado con locura, destruido con violencia. 

Después de todas esas experiencias, la imagen de la ciudad empezó a desmoronarse en mi mente y yo con ella. Todo lo que amaba de El Cairo había dejado de existir. No porque hubiera desaparecido o muerto, sino porque ya no me gustaban las mismas cosas. Había perdido su brillo. Fue entonces cuando me di cuenta de que mi ciudad ya no existía, que esas calles ya no me pertenecían y que todo a mi alrededor me gritaba: vete. Comprendí que, así como El Cairo ama apasionadamente, también sabe romper violentamente.

Me fui y dejé mi casa tal como estaba: mis cuadros colgados en la pared, los libros en la estantería. No me atreví a vaciarla, ni tuve tiempo de hacerlo. Me gustaba la idea de tener una casa en El Cairo, un lugar al que seguir apegada. Pero meses después, el dueño del piso vendió la vivienda. Mi familia vació el apartamento, mis amigos se quedaron con los libros y los cuadros, y mi casa dejó de estar ahí.

Por eso, cuando hoy siento nostalgia de El Cairo, soy consciente de que extraño un Cairo que me pertenecía y que ya no existe. De un Cairo hecho de fiestas organizadas en mi casa, con los amigos a los que solía invitar. De una biblioteca que había construido con mis propias manos, y cuando construyes una biblioteca en una casa, es porque no tienes intención de abandonarla. Pero me fui de El Cairo, y ella nunca tuvo el valor de dejarme, ni siquiera ahora que vivo en una hermosa ciudad francesa, extremadamente limpia, con un aire fresco y un cielo tan despejado que uno se asombra con sus colores. Cada día, desde mi ventana, observo las palomas y los cuervos, y siento sin embargo nostalgia. Nostalgia de El Cairo, de las calles polvorientas que tanto odié, del Instituto Superior de Arte Dramático donde pasé mis mejores días, del café al final de la calle y de los amigos a los que podía llamar a cualquier hora para salir. Una ciudad que me formó, que me hizo ser quien soy, y que, sin embargo, abandoné intentando no sentirme culpable. Porque se derrumbó ante mis propios ojos. O tal vez... tal vez ya estaba en ruinas y sólo me llevó un tiempo darme cuenta.

Cada día, me pregunto: ¿Dónde se fue El Cairo? ¿Dónde te fuiste, mi amor? Y cada día anhelo esa sensación de "hogar" que El Cairo me ofrecía, y que aún no he encontrado en Francia. Tal vez sólo extraño un hogar. Tal vez sólo quiero... un hogar.