Adiós Carmen Karim...

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Adiós Carmen Karim...

Por fin me liberé de mi seudónimo: Historia de supervivencia y prosperidad de una escritora y periodista siria
Manahel Alsahoui
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Manahel Alsahoui

Manahel Alsahoui es una poeta, escritora y periodista siria; entre sus poemas figuran "Ella no se tocó" y "Treinta minutos en un autobús bomba". Para el teatro, escribió "Una pila para una lámpara de mano"; su obra se ha traducido a varios idiomas.

Recuerdo con nitidez cómo me sentí cuando escribí mi primer artículo bajo el seudónimo de Carmen Karim. Temblaba de miedo, como si un verdugo aguardara tras la puerta. Era una mezcla extraña de emoción y temor, un vértigo que me hacía preguntarme una y otra vez:"¿Merece realmente la pena?"

Escogí mi seudónimo con cuidado. Siempre me gustó el nombre Carmen; un sentimiento interior, difícil de explicar, me decía que ese nombre encajaba conmigo y reflejaba mis experiencias. Fue una fuerza interior la que me condujo hacia ese nombre. Pero elegir el nombre no fue lo más difícil. El verdadero desafío comenzó al escribir el primer artículo, cuando todo se adquirió un peso distinto a nivel psicológico.

En cada uno de los artículos que escribí bajo ese seudónimo, la sombra de Al-Assad se cernía sobre mi cabeza, y el peso del miedo pesaba sobre mis hombros, como si ese miedo me estuviera torturando. Ningún artículo fue fácil de escribir —ni psicológicamente, ni siquiera a la hora de recabar información o contactar con las fuentes—, ya que el temor a que descubrieran mi identidad me perseguía constantemente.

El anonimato que me proporcionaba mi seudónimo no me protegía de las amenazas del régimen. El simple hecho de colaborar con un medio considerado como "opositor al régimen anterior" bastaba para convertirme en blanco de amenazas directas e indirectas. Incluso llegué a temer aparecer en un vídeo para hablar de algo tan cotidiano como la pobreza en Siria. Las manos negras del régimen me golpearon hasta el Líbano, persiguiéndome allá donde creía encontrar algún atisbo de seguridad.
En Siria, recurrí a métodos sencillos para protegerme. Más tarde, me di cuenta de que no sabía nada de seguridad digital, que no teníamos en Siria. Quizá fue el azar —o simplemente la suerte— lo que me libró del destino que tanto temía.

El anonimato de mi seudónimo no me protegió de las amenazas del régimen; bastaba con que yo trabajara para un medio clasificado como “opositor al régimen anterior” para convertirme en blanco de amenazas directas e indirectas. Llegué incluso a tener miedo de salir en un video hablando de un tema común, como la pobreza en Siria. Las manos negras del régimen se extendieron hasta alcanzarme incluso en Líbano, persiguiéndome allí donde pensé que podría encontrar algo de seguridad. En Siria, recurrí a métodos sencillos para protegerme. Más tarde, me di cuenta de que no sabía nada sobre seguridad digital, de la que estábamos privados en el país. Quizá fue el azar -o simplemente la suerte- lo que me libró del destino que tanto temía.

Borré mis artículos del ordenador y guardé los textos inacabados en una memoria USB que escondí en un lugar secreto, evitando así dejar el menor rastro en mi dispositivo personal. Como precaución, había elaborado un plan de emergencia. Tenía un amigo que estaba obligado a trabajar para el régimen, pero que se oponía a él en secreto. Contaba con él para avisar a mi familia o ayudarme si me detenían. Le había dado su número a mi hermana y le había dicho: "Si un día desaparezco o los servicios de seguridad me detienen, llama a este número".

Entonces empecé a sentir que el país me rechazaba. Un día fui acosada verbalmente por soldados del régimen en un puesto de control en la carretera entre Agrabaa y Jaramana. Pidieron revisar mis cosas y casi examinaron mi ordenador, pero por alguna razón o —quizá porque no sabían cómo registrar el interior— me dejaron ir. Aquel día no había escondido la memoria USB como hacía habitualmente y estaba a la vista. Tampoco había borrado todos los archivos de mi ordenador. Cuando volví a casa sana y salva, empecé a plantearme seriamente abandonar Siria.

Entre Manahil y Carmen

El primer artículo, luego el segundo, después el tercero... poco a poco, el nombre de Carmen se fue imponiendo. Algunos empezaron a preguntarse quién era realmente. Varios de sus textos fueron muy leídos. Un artículo tras otro, el techo del miedo se resquebrajó y empecé a empujarlo hacia atrás, el mismo techo bajo el que ya me había sentido amenazada.
Con Carmen, experimenté una forma de libertad que nunca había conocido. Emergió en mi una mujer nueva: una mujer con opinión política, capacidad de análisis y acción, con una voz crítica y descarnada. Me preguntaba: ¿dónde estuvo esta mujer comprometida todos estos años?

Con Carmen viví una experiencia de libertad que nunca había sentido. Emergió en mí una mujer nueva, que no conocía, una mujer con opinión política, capacidad de análisis, de trabajo y de crítica mordaz. Me pregunté: ¿Dónde había estado esta mujer toda mi vida, lejos de la política?

Pero, con el tiempo, Carmen ocupó demasiado espacio, hasta el punto de eclipsar a Manahil. Los textos de Manahil se volvieron más tibios, faltos de la audacia necesaria para señalar claramente a quienes merecían ser señalados. Manahil daba vueltas alrededor del tema sin pronunciar nunca la palabra "régimen", mientras Carmen irradiaba libertad, se burlaba de Al-Assad y exponía sus crímenes y su corrupción.

Y eso no es todo: varios de mis colegas, o aquellos con quienes trabajaba, me llamaban erróneamente Carmen en lugar usar de mi verdadero nombre. Entonces me di cuenta de que Carmen ya no era sólo un seudónimo: había empezado a robarme mi verdadera identidad. Pero no la odiaba. La veía como una entidad aparte, otra mujer, ajena a mí, pero una periodista implacable que se había hecho un nombre. Incluso llegué a admitir que me llevaba ventaja, simplemente porque se sentía libre, una libertad que yo nunca antes había sentido.

Entre Carmen y Al-Assad

Más tarde, supe que el régimen había detenido a una periodista y le había preguntado si trabajaba para Daraj, el medio en el que yo colaboraba. Fue entonces cuando me di cuenta de que tenía que dificultarles la tarea, hacer imposible su investigación. Publiqué un artículo titulado: "Soy el chico imprudente que insultó al régimen de Al-Assad", sin revelar en ningún momento mi género, edad ni ciudad.
Escribí: "Aquí solo hay un seudónimo. Es imposible comprobar quién soy. ¿Soy una chica? ¿Un hombre? ¿Un anciano? ¿Soy siquiera real? ¿Y por qué fingir ser una chica, cuando podría adoptar cualquier papel? ¡Incluso el del chico imprudente!".

En una ocasión, intenté dirigirme directamente a los agentes de seguridad sirios, aunque sabía que probablemente no leerían mis textos. Sentí que libraba una discusión con ellos: "Cada vez que escribo un artículo, imagino un nuevo escenario de cómo me buscarías, leyendo mis textos con furia, rabia, soñando con darle un puñetazo en la cara a la persona que escribe estas palabras que arañan la grandeza de tu régimen, imaginando formas de torturarme si llegaran a atraparme. ¿Hablan entre ustedes sobre alguna pista, para adivinar al menos mi ciudad?"-

Hoy, me río de esto. Aquellos momentos me parecen lejanos, casi irreales —como un sueño que pude haber vivido... o tal vez no.

Para no ser descubierta en los blogs donde narraba fragmentos de mi vida, tuve que cambiar ciertos detalles como los lugares, las fechas, el barrio o el parentesco. Por ejemplo, no escribí que me había mudado a Beirut, sino a Europa. No era mi tío materno, sino mi tío paterno el que estuvo preso. Estas sutilezas eran mi coraza: mi profunda convicción de que nunca podrían identificarme.

Con el tiempo, mis artículos se volvieron más atrevidos. Descubrí en mi interior una voz política de la que no era consciente. El régimen había logrado reprimirnos tan bien que llegamos a decir: “¿Para qué meternos en política?”.

Del anonimato a la libertad

Nunca imaginé que un día podría decir: "Soy Carmen... esta soy yo". Y hasta hace no mucho pensaba que tal vez nunca podría revelar mi identidad. Era un pensamiento doloroso. Incluso había planeado que alguien cercano a mí lo revelara después de mi muerte. Pero el régimen de Al-Assad cayó antes de que yo muriera, y pude revelar mi nombre.

Hoy tengo derecho a revelar el trabajo periodístico que publiqué bajo seudónimo por miedo a perder mi vida y a mi familia. Durante años, escribí más de 150 artículos, además de mi trabajo diario en la plataforma Daraj: vídeos, noticias, investigaciones. Creía que este nombre falso permanecería en la sombra para siempre.

He escrito decenas de investigaciones, informes sobre derechos humanos, entradas de blog y artículos de opinión, dentro y fuera de Siria, con la convicción de que la verdad debía decirse aunque para hacerlo tuviéramos que permanecer en la sombra.

Uno de los proyectos más importantes en los que participé fue mi primera investigación en colaboración, producida con Daraj, la BBC y el OCCRP, titulada "La República de Captagon: cómo una vasta red de narcotráfico está vinculada al palacio presidencial sirio", que revela la implicación de la familia Al-Assad en la producción y el comercio de Captagon. Hasta hace muy poco, ni siquiera se me permitía celebrar este éxito, ni participar en nuevas investigaciones.

Entre los reportajes de los que me siento especialmente orgullosa está una entrevista con el hijo del preso político más antiguo de Siria, Ragheed al-Tatari, que fue liberado con vida hace dos días y por fin podrá abrazar a su hijo. También he seguido de cerca todo lo relacionado con la prisión de Saydnaya, desde las siniestras "cámaras de sal" hasta la estructura arquitectónica y administrativa de la más abyecta de todas las prisiones.

Hoy soy libre. Y Carmen es libre. Ya no tengo miedo de decir: soy Manahil Al-Sahwi, no Carmen Karim. Lo único que quiero a partir de ahora es no tener que volver a esconderme tras un alias. Y que ningún ser humano, ningún periodista, tenga que volver a ocultar sus ideas por miedo a perder su vida o la de sus seres queridos.


Este artículo se publicó originalmente en Daraj el 11 de diciembre de 2024.